Inculpados

Tiene su interés la lectura de los mensajes de quienes, ante la Fiscalía General de Estado, se declaran culpables de haber colaborado en el llamado proceso participativo del 9-N. Dichos mensajes contienen una serie de constantes que merecen destacarse. En primer lugar, la práctica totalidad de los cien inculpados que han hecho pública su posición entonan el «me acuso» o «me culpo» con evidente satisfacción y orgullo. En segundo lugar, la autoinculpación se justifica con argumentos que hablan de «libertad y democracia», «deseo democrático», «valores democráticos», «derecho de voto», «derecho a decidir», «dar la voz a la gente», «escuchar la voz del pueblo» o «dignidad». También hay quien justifica su acto por «solidaridad con el presidente y el gobierno de la Generalitat» y quien asume -hay que lucirse y en lengua francesa- aquella «force de ma révolte d´honnête homme» de Zola. Como no podía ser de otra manera, no falta el rompedor -otra manera de lucirse- que dice lo que dice porque «forma parte de un proyecto transgresor del statu quo actual». Finalmente, ahí tienen ustedes a quien carece de abuela y le «encanta inculparse del acto de desobediencia civil más importante en Europa después de la Segunda Guerra Mundial» (!).

La ceremonia de la autoinculpación -ceremonia: cortejo, rito y celebración solemne para reverenciar una determinada idea- evidencia que el argumentario nacionalista ha cuajado en un sector de la población. ¿Acaso el discurso autoinculpatorio no reproduce textualmente las consignas soberanistas? Y, a tenor de lo escrito, es posible que los autoinculpados -o una parte de ellos- crean sinceramente que con su ejemplar proceder se defiende la «la identidad nacional y cultural amenazada», el «imperativo ético» o una «sociedad más libre y justa». En Cataluña hay mucho alumno aventajado en materia de formación del espíritu nacional. Y mucha madera de santo. Quizá, de mártir. «¡Y ya me pueden venir a buscar mañana!», concluye -satisfecho- un autoinculpado.