De la Transición a la abdicación

Dos años en la vida de Don Juan Carlos

El Rey que comenzó a disfrutar de su vida privada el 19 de junio de 2014 era un hombre prematuramente envejecido. Probablemente las condiciones de su reinado influyeron en el estado de su cuerpo

Dos años en la vida de Don Juan Carlos efe

Ramón Pérez-Maura

El Rey Juan Carlos logró anunciar su abdicación en un momento en que nadie lo esperaba. Los que decían que lo sabían -con la excepción de poco más de media docena de personas- mienten. Y logró así poner un broche de oro a su reinado. Porque si hubiese abdicado en un momento en que su renuncia estuviera en el centro del debate, se hubiera podido argumentar que cedía la Corona bajo presión. Una presión como la que marcó su vida en el lejano año de 1975.

El Rey que comenzó a disfrutar de la vida privada el 19 de junio de 2014 era un hombre prematuramente envejecido, al menos por comparación con muchos de sus amigos de su misma edad. Probablemente las condiciones de su reinado influyeron en el estado de ese cuerpo un tanto machacado. Porque hay hechos que dejan secuelas que se manifiestan con el paso del tiempo y que no son producto de la actividad física.

Un año dificilísimo

El último año de la vida del general Franco fue un año dificilísimo, cuyas secuelas están presentes todavía hoy. Por más que el Príncipe Juan Carlos estuviera designado como sucesor a título de Rey desde 1969, la realidad era que él seguía siendo sólo lo peor que se puede ser: un «pretendiente». Porque la restauración de la Monarquía era fruto de la voluntad del general Franco. Y en esos meses había muchas dudas sobre lo que el entorno de Franco estaba intentando influir en él.

El Rey Don Juan Carlos, en su proclamación

A lo largo de esos meses hubo de asumir interinamente la jefatura del Estado el 19 julio de 1974 -hasta el 1 de septiembre de ese año-. Tuvo que volver a hacerlo el 30 de octubre de 1975, después de que Franco enfermara durante la celebración del 12 de octubre de ese año. El Príncipe se negó a aceptar esa asunción de funciones si no era de manera definitiva. Haberlo nombrado ya le dio una seguridad sobre su designación como sucesor; pero retirarle ese cometido 24 horas después de reunirse con Franco en el Pazo de Meirás, sin que el general hiciese la más mínima mención a sus intenciones en esa materia, permitía albergar la duda de si Franco, y sobre todo su muy influyente entorno, de verdad creían que era el sucesor idóneo.

Don Juan Carlos tuvo que librar una lucha tremenda para orillar enemigos y preparar una transición en la que por entonces no creía casi nadie. Los unos porque no querían alterar el sistema. Los otros porque querían demolerlo. Y esa labor tenía que hacerla desde la «clandestinidad». Porque por extraño que parezca, la clandestinidad no está sólo en las alcantarillas, también se puede dar en los palacios. Aquel encaje de bolillos se pergeñó a partir de 1974, desde el Palacio de La Zarzuela, pero también desde el domicilio de amigos que le permitían usar su casa como lugar secreto para mantener reuniones discretas.

Entre propios y ajenos

Fueron aquellos días caminando en el alambre, con inseguridad sobre los «propios» entre los que tantos murmuraban «este no es de los nuestros» y la necesidad de ganarse a los ajenos. Permítaseme emplear un ejemplo menor que conozco bien. En aquellos años del final del franquismo le fue ofrecida la Presidencia de la Diputación de Santander a un joven empresario, mediada la treintena, perteneciente al sector marítimo. El interés por la política de este hombre llamado Jaime Pérez-Maura, padre del arriba firmante, era inexistente. Pero antes de renunciar al encargo creyó su obligación decírselo al Príncipe. Don Juan Carlos le conminó a que lo aceptase con el argumento de «ahora que estamos tan cerca, necesito saber que tengo leales en todas las instituciones». Así que el candidato a presidir la Diputación volvió a Santander rendido a la evidencia de tener que asumir el encargo por lealtad al Príncipe. Momento en que la Falange montañesa se enteró del nombre del candidato a presidir la Diputación y lo vetó con el argumento de que «el hijo de Gabriela Maura es monárquico». Y como el argumento era cierto, no había mucho que discutir. Perdóneme el lector por poner un ejemplo tan personal, pero quizá pueda ejemplificar el tipo de lucha que hubo de librar Don Juan Carlos con el mismo régimen que le iba a instaurar.

Aquel año vivido con gran intensidad y pareja incertidumbre pasa factura hogaño. Y cuando menos habrá que reconocer que da derecho a una nueva vida, la vida de este último año. Una vida en la que el Rey Juan Carlos ha hecho lo posible por quitarse de en medio, alejarse con frecuencia de España y asumir una agenda privada como haría cualquier español que se jubile después de 66 años de permanente servicio España -años contados desde que fue enviado por primera vez a Madrid desde Estoril en noviembre de 1948-. Pero eso es algo que no puede hacer plenamente, entre otras razones, porque el adelgazamiento de la Familia Real hace imprescindible su participación en algunos actos.

De cinco a cuatro

Hace doce años, la Familia Real -en el peculiar concepto moderno de ella en el que hay Infantes de España que no pertenecen a la Familia Real- estaba integrada por los Reyes, el Príncipe de Asturias y dos Infantas. Cinco en total. Ello permitía repartir tareas, entre las que estaban algunas aparentemente menores que eran realizadas por la presencia de las Infantas. Hoy son seis los miembros de la Familia Real: los Reyes, la Princesa de Asturias, la Infanta Sofía, el Rey Juan Carlos y la Reina Sofía. Como las hijas de los Reyes no tienen edad para intervenir en actos públicos, sólo quedan Don Juan Carlos y Doña Sofía para complementar la actividad de los Reyes.

Don Juan Carlos, en 1948, cuando vino por primera vez a España

En esas circunstancias no hay jubilación plena que sea posible. Pero a los medios de comunicación les gusta mucho más ensalzar cómo un Rey jubilado es visto en Hollywood o en el hotel Landa de Burgos que presidiendo una sesión de Cotec. Y ésa es una de las grandes contradicciones de nuestra Monarquía. El afán por presentar a los Reyes como no tan diferentes del resto del común es aplaudido por los mismos que critican agriamente el que el Rey Juan Carlos pueda ir a los toros una decena de días de la Feria de San Isidro, como hacen tantos de sus amigos de su edad.

Dos años en la vida de Don Juan Carlos

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