Opinión
Génesis 1:1-15
Antes de la conciencia, solo existe 'El Ahora'. Un instante sin historia, sin después ni antes. Solo es 'Ahora'
En el Génesis hay una mañana y una noche. Siete días. Un tiempo que se despliega en presente y pasado. Pero antes de eso, antes de la conciencia, solo existe 'El Ahora'. Un instante sin historia, sin después ni antes. Solo es 'Ahora'.
(Los tacones suenan contra el adoquinado: 'Tic-tactac-tic- tictac-tic')
El irregular golpear de los chapines contra la acera me hace divagar. (Reyes inspira una bocanada de aire que sabe a euforia cansada. «Si es que, hasta cuando camino, suena desacompasado»)
Pienso en esto mientras me dirijo al hostal donde solía quedarme el año pasado y que tan buenas historias dio. Ya hasta me dejan la habitación doble aunque venga sola. Me pregunto si será por pura cortesía ,o si es porque les gustaron mis artículos en torno a esta idea y quieren más cotilleos. Quizá intuyan que, al regresar a este espacio, ya familiar, las reflexiones vuelven a encontrarme, como si las paredes del cuarto supieran que aquí el tiempo se piensa de otra manera.
«En el Génesis hay una mañana y una noche. Pero antes de eso, antes de la conciencia, solo existe el ahora.»
Durante 25 minutos me ha ocurrido algo extraordinario: el tiempo se ha suspendido. No existe el después. No hubo antes.
Solo el instante.
Solo el ahora, sin Génesis, sin pecado, sin permiso. No hubo reloj frente al telón mientras me atrapaba.
Me perturba y me rumia la idea de que no podamos mantener ya la atención más de unos segundos. De la subasta constante por lo inmediato. De que una mirada no dure ni un minuto sin que se interrumpa. Me sobrepasa la inmensidad de lo fugaz del tiempo. ¿Cabe, entonces, una medida?
(Suena el compás del reloj del ayuntamiento: 'Ding-dong-ding' Reyes se pregunta si nunca para. Si los vecinos se acostumbran a vivir con esa erosión temporal constante)
V-E-I-N-T-I-C-I-N-C-O. Como este año. Como media vida. Como los segundos de atención. Veinticinco minutos de entrega absoluta. Y cuando ocurre, cuando todo un pueblo arraiga en la misma frecuencia y habita ese presente sin fisuras, llega.
El A-H-O-R-A.
Ese estado que solo es posible en la auténtica felicidad. El Ahora que, con la edad, se volatiza entre obligaciones y memoria. El Ahora, que en la niñez era nuestro único tiempo posible.
Allí, ante el telón, en la oscuridad expectante, se nos permite volver, «sien más plateada», a ese paraíso detenido.
Por un instante. Por 25 minutos. Por la única vida.
Y entonces, como en los días primeros, el tiempo suspendido.
Y entonces, como en los días primeros, la Infancia.
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