De cómo el nacionalismo adulteró la cultura catalana

Jordi Amat disecciona en «El llarg procés» la política cultural en la Cataluña contemporánea

De cómo el nacionalismo adulteró la cultura catalana abc

sergi doria

El 30 de mayo de 2013, Jordi Amat entregó al suplemento cultural de La Vanguardia el artículo «Matar a Cobi»: el soberanismo triunfante en la Diada de 2012 marcaba el fin de una época. Aquel mismo día, recuerda, recibía el programa del simposio «Espanya contra Catalunya» del Centre d’Història Contemporània, dependiente del departamento de Presidencia.

El simposio, cuyas intenciones ya desvelaba su polémico título, venía a confirmar las ideas de Amat en su artículo: «La nueva hegemonía soberanista también estaba decidida a imponerse con un determinado uso de la historia de Cataluña». No en vano, tres protagonistas del simposio —Jaume Sobrequés, Salvador Cardús y Ferran Requejo— se habían fotografiado con Artur Mas en la plaza de Sant Jaume cuando este volvió de Madrid tras su fallida negociación con Rajoy.

Autor de «Las voces del diálogo» —sobre los encuentros de escritores catalanes y del resto de España— y prologuista de la obra de Gaziel, Amat revela en «El llarg procés» (Tusquets), cómo el catalanismo pasó del regeneracionismo peninsular a la instrumentalización de la cultura al servicio de la llamada «construcción nacional». El simposio del IEC, con su manipulación de la Historia, le parece a Amat una «astracanada» que viene de lejos. Exactamente desde 1937 cuando Cambó intentó legitimar la alineación del catalanismo conservador en el bando franquista. En ese «largo proceso» se quemaron intelectuales de la talla de Gaziel, Josep Pla. Joan Estrelrich, Jaume Vicens Vives o un Ignacio Agustí, director de semanario Destino, refugio de la cultura catalana en castellano, calificado de «colaboracionista» por un catalanismo dogmático que desdeña los matices.

La r efundación del catalanismo en los años cincuenta está marcada por la alianza entre la religión montserratina y la bandera. El desenlace es, a partir de los sesenta, el pujolismo que ha teñido el catalanismo cultural del último medio siglo con la excepción de la Barcelona cosmopolita años setenta. Para Pujol, el marxismo internacionalista de aquella época —Castellet, Solé Tura— «atentaba contra lo que él consideraba esencial e indesligable, religión y nacionalismo», apunta Amat. A la pujanza del maragallismo, el gobierno de Pujol opuso «la infiltración nacionalista en todos los ámbitos sociales, como la vigilancia de selección de profesorado o la introducción de gente nacionalista en los puestos clave de los medios de comunicación».

Después de «matar a Cobi», el pensamiento único soberanista impone, según concluye Amat, «un relato uniforme del pasado sobre el que se pueda construir un futuro nutrido en la idea de la ruptura inevitable con España... La conmemoración de las ruinas de 1714 (más propaganda que divulgación histórica), entra con calzador. No nos engañemos. No nos convoca la historia. Convoca el poder usando la historia de manera espuria».

De cómo el nacionalismo adulteró la cultura catalana

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación