punto de fuga
Colau y la maldita realidad
El primer acierto de Colau ha consistido en una sonada rectificación. Renunciar a la quimera de conseguir gestores provistos de formación, experiencia y valía contrastadas a cambio de un sueldo de sereno
El primer acierto de la alcaldesa Colau ha consistido en una sonada rectificación. Inopinado rapto de extraña cordura, aún más en estos tiempos de definitiva institucionalización del “somiatruitismo”, la regidora de Barcelona semeja haber acusado recibo de que la realidad existe. De ahí que haya renunciado sin mayor dilación a la quimera de conseguir gestores provistos de formación, experiencia y valía contrastadas a cambio de un sueldo de sereno. Diríase que Colau acaba de comprender que desde el poder político se puede modificar el sentido de las calles, la altura de los edificios, los adornos de Navidad y hasta las cláusulas abusivas de las hipotecas, pero no la condición humana. Bien por Colau. Más vale tarde que nunca.
Y es que, desde que nuestros antepasados se decidieron por fin a bajar de los árboles hasta que los concejales de “Barcelona en comú" han tomado posesión de sus despachos, solo se han inventado tres maneras, únicamente tres, de conseguir que la gente trabaje en los cometidos que se esperan de ella. En el antiguo Egipto, cuenta Adam Smith refiriéndose a la primera, “cada hombre estaba forzado por un principio religioso a seguir la ocupación de su padre, y cometía el más horrible de los sacrilegios si lo cambiaba”. Igual en Oriente que en Occidente, durante los primeros diecinueve siglos de la Era Cristiana las cosas no fueron muy distintas. El segundo método, aunque atribuible en origen a muchos padres, sería perfeccionado hasta el virtuosismo por José Stalin cuando los planes quinquenales de la difunta Unión Soviética. Ya no era la religión, la costumbre o la tradición sino la amenaza, por lo demás nada retórica, de un pelotón de fusilamiento lo que garantizaba que se llevasen a cabo todas las tareas encomendadas por la autoridad a sus subordinados directos. Pero en los sistemas de mercado, los terceros en discordia, rige la regla de que cada cual obre según mejor convenga a su interés monetario. Ah, la maldita realidad, compañeros.