el oasis catalán
Nervios
CiU y ERC van a la greña por el poder. Y ahí está el posible contagio de la agenda social griega
El independentismo está nervioso. No le salen las cuentas. ¿Qué le ocurre al «proceso»? La propaganda nacionalista -calentada, recalentada y servida por los medios consanguíneos, la prensa afín y el articulismo amigo- consiguió la hipermovilización del independentismo de siempre al que sumó un número indeterminado de independentistas sobrevenidos que creyeron la fantasía nacionalista por motivos diversos. A ello, hay que añadir la espiral del silencio -el no expresar lo que uno piensa cuando va a contracorriente de lo publicado y publicitado; ese no significarse por miedo a lo que puedan pensar los otros o por temor a poner en peligro los intereses particulares, sociales o profesionales- de quienes decidieron no pronunciarse sobre el monotema por si acaso. El independentismo sacó el «pueblo» -esto es, su «pueblo»- a la calle. Y ese «pueblo» exigió, en perfecta sintonía con la summa thelogica nacionalista, el inalienable derecho a decidir de la nación catalana. El independentismo creyó su propia ficción.
Y en eso que la realidad se hace presente. Sin entrar en un «frente internacional» del cual el nacionalismo catalán espera mucho y no recibe nada -esto es, la Comunidad Internacional ni está ni se la espera-, me centro en el «país». ¿Qué ocurre? Que el 9-N y las encuestas constatan el pinchazo de un «proceso» sin la suficiente masa crítica para consolidarse; Podemos moviliza -sobre todo en el área metropolitana- abstencionistas y jóvenes y menos jóvenes que desbaratan los cálculos nacionalistas; Artur Mas -experiencia de gobierno, expectativas electorales que apuntan un nuevo varapalo, persistencia del recuerdo de su participación en gobiernos de Jordi Pujol- se ha convertido en una carga para el «proceso»; CiU y ERC van a la greña por el poder. Y ahí está el posible contagio de la agenda social griega. Los convencidos se impacientan, los sobrevenidos se desengañan y los silenciosos ya hablan. De ahí, los nervios soberanistas. Y esa camisa que no les llega al cuerpo.