el oasis catalán

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Quien no comulga con la lista de «país» no forma parte del «país» y, por tanto, difícilmente se le tendrá en cuenta

miquel porta perales

Sostiene el nacionalismo catalán que lo suyo es la inclusión. ¿O es que no han oído la cancioncilla de un nacionalismo siempre dispuesto a integrar -utilizo la terminología antropológica- a cualquier familia, tribu o grupo? De la teoría a la práctica hay un buen trecho. El nacionalismo catalán incluye e integra en el «país» al aspirante que acepta la ideología nacionalista.

Quien consulte la página web de Súmate -auténticos maestros en el arte del peloteo!-, o quien lea las declaraciones de los líderes sindicales catalanes -de sindicatos de clase a sindicatos de nación-, descubrirá el peaje ideológico que hay que pagar para obtener el certificado de buena conducta nacional imprescindible para formar parte del «país». Y una vez incluido e integrado -una vez comprobada la idoneidad nacional-, es posible que a usted le tengan en cuenta. Pero, nada es seguro. La lista unitaria de «país» -o las listas de «país» que bajo el paraguas de la independencia se constituyan-, que podría fraguarse para las plebiscitarias (?) que quizá se celebren en unos meses, brinda un ejemplo de lo dicho. Resumo: quien no comulga con la lista de «país», no forma parte del «país» y, por tanto, difícilmente se le tendrá en cuenta.

A lo sumo -como señaló el líder de ERC- se contará con usted una vez constituido el «país», es decir, la Republica Catalana. Miren si eso del «país» es importante que Artur Mas está dispuesto a ocultar a Convergència en beneficio del «país» y exige a ERC una lista de «país» -de hecho, la sumisión a Artur Mas- para seguir formando parte del «país».

Por su parte, ERC arguye que el «país» necesita varias listas de «país» que promuevan un proceso constituyente que proclamen la independencia de Cataluña.

¿El desempleo, la educación, la sanidad o los servicios sociales? Todo eso deberá esperar hasta que Cataluña sea independiente. ¿A quién pueden importar esas minucias cuando lo que está en juego es el «país»? Y el poder de quienes desean administralo. Pues, sí: ¡qué «país»!

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