Carnaval de Cádiz

De un palco sale humo

«La ignorancia está menos alejada de la verdad que el prejuicio» (Diderot)

Enrique Goberna

En el momento en que se publique este artículo —yo lo escribo horas antes de la gran final—, 'Los calaítas' ya habrán conocido su destino. Pero lo que de verdad me interesa no es tanto el resultado, sino el camino hasta llegar ahí. Porque si algo es seguro es que el jurado se encuentra ante una encerrona de la que solo puede salir mal parado. Para mí, como observador externo y aficionado no fanático, la gran pregunta no es quién ganará, sino cuánto va a retorcerse el sistema para justificarlo.

Lo ocurrido con 'No te vayas todavía' en 2017 es un perfecto precedente de lo que puede estar a punto de repetirse. Una chirigota que arrancó con puntuaciones discretas y que fue escalando fases gracias a la evidente contradicción del propio jurado, que, al verse desbordado por el fenómeno social, terminó concediendo valor a lo que inicialmente había menospreciado. Subida de puntos tras subida de puntos, hasta llegar a una final donde ya daba igual que rozasen el pleno de puntuación, porque la losa inicial les impidió coronarse con el primero. De aquellos 180 puntos de preliminares a 284 en la final, donde además no solo seguían inalterables los elementos fijos, sino que incluso el cuplé repetido era de la fase preliminar. Si no sabían lo que pesan los prejuicios en el carnaval de Cádiz, echen la cuenta: ciento cuatro gramos.

¿Está ocurriendo lo mismo con 'Los calaítas'? La intuición me dice que sí. Solo tienen que revisar los lectores el incomprensible ascenso que los jurados de los medios —ya saben a qué me refiero— han ido otorgando a esta agrupación a medida que iba cayendo en gracia al gran público. Háganlo, y se echan unas risas; lo encontrarán tremendamente instructivo. Que no les quepa duda de que, si a personas anónimas les afecta la presión, a los que están en el palco aún más, porque además serán los señalados.

Para mí tan interesante como la final, será ver cómo el jurado soluciona la papeleta en la que el propio concurso y la novelería gaditana lo han metido. Algo me dice que si hubieran dejado en el corte de preliminares a esta chirigota, tampoco habría generado una gran polémica y hoy tendrían una final mucho más apacible. Porque el carnaval de Cádiz, además de arte, es a veces sociología en estado puro. ¿Será capaz el jurado de resistir la presión cuando sobrevenga en la final el clamor de «¡Campeones, campeones!»?

El sistema de puntuaciones en un concurso tan largo como este se vuelve un arma de doble filo. Al final, los números no cuadran, y para salvar la dignidad y la coherencia, la acción del jurado se convierte en un ejercicio de ingeniería aritmética para justificar lo injustificable. Se le atribuye a Einstein aquello de que un átomo es más fácil de desintegrar que un prejuicio. Háganle caso al bueno de Alberto.

Aquí seguimos, seguramente ante un jurado que, de nuevo, habrá sido víctima de un sistema de puntuación y un reglamento estúpido que permite que estas cosas ocurran.

Y mientras tanto, yo sigo defendiendo lo mismo: dejemos las centésimas para pesar uranio, valoremos la obra como un todo indivisible, y hagámoslo solamente al final de cada fase, con perspectiva. Si la risa se produce en un pasodoble o en un cuplé, es igual de milagrosa y sanadora; tampoco un pellizco en el alma necesita calculadora. Pero, claro, eso sería demasiado lógico, y en este concurso la lógica pesa menos que los prejuicios.

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