OPINIÓN CARNAVAL

De amor y otras drogas

Hablamos de una nostalgia que no conocemos, de unos recuerdos que no hemos vivido y de una época que nunca pudimos disfrutar

Reyes Calvillo

Sí, lo he vuelto a hacer. Está ya decidido y pagado. No hay vuelta atrás. Por favor os lo pido: no toméis decisiones que impliquen un cargo económico de más de dos cifras si han pasado las tres de la tarde. En especial, si es sábado. En concreto, si estáis en el Mercado. Específicamente, si no recordáis el número de botellines que os habéis bebido con el pretexto de que «los chicharrones piden algo para empujar» y que «el pollo al majareta hay que esponjarlo».

Sí, lo he vuelto a hacer. Se avecina un fin de semana emocionante en mi pensión favorita.

Lo de dormir lo doy por perdido, la verdad, pero tener un lugar donde poder dejar las maletas y ducharme, ya me parece todo un logro.

(APARTE: Aprovecho este espacio para resaltar la importancia de darse «un agua» y lavar los tipos, o cambiarles las camisas, durante esta semana. Por favor y gracias.)

La realidad es que invertir tus ahorros en alquilarte un cuarto durante unos días, no es lo más peligroso que puede ocurrir en estas circunstancias. La verdad, me aterran más ciertas conversaciones y reflexiones que nacen después.

Estudié varios cursos de guion de cine, gracias a los que tengo la capacidad de montarme maravillosas películas y dramas en mi cabeza, y recuerdo la importancia de observar a los personajes. Las palabras. Las miradas. El entorno.

Antes de entrar en una crisis de ansiedad busco cinco elementos que pueda ver, cuatro para tocar, tres para oír, dos para oler y el fragmento de un sabor. El ejercicio te hace estar tan concentrado que la mente se despeja por un momento y es capaz de volver a la calma.

Aunque estos episodios han ido desapareciendo de mi vida, sigo practicando estos ejercicios. ¿Debí hacerlos antes de desembolsar el alquiler de medio mes en una estancia de tres días? Sí. Pero lo hice después. No me juzguéis, al menos lo hice.

Rompo el trance en el paso tres porque escucho a una señora afirmar que «ya no se le canta al amor en el teatro». Pasará los 65 años y destaca su sien plateada recubierta de caracoles que le otorgan un aire jovial y tierno. Se lo comenta a una amiga con la que comparte una mesa alta al sol y una copa de vino blanco. Me pregunto qué habrá detrás de esa conversación y mis sentidos se vuelcan en escucharlas.

No hablan de las formas del cortejo o la manera de referirse a la mujer, no. Hablan de algo que me enternece y, a la vez, me hace ponerme triste. Hablan de que ya nadie escribe a un sentimiento. Recuerdan con nostalgia sus primeras veces en esto, cuando una de sus amigas se enamoró en la calle y estuvo escapándose de casa para ver al muchacho que le gustaba mientras ellas la cubrían. Aquello no acabó bien, pero fue divertido. La señora del cabello blanco se ríe al contar cómo fue el día en que le pidió casarse a su difunto marido «porque nadie se lo esperaba», y su compañera le responde que «ojalá pillar ahora esos 20 años»

Me parece una intromisión en la privacidad seguir invadiendo su charla y me retiro de nuevo a la conversación que hay en mi mesa. Creo que todos sabemos lo que es el amor, pero parece que nos da miedo hablarlo.

(Calvillo siente un pellizco en el estómago que sube como el primer sorbo de champán de año nuevo)

«¿Por qué ya no hay pasodobles de amor en el teatro?» - les pregunto

Y se hace el silencio. No sé de qué estaban hablando y probablemente ellos tampoco sepan a qué viene mi pregunta, pero nos queremos así.

Hablamos de una nostalgia que no conocemos, de unos recuerdos que no hemos vivido y de una época que nunca pudimos disfrutar. Nos ponemos románticos recordando letras y músicas que nos suenan lejanas mientras recorremos los últimos años de la fiesta para concluir que, aunque no lo creamos, le seguimos cantando al amor de la misma manera.

«Es más» - les pregunto - «¿se ha dejado de hacer en algún momento?»

A una tierra, a una familia, a todo un pueblo.

«Claro que se le escribe al amor, Calvi, todos los días. Es lo único que nos mueve en esto»

Y me quedo pensando que tienen razón y que, quizás por amor, yo acabo de cometer otra locura. De más de dos cifras. De medio mes de alquiler. De lo que no tengo.

Como si la felicidad pudiera comprarse.

Como si fuese posible vivir siempre en carnavales.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación