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La vida más allá del Teatro Falla, lo que queda de Cádiz
Los ausentes de hoy se mantienen tan presentes en la fiesta que las antologías de los que salen y los que no salen intervienen fuera de concurso en la categoría de bandas tributo
Todo el mundo se pregunta si hay vida más allá del Falla. Los que vuelven al teatro que les vio nacer, tras ocho años de búsqueda por otros senderos, cantan lo que piensan acerca de Cádiz. «Somos los que quedamos, los que nos fuimos», advierten las ratas en boca de quien nunca se había ido, Jesús Bienvenido, que viene de obtener lo contrario del olvido, el reconocimiento a su genuino genio creativo, con unas cuantas muestras de su querencia al espectáculo músico teatral, y se explaya a gusto en una suerte de desamor por Cádiz y sus circunstancias.
«Mañana no sé si estaré o no estaré», barrunta Bienvenido, que detiene el tiempo desprovisto de exuberancia musical, sugiere los ecos de la fusión de sones y ritmos del mundo entero que emplea allende las fronteras del Falla, y lo hace en su justa medida. Lo mismo ronea alrededor de un exclusivo duelo de guitarras, -que ahoga la primera exclamación pública de su retorno, «¡Vamos a escuchar, por Dios!», suelta un anónimo gaditano-, que abre los pasodobles henchido de orgullo de pito de copla, renueva las hechuras del cuplé o se acuerda de uno de sus pasiones, el tango. La comparsa permite, sin fisuras, que el mensaje se escuche con claridad. «Aquí no mando yo, en mi barrio ya no mando yo, en mi barrio ahora manda cualquiera». El sol fallece en el agua que es para aplaudir«.
Mira tú por dónde, Bienvenido representa ahora a los que sobran. Él, que hace unos meses confesaba que no le gusta la competición ni los devaneos actuales del concurso, se reviste de la gente que aprendió a cantar por no llorar, la estirpe selecta de la calle caída en desgracia, los fuera de la ley de la oferta y la demanda, caraduras de renta antigua desahuciados en los límites de su ciudad. «Cádiz se vende. Mejor dicho, se regala. Nos la han quitado de las manos».
Más allá de nuestras mentes diminutas, algunos de los más brillantes artistas de ayer y de hoy veneran la música de Cádiz y distinguen con su amistad a sus portavoces. La conexión del Carnaval con la música comercial, por así decirlo, ha crecido a la cola del viento. Joaquín Sabina, Jorge Drexler, Kiko Veneno, Javier Ruibal, Vanessa Martín o Manuel Carrasco han visitado un montón de veces este rincón, se han enfrentado al teatro Falla con sus argumentos de postín, han pisado las calles, han bailado el vodevil del caos ordenado y también han abrazado los trucos de los grandes de la fiesta.
Manolo García agrada mucho en Cádiz, nadie como Cádiz para memorizar al pie de la letra las insondables metáforas del juglar catalán, que ha grabado numerosas referencias a esta ciudad, desde los tiempos de El Último de la Fila, cuyos conciertos en la provincia aún se recuerdan con emoción. Manolo García se encajó una vez en Cádiz «de incógnito» a disfrutar de las parodias del cuarteto del Gago. El Gago es un gran aficionado al rock y a los trovadores hispanos. Y García destila modales de comparsista y alegorías por demás.
Los Juancojones estuvieron a punto de compartir cartel con Joaquín Sabina. En su mejor momento, la chirigota del Love trabó complicidad con Pancho Varona, guitarrista, arreglista y escudero fiel de Sabina hasta hace poco. Existen correos electrónicos que prueban los pensamientos de Varona de convencer a Sabina de «hacer algo» con la chirigota. No llegaron a buen término esas promesas de teloneros en ciernes, pero el ingenio gaditano corrió como la pólvora. Lo típico.
