opinión carnaval
El alambique del Selu
«¿Y vio usté a mi agüela, a mi agüelita de mi alma, a mi agüela? A su agüela yo la vi.»
Estos últimos años solo han hecho confirmar el frío que se pasa con las ausencias de Aragón y el Selu en las tablas del Gran Teatro Falla. Qué digo frío, un invierno glacial. No está precisamente sobrado de talento y singularidad el concurso de agrupaciones como para no añorarlos, y no parece que de momento haya un relevo que ayude a arrimar algo de leña —un tronquito siquiera— a la chimenea.
Visto lo visto, vamos a tener que hacer un escote entre los presentes para pagar al Selu un buen seguro médico. Que no se ponga malito nunca. Al primer estornudo lo mandamos para ASISA. Si es preciso habrá que darle también mucho cariño para que no se moleste por alguna crítica si llegado el día hay que hacérsela con lealtad, pero que no se aburra ni lo aburran porque no se otea un recambio solvente en el horizonte.
Y es que el Selu lo ha vuelto a hacer. El cabrón tiene un alambique en su casa donde añade al cocimiento elementos cotidianos producto de una aguda observación, sus puñaítos de ingenio, su pellizco de maldad, y ahí lo deja destilando hasta que extrae la última gota de esencia de los personajes a los que parodia. Un elixir, fruto de una triple destilación, que en estos momentos solo está a su alcance. Es un alquimista del estereotipo. Un maestro en lo suyo.
Entiendo que para los no iniciados en el flamenco puede resultar una chirigota menos accesible que otras, pero no por ello deja de ser un monumento glorioso para la modalidad. Algunos de los personajes de ese cuadro flamenco son muy reconocibles. El remedo por bulerías del propio Selu a Manuel Molina, con su peculiar manera de abrazar la guitarra, es sorprendente. Todo el repertorio rezuma gracia y calidad a raudales.
Alegrías, bulerías de Cádiz, tanguillos, guajira, martinete, incluso una siguiriya… ¡Ay Jose Mari, que estás cumbre! No está al alcance de cualquiera conseguir desacralizar palos como la soleá con el texto de una canción infantil intrascendente, sin que la sátira resulte ofensiva.
Puedo imaginar el trabajo que habrá tenido el grupo estos meses, porque es muy difícil acometer esos giros vocales y esos remates del cante, musicalmente «ad libitum», donde los cantaores aplican el tempo o ritmo interno de manera libre. Ensayar algo así y poner de acuerdo a doce componentes sin que resulte ortopédico no debe ser nada fácil.
Brillante la aportación de Ignacio Álvarez, una de las notables incorporaciones de este año; gran guitarrista, mejor persona y con un sentido del humor privilegiado. Antes salió con Paco Rosado y Luis Ripoll, con Juan Carlos Aragón y ahora con Selu. Si le suman que también salió algún año conmigo en la callejera, pues ya lo tienen ahí. Retírate, Ignacio. Ignacio de mis entretelas, Ignacio. Te lo juro. Retírate ahora, querido, que ya has salido con los mejores. Por mi mare.
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