El partido del cabreo

Nuestros buenos burgueses domésticos, gentes de orden donde la haya, empiezan a descubrir con algún horror el regalito inesperado que escondía la caja de Pandora patriótica, esa que el president Mas se lanzó a abrir alegremente ahora va para dos años. Porque vuelve el legendario anarquista de Tarrasa que hiciera conmover de pánico escénico a sus santas bisabuelas. He ahí de nuevo, para consternación de la parroquia nacionalista, el espectro redivivo del murciano de la FAI, ahora reciclado en un activista suburbano de los círculos de Podemos. Un partido virtual, el del muy madrileño y español Pablo Iglesias, que va a irrumpir en la Ciudadela como elefante en cacharrería. Repárese, si no, la última cata demoscópica aireada por el Centro de Estudios de Opinión de la propia Generalitat. Podemos ya parece ser la tercera fuerza política local con nada menos que once escaños previstos. ¡Y aún no existen!

El gran error de nuestros inquietos burgueses levantiscos ha sido creer que Cataluña ya no era España solo porque ellos así lo habían decidido. Pero resulta de Hospitalet sigue siendo España. Y Badalona. Y Cornellá. Y Sant Boi. Y Santa Coloma. Podemos, su fulgurante irrupción desde la nada en toda la corona metropolitana de Barcelona, es la prueba de que los catalanistas no conocen en absoluto Cataluña. Aunque no solo ellos ignoran el suelo que pisan. La anunciada parálisis electoral de Ciudadanos, PP y PSC igual acredita que tras el espejismo soberanista lo que en verdad late es el voto de la ira, el del cabreo transversal ante la incapacidad de los partidos del consenso ortodoxo para afrontar los efectos de la crisis. Porque únicamente en términos de ese eje, el que contrapone el discurso doctrinal del establishment al surtido antisistema que va de ERC y las CUP a Podemos, cabe interpretar el vuelco anunciado en el mapa político catalán. Una recomposición que, en el fondo, no hace más que (re) españolizar el Parlament. Y es que esto es España.