Carnaval de Cádiz

La falta de respeto a las agrupaciones callejeras: grabaciones sin permiso y ganar dinero a costa de ellas

Las chirigotas lamentan que las redes sociales estén difuminando la esencia del carnaval ilegal

Las chirigotas callejeras se plantan ante las agresiones: «Hay que poner límites, es inaguantable»

Chirigotas ilegales en acción. Antonio Vázquez
José María Aguilera

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El Carnaval callejero sufre en estos días las agresiones de vecinos que han atacado, con agua, lejía e incluso amenazas, a diversas agrupaciones que durante la semana grande de Cádiz interpretan sus repertorios por las calles y esquinas de la capital. Un problema de difícil solución, pero que merece al menos una campaña de sensibilización por parte de los medios de comunicación y una mayor implicación de las administraciones públicas y las fuerzas de seguridad.

Hay más. El paso del tiempo, la irrupción de nuevas fórmulas de comunicación, afecta a esta fiesta 'ilegal' de manera notable. Internet en general, redes sociales en particular, alteran el normal funcionamiento de este festejo que forma parte de la tradición y el folclore del gaditano.

En el aspecto 'positivo', es un altavoz del Carnaval y propicia que cada vez vengan más visitantes a nuestra tierra en este mes de febrero, un balón de oxígeno para el turismo y la hostelería en fechas diferentes a la temporada estival. Los alojamientos están casi llenos a precios desorbitados y no es fácil encontrar una mesa libre en un restaurante.

Grabaciones sin permiso

Pero en el negativo, empieza a haber demasiados aspectos que desequilibran la balanza. Chirigoteros y romanceros hablan de masificación, y por tanto más ruido, una dificultad extra para interpretar el repertorio. La ciudad se va quedando pequeña para tantas agrupaciones que participan de esta fiesta, así que las más reconocidas (las que tienen más seguidores) optan por explorar nuevos escenarios. La Viña ya está masificada, al igual que el Pópulo los miércoles, así que además de Sagasta (por la zona de San Lorenzo) se está cantando en lugares como José del Toro (cerca de Palillero).

Y hay más. «Esto se ha convertido en una moda», propia de esta sociedad, «y hay mucha gente que no entiende lo que es el Carnaval ilegal. No se respetan los silencios, muchos vienen con ansiedad, buscando a las más conocidas para escucharlas, hay acoso y derribo en redes, te preguntan insistentemente cuándo y dónde vas a cantar... y esa no es la esencia, que consiste en venir sin prisas y escuchar y disfrutar de las que te encuentres. Se nos está yendo de las manos», lamenta Ana Magallanes.

Esta fiesta no es de consumo rápido, se necesita fluir. Ahora, aparece por la calle uno de esos grupos 'top' (cuando no debe existir la jerarquía del Concurso) y en cuanto comienzan a actuar se levantan un sinfín de manos con sus móviles grabando el repertorio. «El tema de las redes trasciende al Carnaval», reflexiona David Medina. «Los aficionados graban y comparten todo. Hay gente con buena intención, pero hay otros que lo hacen con ánimo de lucro, y eso no es momento ni forma».

Y es que «saben que las reproducciones de estas chirigotas en redes tendrán muchas visualizaciones y por tanto ganarán dinero con ellas. Así que se lanzan el primer día para ser los primeros en colgarlos. Pero nosotros no ensayamos, vamos madurando el repertorio, aprendiendo las letras a medida que pasa la semana, así que exponen una cosa que no está terminada. Algo que está mal hecho, que no nos representa», critica.

No sólo eso. El Carnaval callejero no se amarra a normas, es espontáneo, y puede que a ciertas horas de la noche tal agrupación se encuentre con la mitad de componentes, sin los instrumentos, y algunos no en las mejores condiciones. «Todo esto trasciende y nos vemos en situaciones que no nos gustan. Por ejemplo, las hermanas López Segovia (chirigota d las Niñas), son profesionales de la escena y aquí vienen a Cádiz de fiesta. Es su imagen pública y les puede perjudicar, a ellas o a cualquier otro compañero». Sin impedir la grabación, la línea no es más que el respeto y el sentido común.

«Es una barbaridad, todo el tiempo grabando», comenta Magallanes. Ya he tenido algún problema porque no he querido que me graben. Si ellos tienen el derecho a grabar en la vía pública, yo tengo el mío de dejar de cantar hasta que bajen el móvil». Pide hacer un poco de autocrítica pues «poniendo donde actuamos por las redes sociales se perpetúa toda esta masificación y no nos conviene». Tremendo que con una obra propia que se entrega gratuitamente de forma altruista, a cambio sólo de la voluntad, haya quien se aproveche para hacer negocio.

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