tribuna abierta
La espiral de la sospecha
La reacción de este econosistema que podríamos llamar de «construcción nacional» ha sido crear una campaña de difamación contra SCC y su presidente
Cuando alguien como yo, que nunca ha estado mezclado en esto que se llama coloquialmente “la política”, se decide a dar un paso y hablar en voz alta, a convertirse en un tono disonante de una música y letra pesadamente monocorde, piensa que todos aquellos que se llenan la boca con las palabras democracia, libertad o razón apreciarán el intento de enriquecer el debate, la posibilidad de perfectibilidad de nuestro sistema de relaciones, el beneficio que supone para cualquier democracia abrir espacios dialógicos en los que se refleje la realidad social, realidad que siempre es y debe ser diversa y plural.
Sin embargo, después de más de un año de esfuerzo, trabajo y dedicación a la causa que defiende Societat Civil Catalana -libertad, democracia, Estado de Derecho- constato que, en verdad, los próceres que lideran esto del «procés», los que abrazan la causa secesionista, los que nos quieren obligar a elegir entre aquello que somos y lo que sentimos, conciben la democracia como un instrumento, como una herramienta con la que alcanzar un sueño romántico alejado de la racionalidad necesaria en la toma de decisiones democráticas.
Imagino que la irrupción de SCC en el espacio político y mediático catalanes ha causado una brecha en la línea de flotación del discurso unanimista del secesionismo, aquél que pretendía totalizar la opinión pública y, sobre todo, la publicada. Un discurso concienzudamente inoculado socialmente que derivó en una «espiral de silencio» que ahogaba la posibilidad de la discrepancia y, por supuesto, de disensión. Este escenario estaba preparado para la ruptura y para la sumisión voluntaria de una mayoría silenciosa y silenciada.
Los que formamos parte de SCC hemos contribuido a romper esa espiral de silencio, creyendo que con ello podríamos contribuir al debate sereno, objetivo y racional de los problemas planteados en la sociedad catalana, del resto de España y del conjunto de Europa. Una visión probablemente ingenua, pero una ingenuidad consciente, una especie de «velo de la ignorancia» que iguala -democráticamente- las distintas posiciones de nuestro tablero sociopolítico, y todo ello promovido desde una auténtica sociedad civil no subvencionada, desde ciudadanos libres y sin miedo a ejercer de ello, de ciudadanos.
La reacción de este costoso entramado, de este econosistema que podríamos llamar de «construcción nacional», de estos defensores de la «democracia instrumental», ha sido crear una campaña de difamación contra SCC y su presidente, han sacado toda la bilis irracional que escondían celosamente para esconder la verdadera naturaleza de su credo nacionalista, aquella que ocultan para engañar a la ciudadanía, esto es, que en verdad denuestan la diferencia, no toleran la discrepancia, la pluralidad o la diversidad.
Por ello, su estrategia, una vez que -a pesar de la maquinaria de manipulación mediática- va emergiendo esa Cataluña silenciosa, una vez que se ha roto el dique de la espiral de silencio, están poniendo en marcha la «espiral de la sospecha»: la muerte social de todo aquél que lidere un movimiento de resistencia al secesionismo totalizante. Quieren ensuciar la imagen de ciudadanos por el mero hecho de pensar diferente y expresarlo en voz alta, quieren hacer creer que quienes defendemos la libertad -incluida la que expresan los partidarios de la ruptura- somos en verdad enemigos de ella. Es una cínica inversión de la realidad más propia de regímenes totalitarios que de democracias consolidadas.
La puesta en marcha de esta campaña de difamación, de esta espiral de la sospecha, delata la naturaleza del secesionismo de la que hablaba antes. Los ideólogos del movimiento secesionista medran sobre un nihilismo cínico, nihilismo porque son sabedores de los perjuicios sociales y económicos que suponen sus postulados, y cínico porque saben que no se trata de un nihilismo superador de nada, sino un proyecto que esconde una voluntad de poder, una voluntad de dominio oculto tras un discurso buenista y demagogo. Un discurso determinista que condena al ciudadano soberano a ser comparsa de un falaz fatalismo histórico en el que los derechos de las personas están subyugados a lo colectivo, al dogma oficial y oficializado.
José Rosiñol es vicepresidente segundo de Sociedad civil catalana.