Piedras sobre sangre

Me pregunto cuándo enseñarán a nuestros hijos a valorar más la sangre que las piedras que derribó Felipe V

ángel puertas

1836. Un día de enero. Los abuelos de nuestros abuelos veían la primera luz de su vida. Una noticia vuelva. La indignación se adueña de Barcelona. Los carlistas han fusilado (¡una vez más!) 33 prisioneros liberales en el santuario del Hort. La muchedumbre clama venganza. El griterío se dirige hacia la Ciudadela. Piden a los guardas los presos carlistas. Desquite. Una mancha de sangre con otra de sangre se quita. Los guardianes, compañeros de otros fusilados en Esparraguera por una partida tradicionalista, extienden el puente levadizo. El tropel salva el foso y entra en la fortaleza. Descerrajan las celdas. A trescientos prisioneros carlistas sacrifican. Muertos en el altar de la libertad. Su delito: ser carlista. Años después el liberal Madoz la Ciudadela derriba. Sobre ella se erige un parque.

Pasan décadas. Cual triunfante en la revancha el Parlamento de Cataluña planta sus cimientos sobre la Ciudadela. Saben hoy todos sus diputados que Felipe V mandó construir la Ciudadela para evitar rebeliones. Hace ya trescientos años. Seis…, seis manzanas del barrio de la Ribera derribó para espaciar de construcciones su alrededor. Pero todos ignoran que parlamentan justo donde trescientas…, trescientas personas fueron degolladas. Hace ya ciento ochenta años. El sable lo pusieron los nuestros. El cuello lo pusieron los nuestros. Pero las casas las demolió un francés ayudado por soldados castellanos (y ¡ay!, catalanes borbónicos).

Fines del siglo XIX: Barcelona industrial, conflictiva y angustiada. Sus incertidumbres, desarraigos y desclasamientos necesitaban de un chivo expiatorio. Los olvidados cascotes que derribó Felipe V sirvieron para tapar la sangre.

Algunos sufren por los escombros del lejano 1714 y se olvidan del sufrimiento que carlistas y liberales transmitieron a sus hijos y nietos. Estentóreo recuerdo de los austracistas. Sordo silencio respecto de liberales y carlistas.

Me pregunto cuándo enseñarán a nuestros hijos a valorar más la sangre que las piedras que derribó Felipe V. Y a comprender que la historia romántica (y nacionalista) es falsa: sirvió para tapar las vergüenzas y el dolor de los abuelos de nuestros abuelos.

Ángel Puertas es jurista

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