CARNAVAL DE CÁDIZ
Cupletinas, o el arte de aburrir
Multiplicar por tres los cuplés no hace sino triplicar el desastre
El Concurso Oficial de Agrupaciones del Carnaval de Cádiz siempre ha sido un laboratorio de tendencias. Cuando irrumpió una agrupación exitosamente con un contrabajo, pareció durante los siguientes años que se abriera el plazo de audición para una convocatoria de contrabajista de la orquesta nacional. El año que gane una comparsa con una guitarra desafinada, al siguiente tenemos a la mitad de los grupos con la sonanta afinada con una motosierra por diapasón. Este 2025, el fenómeno a estudiar es otro: las cupletinas.
La cupletina, por si nos leyese alguien de Burgos, es la práctica de encadenar una serie de cuplés seguidos con un solo estribillo para cada tanda, lo que significa que el sufrido espectador puede llegar a soportar hasta seis o más cuplés de un tirón antes de encontrar descanso en el estribillo. Y todo esto, señoras y señores, ocurre en un concurso donde escuchar dos buenos cuplés ya es toda una odisea digna del primo cachas de Ulises.
No hay que ser demasiado perspicaz para encontrar el porqué de esta modita. Desde que en los dos últimos años las chirigotas ganadoras han utilizado esta fórmula, las cupletinas han tomado el concurso por asalto. Especialmente con 'Los exageraos', que el pasado concurso lo hicieron con tal maestría que parecían demostrar que, efectivamente, más es mejor. La consecuencia ha sido inmediata: este año no solo las chirigotas, sino también comparsas, sí, ¡comparsas!, han decidido probar suerte perpetrando el experimento. Que Dios nos pille confesados.
Lo irónico es que la cupletina no nació en el Falla, sino en la calle. Allí surgió como un recurso práctico para evitar la sobreexposición del estribillo; en otras palabras, para que no se 'quemara' demasiado pronto, dado el volumen de repertorio de cuplés que suelen manejar las ilegales. En su adaptación al concurso, en cambio, hemos pasado de un remedio funcional a un problema estructural: si antes había que soportar dos cuplés mediocres por agrupación —cuando no malos de solemnidad— ahora nos toca escuchar seis seguidos, a cada cual peor.
Porque no nos engañemos, escribir dos buenos cuplés ya es una tarea complicada. Años y años de repertorios han exprimido hasta la última gota de ingenio sobre suegras, cuñados y vecinas con bajera. Si sacar dos cuplés decentes es difícil, sacar seis buenos es casi un milagro. Y si no tienes gracia para escribir uno, multiplicarlo por tres no hace sino triplicar el desastre.
Más que una estrategia, la cupletina se está convirtiendo en una trampa mortal para los autores menos inspirados o para aquellos que no tienen amigos de verdad. Y aquí nos ven a nosotros, los espectadores, convertidos en mártires de la lotería cupletinera, rezando para que al menos uno de cada seis nos arranque una sonrisa. O, en su defecto, que no nos arranque la afición.