Opinión
De polvo y flores
Supongo que Momo es una clase de Prometeo que quiso otorgar al pueblo la única forma de burlar a los dioses
Si algún día falto, me gustaría que repartieran mi esencia, como dijo Migue Márquez, en “bolsitas pequeñitas de medio gramo”. El verso de esta canción ha terminado siendo el único ritual que quiero que sigan el día que me vaya de este mundo. Si pudiera renacer, preferiría hacerlo en cada rincón del mundo donde alguien me vio morir un poco.
Supongo que es el ritual cíclico al que nos expone siempre la Vida, ese eterno retorno, esa Ítica sin destino, esa travesía del héroe.
Nacemos totalmente resguardados, como el huevo que se incuba al calor de unas alas y, entre nanas calor, empieza a despertar al mundo. Un Ser despojado de forma y entidad, más allá de su canto y la unión con sus iguales. Una criatura brutalmente expuesta al universo y a lo que él mismo quiera hacer con ella. Una existencia abocada a olvidar los principios y creencias universales por los que se la condenó y, desde el punto de partida, condenada a existir en una culpa por sus pecados y obnubilada por reverdecer.
“Quien aumenta sus conocimientos, aumenta su dolor” reza el Eclesiastés.
Cuando Prometeo robó el fuego, fue penado con un ave que le desgarraba el hígado cada día. Supongo que eso ocurre, en parte, con el Pueblo y el Carnaval. El Fénix abre sus alas al vulgo como una caja de Pandora donde se desbordan todas las inquietudes del gaditano. En el interior de su peculiar coliseo, solo resta la esperanza hacia las tablas. Solo queda esa forma que tienen sus nativos de sobrevivir y paliar cada lucha a través de su canto.
Supongo que Momo es una clase de Prometeo que quiso otorgar al pueblo la única forma de burlar a los dioses.
Como una condena, Cádiz renace y resiste cada año para reinventarse y volver a dar sus tripas a un pájaro que las devora cada noche. Cádiz trae el fuego a los hombres y los libera de la oscuridad y el letargo. Cádiz se enfrenta a los castigos y las penitencias del que quiere descubrir aquello que está prohibido.
Como Ícaro, Cádiz se acerca al sol sin miedo a volar. Como Apolo, se quema en un carro por brindar el amanecer a los mortales.
Cádiz, como la vida y como la muerte, como el inicio y como el fin, como el cielo y el suelo. La Copla, como esa ceniza que será simiente y abono para nueva savia.
Cádiz, como titán que brinda el fuego a lo eterno. Cádiz, ardiendo y regalando su luz.
Cádiz, resistiendo y renacida.
Ha brotado el canto, un año más, dispuesto a quemarlo todo.
Dicen que siempre se vuelve a donde fuimos felices. Dicen, que siempre se vuelve la Vida. Sé que siempre se vuelve al Carnaval, buscando esos fuegos fatuos que solo describía Falla.
Déjalo arder.