CARNAVAL DE CÁDIZ

Lucas 11:9

Me permiten pisar esos templos donde los grupos del Carnaval se preparan antes de cruzar la frontera del escenario

Reyes Calvillo

Acabo de salir de la habitación y sé lo que viene tras atravesar el umbral. Se asemeja al mito de la caverna. A luz. A abandonar la Matrix.

Las puertas se abren. Siempre se abren. «Sin dios y sin permiso». Y, «a falta de paraíso», ya hay una religión.

«Buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.» (Lucas 11:9)

O como reza el portal de las Minas de Moria: «Di amigo y entra»

Las puertas se abren. Sin dios y con permiso.

Dentro, el aire ondea sobre la textura de la laca y huele a pintura de guerra. Recorre la piel el tacto de la tela recién planchada y un hormigueo invisible se siente en las sienes.

Es un espacio intermedio, un umbral entre la realidad y la fantasía. Un especial demasiado grande para lo pequeño de este universo. Un limbo previo al Valhalla.

(Reyes recuerda a Frodo preguntando «¿Cómo se dice amigo en élfico?». Se sonríe con la ocurrencia al mirar las plataformas de tus botas. « Piensa que, a pesar de la altura que le dan, aquí se siente tan pequeña como ese hobbit)

Sin Dios y con permiso.

Sé el regalo que me encontraré al cruzar esa linde y, por eso, y por una vez a ritmo, se desboca el corazón. Me permiten pisar esos templos donde los grupos del Carnaval se preparan antes de cruzar la frontera del escenario. Paredes que guardan sus voces. El último ajuste en el tipo. El golpe que rompe un silencio previo al estallido.

Me piden que pase, que entre, que sea testigo del rito. Me abren las puertas de su hogar, que es como abrir las Puertas de Tierra.

Entrar es aceptar las reglas no escritas, es compartir la magia sin intentar poseerla, es dejarse llevar por lo que ocurre sin preguntar demasiado. Las emociones se elevan como la purpurina que escapa de unos dedos temblorosos. Los nervios se enredan, igual que esa bruma dorada que queda suspendida ante los ojos, un instante antes de desaparecer.

(El barullo que se escucha en la calle saca a Reyes de sus divagaciones y, de nuevo, se siente sobrecogida por la belleza intangible del ambiente. No puede parar de sonreír.)

Hay una encanto etéreo entre todo el ajetreo de peines, pinceles y gargantas entonando a media voz. No soy ajena, pero tampoco soy parte.

Observar. Escuchar. Contarlo. Y en ese instante previo al salto, ocurre lo sagrado del momento.

Todo está a punto. Alguien acomoda una capa, otro ajusta una peluca. El compás de los nudillos golpeando la guitarra marca el pulso del tiempo. Afuera, el barullo, la ciudad, sigue su curso, evanescente a este pequeño universo de madera y acordeón. Adentro, todo es espera y latido.

Cuando las puertas se cierran, cuando el eco del bombo se enciende y los pasos resuenan a vueltecita gaditana, solo queda una frase que lo sella todo.

Sin dios y con permiso. Gracias por abrirme las puertas de vuestras familias.

Va telón.

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