En Cádiz nadie llama Alejandro Sanz a Alejandro. Hay confianza. Alejandro asistió una tarde, desde la intimidad de las bambalinas del Falla, al estreno de los Golfos de Cádiz, y ya antes había difundido a las teclas del piano las letras más rebeldes de Juan Carlos Aragón. Otra noche, en los camerinos improvisados del colegio San Felipe, alguien regaló a los charnegos de Estopa una cinta de Los Yesterday, pa' que supieran lo que es bueno. Y el viejo rockero que nunca desfallece, y que se ha retirado ya más veces que Bustelo, se hartó de firmar ejemplares de su libro de memorias escoltado por el monumental ángel, David Medina y Andrés Ramírez, enormes escritores de romanceros que presentaron los «greatest hits» del granadino como nadie lo había hecho antes ni lo hará. A los hijos del rock and roll, Bienvenido.
Por eso, y por muchas cosas más, los de Bienvenido han venido a cantarte, ante tanta gente, entre tanto ruido, para quitarse de encima las dudas menos interesantes y denunciar la deriva de los hechos consumados, la especulación del suelo y los efectos navales que produce la invasión del turismo, al compás de esas maletas que suenan como cascos de caballo. Barrios sacrificados, comercios al limbo del interés creado, precios disparados, excursiones insolentes, el maremoto que llegó por el Puente.
Convertidas en souvenirs, las ratas narran las vicisitudes de su exilio interior como quien necesita con urgencia expresar su vehemente desencanto a los vientos con tal de no tirarse a los bloques.
Bienvenido no disfraza su ideología y dirige la mirada a «los aficionados de derechas» que a su juicio no representan a la fiesta, chirigoteros de salón, a quienes espeta que el Carnaval fue «la conquista
y el grito de la clase obrera«. Uno no sabe muy bien a quiénes se refieren estas ratas, porque vivo en el campo, cuando lamentan que se les cae el alma al contemplar »lleno de fachas el Gallinero«. No hay manera de rematar un pasodoble de esta guisa que subrayando su negativa a ser un bufón de Palacio. Aplaude hasta el Gallinero, paradojas del Carnaval. En el Gallinero, dicho sea de paso, cada vez se sienta a escuchar menos gente de Cádiz. Otra paradoja.
Consulte el espléndido libro «Carnaval Pop», obra del prolífico cantautor Fernando Lobo, si quiere recorrer los vericuetos del encuentro del Carnaval con el resto del mundo. Fernando, que estrena estos días su séptimo disco, poeta a tiempo completo e incluso callejero romancero en su fiebre carnavalera, publicó el volumen en la editorial Gong, de los Hermanos García Pelayo, leyendas del cine, la producción discográfica y la música en directo. Gonzalo y Javier impulsaron la carrera de Triana y Cai. La voz de Jesús de la Rosa pervive en numerosas comparsas de Cádiz, lo mismo que desnuda su legado la guitarra de Paco de Lucía, y el recordado batería Diego Fopiani, Fopi, cantaba desde el fondo del alma de Cádiz y marcaba el ritmo que aprendió de chico persiguiendo a las chirigotas por los callejones de La Viña mientras aporreaba una lata de sardinas, y arrimándose al vandalismo eléctrico de Jimi Hendrix. Fopi era más de los Rolling Stone que de los Beatle. Se le echa mucho de menos.
Martínez Ares se largó a Madrid a probar fortuna, en el instante preciso en que emprendió su larga retirada, y firmó un disco de canciones, ¡canciones! Lo intentó de veras, compuso hermosas piezas para Pasión Vega y otros artistas, pero en su debut en solitario dejó claro, por si las dudas: «No sé si volveré». Lo mismo que sostiene hoy Bienvenido en el oráculo gaditano. Martínez Ares transitó por diversos géneros musicales y dejó su impronta, aunque acaso se hizo la pregunta de marras, «¿hay vida más allá del Falla?» y retornó a la senda del concurso.
