De Rey a hermano mayor en la Semana Santa de Sevilla

Don Felipe, aclamado por la multitud tras prorrogar su estancia para apoyar a pie de calle esta tradición

ALBERTO garcía reyes

Sin previo aviso, el Rey decidió prorrogar su estancia en Sevilla para demostrar su apoyo a la celebración de la Semana Santa. En una ciudad desbordada por la multitud, Don Felipe rompió todas las distancias y sorprendió a sevillanos y visitantes, no sólo porque estuvo viendo las cofradías sino porque se puso a la altura de la gente, a pie de calle, como uno más.

Don Felipe había viajado por la mañana a Sevilla para visitar la fábrica de detergentes Persán, que celebraba su 75 aniversario, y en su agenda pública no figuraba ningún acto más. En el ambiente circulaba el rumor de que podría ocurrir, porque sonaba muy extraño que el Rey fuera a Sevilla un Lunes Santo y se marchara sin ver la fiesta mayor. Pero ni el Ayuntamiento ni las hermandades tenían confirmación. Todo se comunicó sobre la marcha para cumplir el deseo de Don Felipe: ser uno más.

Al Cautivo lo vio desde el balcón de la Delegación del Gobierno. Pero Don Felipe quiso bajar a donde estaba la bulla, que construyó un inmenso mosaico de pantallas de teléfonos móviles para retratarlo. El Rey se colocó ante la Virgen de las Mercedes, tomó la vara del hermano mayor y dio la llamada de la «levantá» más célebre que la cofradía ha dado desde que existe.

Don Felipe rompió todas las distancias guiado por una pregunta que le repitió al alcalde, Juan Ignacio Zoido; a la presidenta de la Junta, Susana Díaz; al arzobispo, Juan José Asenjo, y a todo el que encontró a su paso: «¿Hay gente joven en las hermandades?». Le contestó la ciudad. El niñerío que, sin alzarse el antifaz, se le arrimó en el palquillo de La Campana para darle caramelos en este Lunes Santo que pasará a la Historia.

Comió de pie y bebió Tío Pepe

Luego el Rey comió de pie, hablando con los invitados de la Delegación, y bebió Tío Pepe. Y el arzobispo le pidió permiso para hacerle una foto con su móvil junto al pregonero de la Semana Santa, Lutgardo García, con el objetivo de que la familia de Lutgardo tuviera una prueba del almuerzo. Posó con todo el que se lo pidió. También con una cuadrilla de empleados de la empresa municipal de limpieza, que se cruzó en uno de los traslados.

Después de comer fue a la Hermandad de Museo, que conserva la capilla de la Orden de la Merced en la que pintó Velázquez sus primeros cuadros. El templo estaba tranquilo, por lo que el Rey aprovechó para conocer la historia de la hermandad. El lacito de la cofradía que le impuso la señora del umbral se quedó en su solapa toda la tarde mientras él continuaba resolviendo sus dudas. La de la juventud en las hermandades se disipó en cuanto vio pasar la chavalería del Cautivo del Polígono en La Campana, a cuyo palio también le hizo una llamada, y la del Beso de Judas, que le prestó el martillo de su Virgen del Rocío para una «levantá».

Hasta Fernando Zoido, el hijo pequeño del alcalde, se le aproximó para regalarle un recortable de La Macarena. «Esto es para sus hijas», le aclaró. El Rey preguntó por los horarios y la logística. Y al final apareció el delegado diocesano de hermandades, Marcelino Manzano, y le explicó otra clave: «Las cofradías no son sólo lo que se ve en Semana Santa, sino que gran parte de su razón de ser la tienen en su labor social». El Rey abrió los ojos y pidió más información. Las bolsas de caridad le cautivaron.

Quienes le acompañaron coinciden en que recibió un impacto tras otro. Hasta que llegó a Santa Marta. El otro extremo. De la algarabía y los vivas al silencio absoluto. La hermandad tuvo que pedir una dispensa al Papa porque sus reglas no permiten que acceda al templo nadie que no pertenezca a ella en las horas previas a su estación de penitencia. La bula se tramitó y llegó en un suspiro. Pero sólo entró Felipe VI. Nadie más se benefició de la excepción.

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