punto de fuga

El aquelarre de Mataró

He ahí la almendra doctrinal del nacionalismo gramático: expulsar al idioma español del espacio público; convertirlo en una anomalía a extinguir cuanto antes mejor

josé garcía domínguez

La inmersión obligatoria, aberración pedagógica fruto de la mente tarada de aquel cura “trabucaire" del PSAN, Joaquim Arenas, jamás pretendió ser un método para aprender el idioma. Bien al contrario, la gran cuestión para esos fanáticos no residía en difundir el catalán, sino en marginar al castellano. Lo de Mataró, ese aquelarre nacional-sociolingüista de los cerebros pardos de la localidad para coaccionar a un padre de familia, inquietante “revival” pueblerino de la liturgia del matonismo callejero de entreguerras, es la enésima prueba. He ahí la almendra doctrinal del nacionalismo gramático: expulsar al idioma español del espacio público; convertirlo en una anomalía a extinguir cuanto antes mejor. Para eso, y solo para eso, se implantó la inmersión en su momento. Y para eso se amotinarán ahora, nadie lo dude, contra el ministro Wert y su intento de dar una oportunidad al sentido común dentro de las aulas catalanas.

El filólogo Lluís Aracil, primero padre teórico de la criatura y acuñador del concepto “normalización" aplicado a la lengua catalana, luego disidente y, ya como hereje, condenado al olvido oficial, escribiría asqueado: "¿Que la educación franquista era en castellano? Como los libros, como la Escuela Moderna de Ferrer y Guardia, como las teresianas o los jesuitas de siempre. Esto de ahora, en cambio, es la institucionalización de la política oscurantista de Prat de la Riba y Torras i Bages: que los payeses sigan siendo payeses, pues los pobres son felices. Y a los hijos de los inmigrantes, que les encasqueten la barretina: eso está más cerca de los nazis que de los conservadores europeos.”. Hasta en Alemania, alguien como Joachim Fest pudo escribir “Yo no”. En el clímax de la bajeza más rastrera, al menos alguien mantuvo la decencia moral. Aquí, no se me ocurren más de tres personas que pudiesen rubricar un libro parejo a propósito de esa Inquisición laica: Jesús Royo Arpón, Caja, el propio Aracil. Apenas tres entre siete millones y pico. Más que triste, desolador.

El aquelarre de Mataró

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