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Elogio de la perorata sin papeles
No hay nada más cinematográfico que la perorata sin papeles, de tal modo que Junqueras se convirtió en una versión reducida (en tiempo, que no en físico) de aquel Jefferson Smith que interpretaba James Stewart en «Caballero sin espada»
Habrá quien alabe, sin duda, la hora larga de reloj que el señor Junqueras estuvo con su dale que te dale en lo alto de la tarima sin un solo papel en la mano, pero, si uno se para a pensar, verá que eso no es nada comparado con la actuación del señor Mas-Colell al presentar unos presupuestos para el próximo año no ya sin papeles que lo avalen, sino con un agujero confeso de dos mil quinientos millones de euros.
No hay nada más cinematográfico que la perorata sin papeles, de tal modo que Junqueras se convirtió en una versión reducida (en tiempo, que no en físico) de aquel Jefferson Smith que interpretaba James Stewart en «Caballero sin espada», cuando entretuvo al Senado estadounidense durante horas y horas para no perder el turno de palabra. En realidad, a Junqueras le hubieran bastado sólo unos segundos para decir lo único que tenía que decir: el No a Artur Mas y a su emboscada de diluirlo en una lista de «país». Lo demás, la hora larga, era su habitual discurso sin papeles lleno de esa pasión que tan cerca lo pone de la lágrima.
Pero el sin papeles es un poco la esencia del proceso, porque en cuanto alguien enseña uno, la cosa se desmorona como un castillete de arena con un manguerazo. Pero, no importa, tenemos castillo de arena y lo único que hay que hacer es evitar el manguerazo. De ahí que Muriel Casals, doña Òmnium, le pida más entusiasmo a TV3 en su colaboración con el proceso, que es como pedirle más color en sus chaquetas a Xavier Sala i Martin, quien, por cierto, también se presentó sin papeles ayer en un programa de radio y soltó que el Gobierno le cobra a la Generalitat más de un 5 por ciento de interés por el dinero prestado del Fondo de Liquidez Autonómica (FLAgrante), y así se hubiera quedado el castillete de la eminencia fucsia si Ignacio Martín Blanco, periodista bombero con manguera, no hubiera sacado un papel que demuestra la falsedad, pues el interés es del 1,1 por ciento. Ni se le cambió el color de la cara ni, por supuesto, el de la chaqueta.
De todo esto, se deduce que si queremos que el proceso separatista continúe con estos colores tan vivos, lo mejor será ir prohibiendo el rigor de los papeles, tanto en castellano como en catalán.