punto de fuga
El divorcio de CiU
Incluso para esa señora que lleva lo de la ANC, empieza a estar claro que el único “proceso” que todavía queda en marcha aquí es el de divorcio entre Convergència y su eterno apéndice Unió. Un puro matrimonio de conveniencia asentado sobre una sociedad de gananciales que amenaza con la bancarrota desde el día en que Mas y sus grumetes dieron en fletar la patera con destino a Ítaca. Y es que la marca CiU, el intento pujoliano de superar lo que un marxista llamaría la contradicción dialéctica entre la patria y el patrimonio, solo podía subsistir al amparo de la ambigüedad calculada de aquel olvidado catalanismo que únicamente subía al monte los domingos para hacer excursiones.
Igual que durante el franquismo muchos confundieron la reforma agraria con el Plan Badajoz, con la Transición nacería un malentendido histórico a propósito de Cataluña que todavía persiste hoy, a saber, el que llevó a tomar a CiU por legítima expresión política de la mítica burguesía local. Craso error ontológico que el Madrid con mando en plaza no ha acabado de corregir del todo. Y ello pese a la clamorosa evidencia fáctica de que el movimiento de liberación nacional catalán siempre fue un asunto de monitores de “esplai”, versificadores de juegos florales con nómina en la Diputación y gerentes de ultramarinos. Lo fue y lo sigue siendo. Nada que ver con la genuina burguesía. Y quien encarna la verdadera esencia sociológica de ese magma interclasista de raíz menestral, algo mucho más próximo a una comunión indigenista que a los partidos políticos convencionales, es la actual CDC. He ahí la razón última de que al otro lado del Ebro no terminen de entender eso que llaman la “deriva”. Ni la “deriva”, ni la obsesión por expulsar a la lengua común del espacio público, ni la pedagogía del odio hacia cuanto nos una con el resto del país. Nada más ajeno, por cierto, la navegación de cabotaje tan cara a Duran. Se separarán.