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Los secretos mejor guardados del humor propio gaditano

El humor de Cádiz no busca excusas, ni hace prisioneros, quita las telarañas a la rutina, va con el viento de cara y no practica el «copiar y pegar»; el humor bueno de Cádiz tampoco juega con las cartas marcadas

Imagen del cuarteto 'Tres notas musicales'. l.v.

ENRIQUE ALCINA

Cádiz revalida a estas alturas del almanaque el título de campeón mundial del humor de los pesos pesados. Una responsabilidad al alcance de pocos. Todos saben que el gaditano no es gracioso; tiene ángel, y que las coplas de Carnaval merecen un lugar privilegiado entre los más sofisticados sistemas de mecanismos de defensa y crítica social. Los humoristas profesionales de la Piel de Toro bajan al Sur para impregnarse del misterioso perfume a humor propio de la tierra y, de paso, zamparse unas suculentas viandas fritas a la orilla del tiempo quieto. En los clubes exclusivos de la comedia o los países para reírse de la existencia, esos programas de televisión de la nueva centuria que no ocultan su amor al chispazo de ingenio gaditano, apenas participan nuestros héroes de la risa porque ellos pertenecen a un mundo aparte.

Vamos a ponernos serios. Este artículo no contiene chistes. Rimas y leyendas del cuarteto, tal vez la modalidad más difícil y menos agradecida del concurso. Una vez me contó el Gómez, factótum, junto al Rosado, de algunas de las páginas gloriosas del humor en el Falla y en la calle, que El Libi, personaje sin igual que durante años manejó como pocos las claves de la retranca gaditana, estuvo a punto de formar parte de Tres Notas Musicales, el cuarteto por antonomasia de la era moderna. Pero la idea no cristalizó porque los entonces anónimos mandamases de Talleres Cuplesur, a la sazón los Lennon y McCartney de nuestro obladí obladá, prefirieron no contar con tres ases del protagonismo escénico, demasiado para el cuerpo, y prefirieron otorgar el brillo al Peña y al Masa, que nunca tuvieron rival en lo suyo, y así no provocar una lucha de egos gigantes.

El humor de Cádiz no busca excusas, ni hace prisioneros, quita las telarañas a la rutina, va con el viento de cara y no practica el «copiar y pegar»; el humor bueno de Cádiz tampoco juega con las cartas marcadas.

El cuarteto del Gago ingresó en el Olimpo, a mi juicio, hace ya algunos años. Hace reír con rimas sonantes y cantantes, y además da tela de caña. Sin miedo a ofender. Repartiendo a domicilio a diestro y siniestro. «El machismo de Cádiz se está perdiendo y es una pena». Blanquea el humor negro que algo queda. Hay muchos tipos de humor. El cuarteto del Gago muere por la ironía, incluso por el sarcasmo, y demuestra que el humor, como el amor, ha cambiado mucho aunque no tanto.

Años después de la irrupción de Tres Notas Musicales, tras el fallecimiento del Peña, que era el Fred Astaire del Carnaval de Cádiz, maestro de la interpretación con mucha elegancia y poca memoria, su compadre el Masa, sentado como un buda en el mesón Trinidad del barrio de La Viña, rodeando con su inmensa humanidad a una envidiable fuente de cuarenta albóndigas en tomate, reconocía, entre bromas y veras, que soñaba con salir con El Libi alguna vez. «Apunté su teléfono en una servilleta pero la he perdido», lamentaba. El Masa vivía muy cerca de la iglesia de la Palma, arriba de otro mesón, Ca Felipe, donde se gestó la meteórica ascensión y el célebre carajazo del aerolito gaditano, tú sabes, el trozo de hielo que analizaron los científicos mesetarios y que en realidad retrataba los restos del alivio de la nevera de Felipe Martín, con sus escamas y sus bigotes de camarones. Cuando murió, abandonado a su suerte, sin apenas amigos, tuvieron que bajar al Masa con cuerdas y poleas. El funeral se convirtió en la última parodia mancomunada del siglo. El cura se mosqueó, echó la bronca a los fieles por no prestar demasiada atención y no se lió de milagro. En Cádiz hay que tener cuidado con los límites del humor, el bueno y el malo, el humor de piel fina y el humor de trazo grueso, y conviene saber quiénes responden a las categorías de los elegidos y los proscritos.

De nuevo al compás del cuarteto del Gago, que hace frente a la nueva ola ultra de puritanismo, «hablando del bien haciendo el mal», esgrimiendo con naturalidad y gaditanismo recursos de ayer y de hoy, el destino se marca un guiño magnífico a sus mayores, el cuarteto del Peña y el Masa, pues los susodichos emulan aquella rima de Logroño con su particular oda a la envergadura de cierto jugador de color (negro). «Po la gente se ríe», dicen. «Po a la gente le gusta», declamaban Tres Notas Musicales. La burla, la irreverencia y la poca vergüenza completan el cuadro.

