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El juez Vidal y Proust

Tal vez lo más curioso sea ese detalle, humanamente comprensible, de que el juez Vidal y su Constitución no permitan la secesión del territorio y se fije el compromiso de mantener los actuales límites territoriales

oti rodríguez marchante

Como tengo aún pendientes los dos últimos tomos de «En busca del tiempo perdido», había dejado para mejor ocasión la lectura de la Constitución de la República Catalana del juez Vidal (o sea, lo que es del juez Vidal es el borrador de la Constitución, no la República Catalana), que consta, al parecer de 97 artículos y tres disposiciones adicionales. Afortunadamente, y para no entorpecer mi búsqueda del tiempo perdido, Janot Guil ha constreñido en un ameno artículo el espíritu y la letra del borrador en un ejercicio que podría llamarse «deconstruyendo la Constitución».

Tal vez lo más curioso sea ese detalle, humanamente comprensible, de que el juez Vidal y su Constitución no permitan la secesión del territorio y se fije el compromiso de mantener los actuales límites territoriales. Y además, la dota de un blindaje igual que el que la Carta Magna española tiene prevista para sí misma; o sea, que una manifestación en la calle tampoco será motivo de cambio constitucional. El derecho de autodeterminación de los pueblos, esa margarina que no ha faltado en ningún desayuno desde que se inventaron los croissant, pues el juez Vidal la coloca en su justo lugar: el inalienable derecho de autodeterminación… de los otros pueblos.

Pero lo realmente enternecedor no son las pinzas con las que coge a la nueva República fuera de la Unión Europea, o esa paz sin ejército porque «Cataluña es una nación de paz». Cuitadiño. Lo que conmueve realmente es el capítulo dedicado a la convivencia con los españoles, y declara que su Constitución garantizará los derechos de todos aquellos catalanes que, por una u otra razón, quieran libre y democráticamente conservar sus relaciones personales y colectivas con nuestros hermanos de la Península Ibérica. Y es fantástico saber que, gracias al juez Vidal y a su visionaria Constitución, mis hijos, «por una u otra razón», podrán seguir siendo mis hijos y que usted, «por una u otra razón», podrá ir a ver a sus parientes de Soria o a su amigo sevillano del alma. Pero sólo si quiere, pues la Constitución también le garantiza lo contrario. Independencia de sí mismo.

El Consejo General del Poder Judicial no le debería haber abierto un expediente a este Juez Vidal, lo que le debería abrir es una mercería para que fuera despachando hilo. Ni Proust en sus siete tomos consigue dar tanta impresión de pérdida de tiempo.

El juez Vidal y Proust

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