Una semana de encierro y ya se sienten en carne propia y ajena las contraindicaciones del veneno de las coplas. Los gaditanos no pueden alardear de haber inventado el metaverso, el oportunismo, el falserío y las porfías entre autores que hoy rentabilizan en la pantallas el Broncano con el Pablo Motos. Las calles del mundo se parecen demasiado a los duty frees de los aeropuertos. El tiempo vuela, la gente canta o vitorea ideas con las que no está necesariamente de acuerdo, sabes lo que te digo, las buenas noticias planean sobre aviones de papel pintado y los chistes malos vuelan directamente a la mismísima papelera de reciclaje, anuncian otro simulacro de tsunami, ya se ven personas hablando solas por los rincones y quiera Dios que el concurso sea sostenible tras la ecografía de febrero. Se antoja una broma de mal gusto que los coros comiencen a cantar en la cuarta sesión del concurso, luego los necesitaremos en la calle.
A Bienvenido le está yendo bien su aventura en las inmediaciones del arte accidental, tal vez por no haberse apartado demasiado de aquello que le dio a conocer y que domina como él mismo. Así se trasluce de «El balsero» o «Rámper», donde el Carnaval convive con el flamenco, como es natural, el circo, el vals peruano y la canción de autor. Pero no deja de ser Carnaval de Cádiz sin cortapisas. Hay quien considera «El balsero» una comparsa más de Bienvenido, a su manera. Una comparsa de uno. «El Rámper» se distancia en cierto modo del Carnaval para adentrarse en el susodicho espectáculo músico teatral, nada que ver con el actual espectáculo músico teatral del Falla, la feria de las vanidades.
En sus «Cuatro suites de Momo» o «Tango a tres», el funambulista gaditano comparte su amor incondicional por el funk y el soul de los admirados Agapornis, pero también el rock, la cumbia que tanto enamora en América, el ska, la rumba, el swing, el reggae por la gracia de los rastamanes y hasta el rock andaluz. Y halla la diferencia y el sentido de la vida dentro de los tesoros ocultos de algo tan nuestro como de todos.
Rocío Jurado cerraba el teatro Pemán acabaítos los conciertos de los eternos festivales de verano y se juntaba con lo más granado del jaleo, sus compadres de fandangos y tente tieso, entre ellos uno de los monarcas de la comparsa, Antonio Martín, que subió a las tablas de algún que otro verano infinito y lustró con su comparsa la prodigiosa voz de la chipionera. Qué decir de la relación de Rocío con Cádiz y su Carnaval. Falta tiempo. La memoria también colma de barniz, a bote pronto, los impagables ratitos que la ciudad pasó con Carlos Cano y sus murgas, los desfiles de coros por la iconografía del estribillo redentor, las manchas de humedad y los fotogramas de horizontes lejanos.
Ni que decir tiene que la banda sonora que interpreta Cádiz cuando se marcha a conocer mundo asombra a propios y extraños en los teatros. Palabras mayores dictan las notas de Chano Domínguez y Antonio Lizana, grandes del jazz que salieron de Cádiz dispuestos a calmar la ansiedad de la población mundial con sus destellos de luz.
En el azaroso mundo del arte, cuanto peor se porta la vida, mejores canciones apuntan las musas por bajini. Lo suyo, en Cádiz y en el resto del globo, es sufrir a todo lo que da y coleccionar citas célebres con las que completar alguna cuarteta de popurrís. «Mata a mis demonios y mis ángeles morirán también», dijo el dramaturgo Tennessee Williams, cajonazo de no recuerdo qué año.
Los ausentes de hoy se mantienen tan presentes en la fiesta que las antologías de los que salen y los que no salen intervienen fuera de concurso en la categoría de bandas tributo. En Cádiz, viajar al más allá significa, de toda la vida, coger un Pegaso camino de Puntales, allá donde descansan los barquitos y el viento dibuja espuma blanca en la cresta de la ola.
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