Tres Notas musicales marcó una época, la luminosa etapa de los años noventa, y con el tiempo se ha erigido en quitapenas fulminante para los ansiosos seres humanos que se calman y se vienen arriba sólo con presenciar sus actuaciones a toro pasado. A la carta. Nunca perderán vigencia los conciertos del trío; es más, se pueden encontrar detalles nuevos en cada visionado por el tubo cibernético. El concierto de año nuevo en Viena no vale na, to los años lo mismo, valses en papel de estraza, casualidades de la guerra mundial, popurrises sinfónicos insuperables, parodias a la familia irreal, rollazos culturales directos al mentón de las élites, lecciones de música clásica y golpes de efecto para toda la vida. El himno de la alegría, qué alegría de irnos.

A raíz de Tres Notas Musicales, el género cuartetero tomó tal pujanza que algunas agrupaciones punteras compartieron cartel con profesionales del humor patrio. El Velatorio del Libi, sin ir más lejos, ejerció de telonero del hispalense Paco Gandía, mucho antes de que las figuras del humor rimado salieran de gira en calidad de artistas propiamente dichos, más allá de las tablas del teatro. Hoy llenan salas sin apenas pestañear los Morera, Meni y Aguilera, por citar algunos ejemplos, o escriben artículos mayúsculos sobre las cosas de Cádiz, caso de Vera Luque. Otros, como aquel Pink Floyd del cuarteto de Rota, dirigen programas de humor.

El cuarteto de Rota quebró esquemas en el Falla, y su trabajito le costó, pues tropezó al principio con cierto desprecio de la afición más purista, que no admitía «intrusos» llegados de otras esferas de la cultura popular, por así decirlo. Los roteños propinaron unos cuantos pelotazos sonados hasta que optaron por hacer mutismo por el foro para, tal vez, no acabar quemados en la hoguera, pero dejaron huella. ¿Que no?

El verdadero congreso de la lengua reside en las catacumbas del humor gaditano que, lejos de mirarse el ombligo en estos tiempos inconclusos, se sitúa al lado del camino de su homónimo hispano. Imposible olvidar, quizá porque ha quedado para siempre, el lenguaje inventado por Chiquito de la Calzada para el resto de la humanidad, también en los rompedores años noventa. ¿Te da cuén? Si los gaditanos tomamos prestadas numerosas expresiones andaluzas para configurar el rico y ambiguo habla de Cádiz que propagó Pedro Payán y que rubrican cada año las mentes sobresalientes de la fiesta, Chiquito pintó un mundo nuevo. Aún se habla el chiquitistaní en las calles de Cádiz. Genio y figura. El absurdo y el surrealismo elevados a la máxima potencia. Cuando venía a Cádiz, la gente saludaba al artista malagueño como América trató a los Beatles durante la invasión del rock británico, un fenómeno de fans irrepetible. Candemor. La última vez que actuó en Cádiz, en la Punta de San Felipe, Chiquito se atrevió a medirse con Joaquín Reyes, miembro de la nueva generación de monologuistas que ha llegado hasta nuestros días con la cabeza muy alta y la lengua muy suelta. Herederos de Faemino y Cansado y muchos otros.

Tiempo atrás, no demasiado, al amparo de la notoriedad que concedía la primera cadena de televisión, cuando no había competencia mediática, por este rincón del mundo pasaban todas las estrellas del humor. Uno conoció, a la vera de los camerinos, a leyendas como Gila, Martes y Trece, Moncho Borrajo y demás. Hoy, gaditanos de postín como Selu o Yuyu, cada uno en lo suyo, a fuerza de currarse los entresijos del humor televisivo o radiofónico, merecen el respeto de sus congéneres del azaroso mundo cómico. Cádiz, por sus partes, siempre rindió tributo a sus ídolos. Este año se ha iniciado con un guiño a Eugenio, el catalán, la alegría de la huerta y con algo parecido a una reacción positiva de la chirigotas, otro cantar.

Por cierto, no es por nadie, pero algunos humoristas de aquí y allá carecen de gracia al bajar del escenario, ni falta que les hace, y otros parecen unos siesos y atormentados, la profesión va por dentro.

Mira tú si es complicado pero agradecido el humor en defensa propia que hoy en día gente como David Broncano o Leo Harlem conocen los vericuetos del espectáculo y el riesgo, las luces pero también las sombras del caprichoso asunto. Leo Harlem triunfa en sus series monográficas pero pincha en hueso cuando recurre a chistes de usar y tirar.

Total, que el humor de Gago y compañía aprovecha el altavoz que ofrece la libertad de expresión que no había antes, cuando los más osados terminaban en la prevención al ritmo de sus cocos locos.

Dicen los expertos que el humor de Cádiz, en síntesis, se diferencia del humor profesional en que basa su razón de ser en la ocurrencia espontánea conta el chiste fácil, sabes lo que te digo, la respuesta rápida y la naturalidad como parte de nuestra «indiosincrasia», menuda gracia, con el sentido crítico y la maldad intrínseca al fondo a la izquierda, la famosa «carga gaditana», que se traduce en meter el dedo en el ojo al semejante con guasa y arte, de tal guisa que los desconocidos o desnortados no saben si hablas en serio o en broma. Cuarto y mitad. Penalti a favor del Madrid.

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