OPINIÓN

El mismo cuento cada año

Los romanceros luchan por el lugar que merecen mientras la organización sigue dándoles la espalda

Enrique Goberna

No es ninguna sorpresa, pero sigue siendo indignante que los romanceros continúen siendo la Cenicienta en carnaval. Se les invita a la fiesta, se les hace desfilar por la alfombra roja, se les exige calidad y compromiso, pero cuando piden lo mínimo para disfrutar del espectáculo que ellos mismos hacen posible, les dan calabazas.

Cada año, el cuento se repite con la misma desidia burocrática. Peticiones de entradas, acreditaciones y facilidades para que los artífices de este concurso puedan, al menos, verlo sin mendigar. Pero no, desde la organización parecen empeñados en recordarles que su modalidad sigue siendo la hermana marginada de la familia del carnaval oficial.

El argumento que se esgrime para negarles algo tan básico como dos entradas para cada intérprete por sesión es que «hay demasiados participantes y se reduce el aforo disponible para el público general». Resulta cuando menos sospechoso, porque quienes son asiduos del concurso saben de sobra que en la Tía Norica no todas las localidades se ponen a la venta y que con un poco de voluntad se podría encontrar acomodo en ese Teatro durante las semifinales y complacer, aunque fuera parcialmente, a los participantes. Aún más incomprensible resulta que en la final, que ya se celebra en el Falla con un aforo muy superior, no haya un gesto de generosidad para los verdaderos protagonistas del concurso.

Que el concurso de romanceros sea el de mayor vigor y crecimiento en los últimos años parece no importar cuando llega la hora de repartir derechos y dignidad.

Pero la injusticia no se detiene en los intérpretes. Aquellos que altruistamente colaboran con la difusión de los romanceros, fotografiando, grabando en vídeo y compartiendo este arte para que tenga el reconocimiento que merece, tampoco encuentran facilidades desde la organización.

Desde la Asociación de Romanceros de Cádiz no se están pidiendo privilegios. Se solicita algo tan sencillo como dos entradas de cortesía por intérprete en las fases de semifinales y final, así como la posibilidad de comprar (pagando, sí, pagando) un pequeño cupo de entradas para repartir entre familiares y allegados. Una petición razonable, asequible y fácil de gestionar, pero que parece encontrarse cada año con la negativa tozuda por parte de quienes organizan el concurso.

Aún están a tiempo de corregir el rumbo y demostrar que el romancero merece respeto y consideración. Que no haga falta escribir cada año la misma queja, la misma petición, la misma reivindicación; que no volvamos a contar el mismo cuento el próximo febrero. Que se les tome en serio como lo que son: la esencia misma del carnaval callejero.

Porque si no lo hacen, quizá Cenicienta acabe marchándose de la fiesta antes de las doce y, de paso, le dé un babuchazo de envergadura al príncipe. Y ahí se acabe el cuento.

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