CARNAVAL DE CÁDIZ

Carnaval bajo asedio

«La cultura no se hereda, se conquista.» – André Malraux

Enrique Goberna

El que suscribe estas líneas lleva más de 30 años pateando las calles con una agrupación carnavalesca o un romancero. Treinta años de coplas, de risas, de vecinos que se asomaban con ganas de compartir y participar, de papelillos revoloteando en el aire, de manos caritativas que bajaban botellas de vino desde los balcones con la misma generosidad con la que los Reyes Magos reparten caramelos.

Los tiempos han cambiado. Ahora lo que llueve desde los balcones no son serpentinas, sino cubos de agua; y ojalá fuera solo agua. Este año, el saldo ha sido bochornoso: callejeras empapadas, romanceros interrumpidos a cubazo limpio y hasta agresiones al público, como si disfrutar del carnaval en la calle fuera un crimen. La callejera amiga 'Los Balconetti' convirtió el dolor en bálsamo e ironizó magistralmente sobre este fenómeno hace ya una década. Que alguien me explique por qué antes un malaje era la excepción y ahora parece una nueva tradición. Lo más fascinante de todo es que estas agresiones se han convertido en un fenómeno imitativo. Lo ve uno y piensa: «¡Ah, qué divertido! Yo también quiero ser un capullo esta noche».

Y aquí es cuando toca preguntarle al Ayuntamiento de Cádiz: ¿dónde estáis, almas de cántaro? Porque cuando llega la Semana Santa, milagrosamente, los penitentes no tienen que esquivar cubos de agua. ¿Por qué las bandas de música pueden tocar a cualquier hora sin incidencias, a pesar de los decibelios con las que cornetas y tambores rompen el silencio de la madrugada santa gaditana? ¿Será —es un poner, eh— por la presencia policial en las calles?

Es curioso cómo el carnaval, la joya cultural de esta ciudad, su seña de identidad más reconocida, se ve desprotegido y relegado a la categoría de «molestia». Queremos que el Carnaval de Cádiz sea declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, pero parece que los primeros en sufrir el olvido son los propios protagonistas de la fiesta. Nosotros, los que lo hacemos grande, somos los únicos que se mojan. Sí, que se mojan en todos los sentidos. ¿Qué tal si nos protegéis igual que a cualquier piedra histórica de la ciudad? Que al menos algunas de ellas disfrutan de vallas, cámaras y seguridad ante vandalismos.

Porque, al paso que vamos, dentro de poco nos pondrán un cartel, como en aquellos bares: «Se prohíbe el cante». Y ese día, Cádiz, la de las alegrías, la de la guasa y la libertad, se habrá pegado un tiro en el pie. Será una ciudad cualquiera, una ciudad de vacaciones, pero no la nuestra, la que amamos y la que hacemos amar a quienes nos visitan desde cualquier rincón del país.

A quien corresponda: hagan algo. Trabajen. Reúnanse con representantes de agrupaciones callejeras y asociaciones de romanceros, y busquemos una solución antes de que participar o disfrutar del carnaval se convierta en un deporte de riesgo.

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