CARNAVAL DE CÁDIZ

El doble sentido de Cádiz cotiza en bolsa

«Se terminó la impunidad, se acabó el humor canalla»

Gago, autor del cuarteto. J.M. reyna

Enrique Alcina

Cádiz

El cielo del Falla es como la panza de la ballena que el otro día se tragó y luego escupió a un gachó en el Estrecho de Magallanes, el fin del mundo. El cuadro que aquí representa la gama de colores de las cuerdas vocales del loco festival eterno de este rincón coplero del cosmos. Luego de tres semanas de navegación entre la belleza y el paripé, el concurso despierta a la linda confusión de letras y músicas con tal de mitigar los dolores del año. Las primeras agrupaciones clasificadas muestran, salvo deshonrosas excepciones, cuánta riqueza de espíritu puede encerrar el lenguaje gaditano, y no ocultan la incongruencia del momento que les ha tocado cantar hasta la noche del juicio final.

Juntando las sílabas como sólo sabemos largar fiestas a media voz los sureños del mundo equivocado, y aprovechando que los esfuerzos ya no caen en saco roto y puntúan libres de pecado, los cantantes de Cádiz escriben cartas de amor no correspondido, denuncian a quienes se esconden en la confusión al amparo de la oscuridad, recriminan a sus hermanos, se toman un café bebío con la madre del Carnaval, abren la puerta a la compraventa de la chatarra de la fracasada reconversión industrial, se duelen de los oficios más antiguos de la civilización y burlan los reglamentos del humor propio. Ahí vamos subiendo las cuestas a trompicones.

«Se terminó la impunidad, se acabó el humor canalla», ahora manda el ingenio convencional y formal del Falla, apuntan los cinco artistas del cuarteto del Gago, que conectan directamente con el doble sentido de la vida que almacena cada gaditano en su fuero interno, cual chicuco que sólo fía a los tolerantes y a quienes aprendieron a interpretar la música de la risa.

Mientras los ricos se reparten el pastel del planeta, y lo peor de nuestra especie se apalanca en las maniobras de distracción que propugnan los telediarios, el cuarteto de cinco rima las situaciones más insospechadas con los temas de cercanías, sabe jugar con las palabras y la intención del gesto, es capaz de insinuar los errores de los mandamases sin herir susceptibilidades, pero también conoce la jerga de los golpes al mismo mentón. Así, ironizan sobre la desaparición de los problemas de los locales (de ensayo y policiales) desde que está el PP, y endiñan fuerte en la lavandería de la transición: «Entras hecho un fascista y sales convertido en un renovador».

La procesión va por dentro, tú sabes, y los encapuchados del Gago provocan al gallinero, que patea cuando lo estima necesario para jalear los chispazos de ánge y mala leche. Les gusta la carga y echan a suertes las imágenes cofrades con la mentada doble intención, invocan a la libertad con el llamador de estilo sevillano y el telefonillo más gaditano, encienden los cirios color damasco, ahuyentan a los pérfidos señores de la hoz y el martillo, listos los de atrás, y subrayan con su rotulador fosforescente los recortes de sanidad, los favores a los privilegiados, la pérdida de derechos y el miedo atroz que infunden los costaleros de la política salvaje tan en boga que avivan el fuego de los bajos instintos. Y modifican al vuelo la famosa copla de los hinchas del Cádiz, esa del «alcohol, alcohol, hemos venido a intimidaros, la democracia nos da igual».

Por cierto, ahora que se pone la cosa seria, ¿han conocido los propósitos de los barandas del Cádiz de cotizar en bolsa y de pegar unos campanazos en Wall Street para buscarse la vida por arte de birlibirloque? Parece una broma pesada, un chascarrillo de cuplé escrito a media tarde alrededor del perímetro azucarado de una torta de aceite, pero no lo es. Tampoco decimos que sea verdad. La noticia marinea entre la ficción y la segunda división, el doble sentido de Vizcaíno y el tal Contreras, que muere por la inteligencia artificial y por un buen fondo de inversión, lo que traducido resulta «poner la compañía en el mercado para obtener financiación» de cara a la liga de pelotazos urbanísticos Sportech City, vivir al límite salarial y evitar que el Submarino Amarillo «caiga en manos de un jeque». Jeque mate.

Irigoyen, como mucho, iba de vez en cuando al Casino Bahía de Cádiz e invertía en ladrillos. El promotor de la liga de la muerte y factótum del fichaje de Mágico, consumado en el filo de una servilleta del cuarto de la Venta de Vargas donde Camarón cantó sus alegrías y desdichas más personales, sufrió en su día la dureza de las coplas de Carnaval, «¡Irigoyen, ca … da día está más caro el fútbol!», y Chico Linares conoció en sus carnes la maldad del ser humano con aquel gol en propia meta y otras lindezas. Por aquellas temporadas, la plantilla del Cádiz vivía en Cádiz, alternaba con la gente y gustaba de arrimarse a las comparsas castizas, y hasta montó una chirigota de cachondeo. Hay una foto de Mágico con la camisa por fuera y la cara de recién levantado, a la vera de Pepe Mejías, en un ensayo de la comparsa de Luis Ripoll, que cotizaría muy alto en los callejones de Wall Street.

A lo que íbamos. En las entrañas de Cádiz, el potente coro de marras, los mineros del buen gusto ponen el dedo en la llaga del maltrato y la sumisión, la transformación del amor verdadero en pura exhibición y grave peligro de machismo de cobardes agazapados bajo los motes de las redes sociales y su misma mezquindad. Magnífica letra de tango, con música del Remolino, al compás de un contrabajo indefinido y sus cómplices del ritmo, que en las inmediaciones del popurrí destapan las galerías del arte de Cádiz, la ciudad que «se nos ha ido de las manos» por mor del maldito parné.

En los cuplés del cuarteto del Gago, las canciones de Nacho Cano, vulgo Mecano, cumplen años de condena, y al arrogante músico que tocaba el teclado con cuatro manos, en riguroso play back, le caen unos cuantos bimbais por contratar a inmigrantes sin papeles, de igual modo que la agrupación baja a la arena localista para ejemplificar que Procopio, que tiene nombre de corista, se ha convertido en la nueva diana de las travesuras de los poetas de la Caleta que es plata quieta. «Todavía puede ganar un Primero». Hombre, por favor.

«Santiago Abascal es un perroflauta al lado mía», suelta el Gago a cuenta de la tiranía de los bulócratas que asola el planeta. Migue sale en defensa, por así decirlo, de Iker Jiménez. «Lleva años haciendo programas de fantasmas y ahora la gente se extraña de que se invente cosas».

La culpa es de Pedro Sánchez. En resumidas cuentas. Todo se ha achicado tanto con la excusa de las pandemias y guerras económicas y mortales que Rosario se ha quedado en Chari, las pizzas de la Bella Italia ya no ocupan el plato entero, aunque mantienen el sabor carioca de las dimes y diretes que allí se escenifican, y los caramelos de jengibre no digamos, amén de que las bolsas de papafritas vienen llenas de gas propano. La cuarteta de las esvásticas pinta España de blanco y negro negacionista, y no del país multicolor que sólo puede brincar al compás de la abeja Maya. «No me creo nada si no sale en tik tok».

La comparsa de los Pastrana enfila a Pedro Sánchez, quieto ahí, de esta guisa: «La gente de izquierdas no te olvida porque contigo Franco está resucitando». Mil interpretaciones admite la copla.

Y qué me dice de Donald Trump y Elon Musk, los magnates y los mangantes esperan tanto de ellos como los amantes del humor en defensa propia del cuarteto del Gago, transgresor, estimulante, valiente, que llega bien trabajado, rimado, y no se nutre de chistes de internet.

Por cierto, ya en serio, cuánto daño han hecho los mensajes de autoayuda, por no decir todo lo contrario, que asoman a las ventanas virtuales sin recato; cuánto daño ha causado Paulo Coehlo, cogedlo ahí, y cuándo nos enteraremos de que se basaban en patrañas los lemas que decían que íbamos a salir mejores de la pandemia, bla, bla, bla. Entre copla y copla visitas un noticiero y parece que aluden a Cádiz al señalar que bajan los tipos de interés.

Al lado del camino, la música de Pepito Martínez nos transporta a un par de pasodobles que llaman la atención por su compromiso con las mujeres en el Carnaval, el primero, y por los agrios reproches que los socialistas merecen en el postrero. Ni que cantasen con conocimiento de causa cuando dibujan una agrupación política que «ha olvidado sus principios», allá donde conviene callarse para seguir cobrando y donde «dan de lado a los versos sueltos» y abundan las puñaladas por la espalda. No sé a quiénes se refieren al enfocar a los que «llevan treinta años chupando del bote de la Diputación», las marionetas puestas por Sevilla y Madrid, tal vez, la imagen opuesta de «un gran socialista noble y sencillo» como fue Carlos Díaz, ex alcalde de Cádiz que supo de veras los efectos de la traición de algunos de sus compañeros (?).

¡El guiri volaor! Las pelusillas caen en la trampa, acaso sin pretenderlo, y alimentan las ansias de dulce venganza de los acólitos de la chirigota conileña que acaba de recibir el babuchazo del jurado. ¿Qué sería del jurado en una hipotética preselección? ¿Habría que avisar meses antes si al jurado le gusta el humor gamberro o el humor formal? Tampoco es pa' ponerse ajín, asín que comparamos los cuplés del balconing, las rimas del dedo meñique con Echenique, y tal y me cual, y salen ganando los guiris volaores. De aquí a Lima.

No obstante, los pelusillas dan en el clavo cuando recriminan la prostitución intelectual en el viejo oficio del periodismo, nada que ver con el periodismo cantado que, en palabras de Bartolomé Llompart, llevaron a la práctica muchas comparsas de Cádiz en su precioso intento de narrar los sucesos del año. Hoy también añoramos la veracidad de muchas coplas carnavaleras. Coplas desinformadas, tendenciosas, repletas de embustes. Mira tú, igual que muchos telediarios. Coplas de respuesta ambivalente y subvención a fondo perdido. A diestro y siniestro. No hay vacuna. Disfrazan lo reaccionario de progresismo, y vicerveza. Total, es Carnaval. Socorro.

A la gente que se le caen los estribillos de los bolsillos no le asusta la tendencia actual de explicar lo inexplicable. Ya no tiene gracia el recurso de justificar entre paréntesis el tipo del grupo, en plan «No digas na que to se sabe (los callaítos o los discretos o los prudentes).

Lo suyo sería disfrutar como un cosaco de esta confusión sin rumbo ni identidad, recordar que el mundo está más equivocado que Cádiz, olé ahí, que hoy en día las comisiones de investigación las presiden los que causaron el destrozo, y que antes de tontear con el móvil se antoja menos pernicioso para la mirada anhelar las noches de la infancia del concurso, cuando el locutor deletreaba con histrionismo y una finura impropia de Cádiz el nombre propio de Cádiz, «Carrrrrrrnaval», erre que erre de interés turístico internacional. Lágrimas claras de primavera, cantaba Roberto Carlos antes de congregar a un millón de amigos en las redes sociales por el pasodoble a su gato.

No siempre ha acertado Cádiz en su pantanosa vocación de dictar sentencia, mejor olvidar aquel partido internacional que la selección dirigida por el gran Luis Aragonés disputó, y perdió, contra Rumania, semanas antes de que el Sabio de Hortaleza, por cierto, liderase con sus futbolistas bajitos la Eurocopa de fútbol que inauguró la mejor época de los niños chicos campeones de todo. El público gaditano, mosqueado por el repertorio de España, gritó a todo pulmón, sin gracia ninguna: «¡Chirigota, chirigota!». El publiquito del Falla, en cambio, se manifiesta hoy mucho más respetuoso que los destructores de antaño, y también más blandito que el fútbol de patadón y tente tieso que hizo olvidar Luis, y su aplauso polarizado ya no cotiza en bolsa, ha perdido valor, como la palabra de quienes gobiernan el mundo del fútbol, las coplas y la tercera guerra mundial.

A Luis Aragonés le gustaba arriesgar las perras en el casino portuense, y no era muy dicharachero. Un día me encontré con él en una papelería y le pregunté: «¿Es usted Luis Aragonés?», y tras mirarme de arriba a abajo, contestó sin pestañear: «No». Qué corte, ío. Pa' qué preguntas.

La gloriosa inmunidad de las coplas olvida que, en ocasiones, el gesto dice más que la letra. El invierno de nuestros cuerpos no falla. La envidia tendrá una calle en Cádiz. Por fin.

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