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La final beneficia seriamente la salud
No conviene perderle el respeto al Falla, ni a las agrupaciones, ni al concurso, al socaire de las perspectivas, las expectativas y el desaliento
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No conviene perderle el respeto al Falla, ni a las agrupaciones, ni al concurso, al socaire de las perspectivas, las expectativas y el desaliento. Esperábamos demasiado de los ausentes. Fue largo el camino, treinta sesiones en el diván, bajo el foco público, y de veras que ha resultado la terapia de choque, por la seguridad social y la dignidad de las coplas de Cádiz. Los artistas gaditanos han completado una final de fantasía, que diría un efímero rapsoda del tik tok, tal vez contra pronóstico. Un cartel que desgranará el variopinto muestrario de coros, comparsas, chirigotas y cuartetos y, de seguro, brindará momentos sobresalientes, pasiones y sorpresas. Luego de una semifinales muy superiores a las deslucidas fases iniciales, les ha quedado una buena final, ahora sin exagerar, en su afán de elevar la calidad del espectáculo hasta rubricar cuatro finales en una y fiarlo todo al control remoto del festival universal, orgullo local ni corto ni perezoso.
Esta noche se reunirán en el Falla las grandes potencias para abordar el futuro de Cádiz. Llueve sobre cantado. El Submarino Amarillo viajará allende Puertatierra los dos fines de semana de Carnaval. La final del concurso no constituye la vitrina del arte y ensayo gaditano que décadas atrás se descubría ante la gente de par en par, como una novedad. La afición se acercaba primero a las agrupaciones a través de la radio, imaginaba lo que estaba por venir, grababa a fuego en la memoria el sonido, la atmósfera de las coplas, los telegramas y la descripción de los locutores. Al cabo del certamen, con vistas al mar, la irrupción de la televisión propició el renacimiento, por así mentarlo, del cotillón de fin de año gaditano, que no es otro que la noche decisiva del Falla, tamaño familiar. Algo digno de estudio.
Hace un siglo, el temporal de lluvias que azotó Cádiz alrededor del Domingo de Piñata provocó grandes pérdidas en el comercio local, que reclamó del tirón una prórroga del Carnaval. Denegado. Ese año de sangangui, 1925, el coro «La banda de los 13», obra de Cañamaque, se impuso a la sensación del año, según las crónicas, «La olla exprés» o «Los cocineros modernos», qué bonito nombre para un gastro bar. El concurso se celebraba en el teatro de verano del parque Genovés. El Gran Teatro, mientras tanto, retransmitía por primera vez un concierto. El tenor Miguel Fleta triunfó a lomos de «La Boheme» por las ondas de EAJ3, propiedad de Francisco de la Viesca. A tenor del éxito, fletaron al artista a hombros hasta el hotel Francia y París, donde, jaleado por el pintiparado personal, cantó una jota aragonesa por arribita desde el balcón.
El año que viene acontecerá otro centenario, a razón de las rachas de viento transcurridas desde de que el Gran Teatro pasó a llamarse Gran Teatro Falla, en honor a don Manuel, que también fue revestido de hijo predilecto por esas fechas tan redondas. Será en 1927 cuando el Falla conozca los primeros compases de la agrupaciones carnavalescas. Las murgas se transformaron en chirigotas y Paco Alba estaba a punto de ingresar en las enciclopedias debutando en la categoría de infantiles.
Hoy mismo, la final del Falla responde a las virtudes y las necesidades del momento. Coros arrebatadores, presos de energía y voracidad, que aceptan el desafío. Unos renovadores y otros no tanto. Los niños y los estudiantes han aprendido lo suyo, han procurado arrimarse a diversos géneros dispares para no repetirse. Julio Pardo hijo entiende que el recuerdo vivo de su padre tiene que evolucionar.
Los chavales hacen las cosas sin apenas buscarlo. Los veteranos han de buscarlo, el duende, para culminar las cosas. Los chavales se esfuerzan en adaptarse al pasado de la audiencia, la tradición, y los veteranos preparan el futuro con mayor o menor acierto. Paraíso ahora. Esta noche cantan comparsas llegadas de la cantera, del espíritu nuevo de Jona, del gran estado de forma creativa de Argüez, en la sintonía del capitán Veneno, y de Jesús Bienvenido, que ha reaparecido como un satélite de luz. Y las chirigotas persiguen el mismo patrón del relevo generacional y se distinguen de tal guisa que un par de ellas ejecutan un tipo muy complicado con destreza y el otro par se disfraza de repertorios más sencillos pero brillantes y elocuentes. Diversidad de emociones, distintos modos de atrapar risas y causar admiración. El cuarteto del Gago galopa al libre albedrío. Alex el Peluca, el autor de Los Eugenios, va camino de convertirse en otro caso aparte y sumar su careto a los álbumes de cromos de los héroes del blues de la frontera.
Los mentideros carnavalescos que aún habitan, casi de milagro, en el recreo cultural de la conversación de los bares y las peñas se han extendido de aquella manera a las redes, circunstancia que ha cambiado profundamente la dichosa opinión pública, el runrún del ruido y las nueces. La opinión vuela libre, no sé si me explico. Aumentará el gasto militar en la vieja Europa de tal manera que la mejor defensa será un ataque, como en los pasodobles más rencorosos.
La final del Falla beneficia seriamente la salud. Más anacardos que ansiolíticos, por una noche. Tribuprofenos por el alma de la aldea global gaditana. Venimos del 23 de enero, oiga ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Necesitamos un psicólogo. «El impacto de las coplas reside en la transmisión de las emociones de diverso sentido, la intensidad, la euforia, los bajones ... Las coplas ya se están empleando en las terapias antidepresivas», afirma Fran Quintana, autor de la comparsa Los Wonderful y ... psicólogo. De estirpe carnavalera, Quintana no oculta su vocación en sus agrupaciones, a menudo muy especiales, desde aquellos tristealegres.
Este «elemento cultural más emocional que intelectual, esta herramienta potentísima, por su enorme difusión, es capaz de incitar a la risa, generar sentimientos y pasiones, remover valores y conciencias, llamar a la crítica por su nombre. Despertar atenciones, alentar y sanar. »Las coplas tienen a veces más poder que una píldora«.
Para el psicólogo, la fiebre de las coplas gaditanas encierra tales misterios y encantos que en ocasiones «las letras no importa que hagan sentir bien al espectador, sino más bien contrariarlo». «La peor crítica que puede recibir una agrupación es que sea plana, fría, y que pase sin pena ni gloria». La terapia de humor irreverente, la rebeldía molesta o la provocación dependen de la intención, que puede ser fallida o simplemente tropezar en piedras parecidas al olvido. De ahí que el autor se pregunte, según Quintana: «¿Qué ha fallado? ¿Es mi obra o el público?» Enigmas de la conexión de una copla con el público, una canción que se concibe para ser interpretada y, si acaso, pertenecer a todos por igual, con suerte.
Hay comparsistas, siempre los hubo, que evidencian «un ojo clínico para calibrar las emociones del público», sugiere Quintana, y se nos ocurren a bote pronto una docena de ejemplos de otros tantos actuantes maestros en calar hondo en el ánimo de la gente, pura psicología.
El autor sabe de lo que habla cuando confiesa que «una agrupación mediana, como la nuestra, que no suele estar arriba ni abajo, que no cuenta con una horda de seguidores, necesita una preparación psicológica». Dicho y hecho.
Quintana ha expuesto sus conocimientos acerca de «la psicología del 3x4», como ha titulado algunas de sus conferencias, en los ciclos culturales del bar La Casapuerta o la Escuelita del Carnaval, entre otros foros, con gran aceptación.
Psicopatología del Carnaval. Trastornos de personalidad, paranoia, narcicismo, histrionismo, ansiedad, conspiranoia, depresión, tristeza, amargura. Quintana dibuja mentalmente la silueta del comparsista en el centro de la escena, armado de seguridad y convicción, dispuesto a todo, y la traslada a su consulta, por donde pasan bastantes artistas gaditanos, figuras en el Falla, coleccionistas de inseguridades que invitan al psicólogo a preguntarse: «¿Es el mismo?». Como cantaba Enrique Urquijo en Los Secretos, «cómo explicar que me vuelvo vulgar al bajar del escenario». Retrato del que canta como «vía de escape emocional para suplir las carencias de su vida con el ego y la vanagloria. No ser nadie, algo muy importante en el Carnaval», reflejo de la expresión del artista con adicción al aplauso y el reconocimiento«.
Cien no, pero ya hace cincuenta temporadas que Paco Alba, que está en los cielos, atravesó uno de los momentos más amargos de su trayectoria, la caída en desgracia de su comparsa, el cisma de la modalidad, y su intempestivo regreso a la chirigota que se cerró con otro brusco giro del destino: el jurado consideró que «Los belloteros», su última agrupación, era una comparsa, porca miseria, qué cosas ocurren. Paco Alba murió poco después que el franquismo, culminaron las Fiestas Típicas y Los Dedócratas de Miguel Villanueva tomaron las calles.
«El personaje se come a la persona de manera autodestructiva, la peor de las veces, y se producen estados de ánimo que conviene estudiar, lo mismo que otras muchas reacciones personales del concursante medio del Falla, que lo hace por amor al arte. Quintana considera que las entrevistas que establece Laura Jurado en Onda Cádiz con los autores o componentes, inmediatamente después de cada actuación, revelan fielmente la personalidad del comparsista. »Laura, que cada año lo hace mejor, consigue extraer de ellos, en un instante en que se encuentran con las carnes abiertas, como quien dice, algo muy cercano a su manera de ser, sin los filtros habituales. En caliente, en menos de un minuto, desprotegido, ahí es donde se nota la pasta de la que está hecho cada uno y la coherencia o incongruencia que demuestra con sus coplas. Hay comparsistas muy preparados, gente que lleva treinta años cantando en el Falla, que tienen una habilidad especial para no perder la compostura, pero nosotros, los psicólogos, vemos más allá de las palabras«.
La otra noche, precisamente frente al micrófono de Laura, un chirigotero con tantos quinquenios en lo alto como el Yuyu se derrumbó. Lloró, literalmente, «emocionado de verdad». Y rotundizó que retorna al Falla con «el miedo de no gustar al público». Minutos antes, la actuación de los James Bond suscitó que parte de la gente solicitase a viva voz unos bises en condiciones: «¡Otro pasodoble, otro pasodoble!». Los del Yuyu deslizaron en su repertorio esta consideración que cuadra con este esdrújulo discurso psicológico: «Las personas se dividen entre la gente majareta y los que están más normales». ¿Ha visto?
Quintana no olvida la interesante vinculación de la psicología social con la construcción de una agrupación y la dinámica de trabajo que aporta el conjunto a la hora de escribir el repertorio con audacia, enlazar los ensayos con sacrificio, y conciliar tanto a la familia como las características del grupo, los liderazgos, los roles, los miembros dóciles y los críticos. Un mundo aparte.
En suma, sostiene Quintana que las piezas de Carnaval, la concentración de emociones en un minuto y medio de vida, suponen ya «una fuente de educación válida y eficaz» en la enseñanza y los métodos terapéuticos. Menos pastillas y más anacardos.
Hoy cobra más sentido que nunca el día que el autor desnuda su música por vez primera, a la caída del sol de verano, y los suyos reconocen la condición del relámpago, sacan brillo del privilegio del silencio y evitan comparaciones.
Las vías por donde transitan los sobrevalorados, los infravalorados y los que apenas divisan la delgada línea entre el éxito y el fracaso, parecen inescrutables, a primera vista. «El pobre quiere ser rico, el rico quiere ser rey y el rey está insatisfecho», escribió Bruce Springsteen long time ago. El Boss, a propósito, acude a la ayuda del psiquiatra desde hace décadas, por motivos que no vienen al caso, una depresión que necesita cuidados, y en cambio se devora el escenario cada noche.
Si Cádiz gozase de una biblioteca como la de Alejandría, su director tendría que serlo de pleno derecho Juan Manuel Fernández, el legendario librero gaditano que se acaba de jubilar felizmente, valga la importancia, tras una etapa inolvidable al frente de la librería Manuel de Falla, otra vez Falla, no Falla. Los que pugnaron por contagiarse de ese perfume embriagador de la final del Falla con un final inesperado de pasodoble, un cuplé con mayúsculas, un tango de rancio abolengo, un popurrí magistral o una letra sincera fuera de concurso, y por lo que sea se han quedado fuera, saben que el mundo, tarde o temprano, será de los perdedores. Será el día de Andalucía.