opinión carnaval
Una habitación propia
Me vais a disculpar, pero yo necesito sentir y entender lo que otros sienten. Elijo empatizar y saber que no estoy «sola en esto»
Por fin tengo una habitación propia, como el libro de Virginia Woolf. Por más que intento descansar, soy incapaz de dormir siete horas. No hay término medio: o son diez, o son cinco. De hecho, me he desvelado justo a la hora en la que debería arrancar el coche para ir a trabajar por la mañana. A la misma en la que se levantó Nassar el «día que lo iban a matar».
Otra vez.
Por suerte, estoy pudiendo dejar las pastillas para dormir y ya solo dependo del cansancio que me da ir al gimnasio, repasar las sesiones y recorrer las calles de Cádiz, de cinco y media a once de la noche, con alguna parada en Puntales o Loreto para grabar un ensayo.
Y podría vivir así siempre. Ojalá.
La velocidad emocional, la rapidez física, el cúmulo de sensaciones… hacen que sea imposible callar la mente en algún momento aunque, he de admitir, que escogería mil veces tenerla ocupada así. Enredada de estribillos. Perdida en sus calles.
(Calvillo intenta sacarse alguna cuarteta de la cabeza y rebusca en su memoria la fórmula exacta.«Hum…No ha pasado el Hum…» Sacude la cabeza y la siente como una tromba de papelillos sobre sus pensamientos.)
No hay manera. La ley que busco hace años que no la resuelvo, pero la practico.
V/P=I
'Voltaje entre potencia: intensidad'. La palabra me persigue y se me clava en tórax como un cuchillo.
(Al murmurarla, Calvillo siente la lasca de un espejo roto atravesándole el diafragma. Metamorfosea las mariposas en ansiedad)
El término me ha marcado las sienes como crotales de un borrego. Siento que soy inherente a esa realidad. Que estoy unida, indivisiblemente, a todos sus prejuicios.
Intensidad.
Eso que nos marca, señala y expone por vivir apasionadamente. Por manifestar nuestros dolores. por compartir sus alegrías.
De nuevo el estigma, el verbo acusador, el jaque a mi salud mental.
Me vais a disculpar, pero yo necesito sentir y entender lo que otros sienten. Elijo empatizar y saber que no estoy «sola en esto». Escojo aprehender que, de una manera positiva, no somos todos tan diferentes o, mejor dicho, no estamos tan alejados.
Intensidad.
¡Qué fortuna la intensidad sobre esas tablas! .
A mí me ha salvado y entiendo que a él también. Lo entiendo yo y, desde hace unos días, lo entiende todo Cádiz porque así lo ha querido. Porque así se va a entregar una noche más.
Intensidad.
Esa que hay que tener para desahogar tus pensamientos como una cascada ante el mundo. Para regar con estribillos las semillas de esperanza.
Ahí está y ahí estamos todos los que alguna vez hemos sido acotados a un estado de nuestras vidas. Por ser deliberadamente, por exponernos cuando no quedaban fuerzas, por la ternura radical como salvación. Ahí estamos los abatidos sin escudos, frente a nuestras propias murallas en una orilla donde sube la marea. Que nos rebroten las olas que nos devuelven al mar. Nunca fue el destino, siempre fue el viaje.
Intensidad. Ítaca.
La intención del regreso. 'Volver al lugar donde fuimos felices'
(Calvillo deja el ordenador y da un pequeño salto para bajarse de la cama. Sale al balcón descalza y levanta su mano para protegerse de la mirada del sol. Frente a ella, el balcón de Candelaria)
'Donde somos felices'