tribuna abierta
¿Unionismo?
El paroxismo de la perversión del lenguaje nacionalista que pretende hacer creer que existen dos polos claramente diferenciados y monolíticos
Soy un hombre de costumbres, lo reconozco. Entre ellas, cuando viajo a Madrid -cosa que hago con cierta asiduidad por razones profesionales- suelo quedar con amigos para charlar detrás de un café, compartiendo el momento y departiendo de mil cuestiones. Hace no mucho tiempo, en una de estas conversaciones con un amigo periodista, cuya adscripción ideológica parece ser progresista, me espetó algo así como: «Vosotros, los unionistas, queréis…».
Lo cierto es que más allá de sus incisivos razonamientos -que, como buen periodista, siempre intentan ponerte contra las cuerdas dialécticas o directamente sobre la lona argumentativa- me sorprendió esa etiqueta, ese marchamo, ese pseudo-concepto de «unionismo». Entiendo la lógica del trazo grueso de la comunicación, de la pesadumbre del titular y la simplificación -hasta extremos grotescos- del lenguaje en pos de una competitividad que olvida las esencias del debate racional y centra su hacer y quehacer en la inmediatez posmoderna que confunde fenómeno y noúmeno, entiendo al fin y al cabo la deriva -incluso regresión diría yo- hacia lo icónico, hacia lo pictográfico.
Pero, lo que más me llamó la atención y, porque no decirlo, lo que más me preocupó, fue la facilidad, la permeabilidad con la que estas cápsulas de prenociones nacionalistas han podido penetrar en el imaginario colectivo de la intelligentsia del resto de España e, incluso, en eso que se denomina «cultura popular». Porque dichas cápsulas son precisamente las que forman y conforman un escenario fabricado en pos de alcanzar un escenario binario, un maniqueísmo ocultado tras las cortinas de humo de la manipulación mediática que nos lleve a un insoslayable juego de suma cero, una práctica propia de regímenes totalitarios cuya supervivencia depende de la invención de un enemigo, una alteridad, un chivo expiatorio al que culpar y temer.
Si bien es cierto que el nombre no hace la cosa, aceptar que Cataluña se divide entre «unionistas» y separatistas, es un reduccionismo performativo, el paroxismo de la perversión del lenguaje nacionalista que pretende hacer creer que existen dos polos claramente diferenciados y monolíticos que divide a los catalanes, y eso no es así. Al igual que los juegos del lenguaje son casi infinitos, la política catalana es diversa y plural, hasta tal punto que si apartamos el velo de la manipulación secesionista, nos encontramos con una imagen, con una realidad que aterra a los próceres independentistas: la minoría que apoya sin fisuras la ruptura se condena a sí misma a la cultura del thanatos democrático, pero quienes defendemos la unión en la diversidad creemos, queremos y apostamos por la diferencia, porque ello enriquece la democracia, porque el diálogo entre confederalistas, federalistas, autonomistas, centralistas o jacobinos no es una anomalía, es más bien signo de una cultura democrática saludable.
José Rosiñol es vicepresidente de SCC.