opinión Carnaval
Coplas al punto de sal
Salvo por insultos gratuitos o borderíos, ninguna copla carnavalesca está equivocada. Suena y dice lo que su autor piensa y siente
Si voy con Chari a un restaurante, puede que yo le comente al acabar que no me gustó la comida. Y ella incluso coincida. Es algo muy básico. Pero si entrase yo al detalle de todo: que si la carne flaqueaba en el sabor; quizá por el tiempo mal medido de cocción, la salsa contrastaba demasiado, empalagosa y venida a menos en textura por el exceso de aceite y el punto de la cremas de tal o cual no acertaban en redondez por ingredientes, lo normal es que Chari me diga «¡Pero si tú no sabes freír un huevo! ¿qué estás hablando?» Y entonces yo diría «Es verdad, Chari. Me vuelvo al mundo de la cata y degustación, que es mucho más facilón» lógica de lo elegible en el gusto, que siempre está en blanco. Esto mismo se puede trasladar a algunas crónicas carnavalescas. No en lo básico, que se admite y siempre se respeta, sino en la minuciosidad tan detallada, casi quirúrgica, que algunos exponen al acabar de escuchar repertorios o agrupaciones. Curioso puede ser que quien quizá no sepa afinar una guitarra juguetee con las conveniencias o no de las armonías ajenas, que pueden llevar intenciones que ni siquiera él conozca.
Obviamente sí podría decir «No me gusta», pero ya no tanto «Así no se hace» si es que no pueda demostrar cómo se hace. Como yo en una cocina. Cualquier cuestión artística siempre es subjetiva, a gusto de cada cual. Y se respeta la opinión. Pero la veracidad en una opinión no te la avala titulación alguna para darla con más valor que la del resto. Ese cuento es muy viejo, sobre todo en un mundo global donde la noticia de un diario te dice que alguien mató a alguien, mientras en otro cuentan que alguien se dejó matar. Salvo por insultos gratuitos o borderíos, ninguna copla carnavalesca está equivocada. Suena y dice lo que su autor piensa y siente. Sólo es cosa de coincidir en eso con los demás, hasta con los expertos cirujanos de la verdad coplera. Bueno… me voy a por un libro de Arguiñano. Para quejarme con propiedad y un poquito de razón. Saludos.
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