CarnAVal de Cádiz

Dimes y diretes de la copla de Cádiz

El segundo fallo del jurado evidencia que no le mola el estilo asilvestrado que en cierto modo inauguraron ya hace muchos años las chirigotas callejeras

Enrique Alcina

Un pasodoble confeccionado con lindos retales de cuplés, un cuplé de coros con la gracia de Cádiz, un majestuoso popurrí de comparsa contaminado de ritmos remotos pero hermanos, el dobladillo de la música del tiempo. La prisa de la creatividad gaditana camina tan despacito que hay gente que se ha quedado anticuada, estancada en el año pasado. Las coplas transforman el lenguaje trimilenario del Falla, que mira a la calle en busca de inspiración, lo desconocido, el eterno dilema entre la tradición y la ruptura que enriquece esta suerte de concurso oposición, que una noche se asoma al abismo y la otra se alegra cantidad de haberse conocido.

Es mentira que sobre gustos no haya nada escrito. Ya sabemos de qué pie cojea el jurado. La justicia es un cachondeo, ya lo dijo Pedro Pacheco antes de pisar el trullo. El segundo fallo del jurado evidencia que no le mola el estilo asilvestrado que en cierto modo inauguraron ya hace muchos años las chirigotas callejeras, es más, las ilegales traspasaron los límites con sus letras desinteresadas y sus músicas empapadas de sones y estructuras musicales nacidas de la esencia pero recompuestas desde la amplitud de miras, más allá de Puertatierra, música beduina que no arrastra maletas con ruedas, como la nueva clase invasora, sino la voluntad de fundirse en las coplas de Cádiz. Quién sabe qué misterio descansa en las faldas de una canción gaditana que lucha por salir del ostracismo al compás de una apertura más propia de una novela cinematográfica, con sabor a mar, y ese caminar ligero y garboso que conduce a una, dos, tres voces claras y profundas y, a la postre, al desenlace que la letra esconde hasta que todo estalla en mil pedazos.

El murmullo constante del entorno carnavalero, la comidilla, alimenta las teorías del pasodoble multiusos, la crisis del cuplé, la rima de autoayuda y el popurrí sinuoso, zarandeado, apretado al instante, al desengaño y a la osadía. Fíjate si somos importantes, que en Cádiz se imparten magníficos talleres y cursillos educativos y lúdicos sobre la canción de Cádiz, la gente se instruye del legado de sus mayores y de las formas de expresión actuales en la fiesta.

Hasta el más pintado se ha aprendido por orden alfabético las presentaciones y los popurrises, sólo algunos se salvan del desaire, así que la chirigota del Yuyu descuelga en su paso previo a las semifinales un par de pasodobles de su cosecha, enlaza cinco o seis golpes consecutivos para remarcar una parodia, en torno al rey de Inglaterra, y una denuncia, la situación de la sanidad pública. Hay quien sostiene que muchos pasodobles de aquellos grupos renovadores que hoy se consideran clásicos se apoyaban en músicas alejadas de lo establecido, casi testimoniales, desprovistas de enjundia pero atractivas, dando prioridad a los gags, algo así como un cuplé largo dentro de un pasodoble, pero esos autores cuidan ahora sus piezas al amparo de lo añejo, clásicos modernos.

Carlos III y Camila Parker. «Qué mal gusto han tenido los dos», endiñan los James Bond. Las orejas, los bombones pasados de fecha, toquetazos físicos que ya costaron al célebre cuarteto La Boda del Siglo una reprimenda del consulado británico. Si el final es lo de menos cuando se desvela la pamplina central, también es verdad que el Yuyu resuelve la equis abandonándose a la función del pasodoble de chirigota que defienden los puristas, la crítica mordaz o apasionada. De ahí que hable en nombre del niño de tres años que se apunta a la lista de espera para cuando tenga 80 años, y así pueda tener cama asegurada si se parte la cadera, y a la señora que, sin síntomas, acude al pediatra con 57 años en lo alto, «si hay camas me quedo». No se ría, que esto es muy serio.

El mundo al revés. En los albores de este siglo, mientras caían las Torres Gemelas, un coro de Julio Pardo formuló un extraordinario cuplé, uno de los mejores de la temporada, escrito por encargo por Joaquín Quiñones, que comenzaba a desprenderse de la etiqueta de experto en dramaturgia. Cayeron las risas a plomo a cuenta de un hipocondríaco que regateaba enfermedades a lo largo de la pieza hasta sucumbir en las garras del pánico al ver que el Xerez se encontraba a punto de ascender a Primera. Subió al año siguiente.

Si en Madrid no se ponen los jueces de acuerdo, un carajo pal consenso, imagínate en Cádiz los miembros del jurado. Los damnificados podrán recurrir al tribunal supremo del público, de la calle, ¿pero quién abona la factura de los disfraces? ¿Y la convidá? Si la batalla de gallos de pelea, clásicos y modernos, progresistas y conservadores, rojos y fachas, no cesa en las audiencias nacionales, maldita la gracia que tiene para algunos la sentencia de los magistrados tras la vista oral del Falla. ¿Tradicionalistas o renovadores? El fiscal sortea la sombra del cajonazo, aún queda gente que comete delitos de prevaricación cantando cosas a sabiendas de que son malas, muy malas. Se abre la sesión, proceso abierto contra el mal genio. Grandes emociones de censura. Dimes y diretes.

Habrá que remitirse a las pruebas por si hubiera o hubiese indicios de injurias a las grandes coronas, malversación de pasodobles ya inventados, cohechos de manos largas en la cantera, desviaciones del fondo del mar. Los chistes de coca tienen muy mala prensa, o tal vez bastantes detractores, no estoy seguro, y podrían haber condenado a la chirigota de Las Chonis, que en su descargo se ha ajustado al tipo con enorme desparpajo. Las Chonis retratan en algunos pasajes de su repertorio, con su humor salvaje, esta época de horror o culto al narco. Podemos adivinar el miedo latente a que esta tierra se convierta en zona de narcos, como lo fue Galicia en los años 80 y 90, cuando al Sur del Sur, por cierto, asolaron las drogas hasta fulminar a media generación. La heroína ha vuelto a las calles de 2025, el zoco clandestino mata con sucedáneos de ilusión, porquerías venenosas, sustancias adulteradas que destrozan familias enteras. Y las narcolanchas simbolizan la realidad del dinerito negro, los coches de alta gama pilotados por niñatos nuevos ricos que gastan cifras astronómicas en los templos gastronómicos, en la desembocadura de la ansiedad. Los documentales rezuman aires de mansiones, honrados concejales de urbanismo, planes de ordenación humana y cielos urbanizables. Sólo admitimos pago en metálico.

Escandalizarse por las coplas de Carnaval sale gratis. Lo que ocurre es que hoy las coplas disponen de una repercusión que asusta. Debido a las inclemencias meteorológicas, desde hace muchas primaveras nieva en algunos palcos del Falla. Tomarse a la ligera el asunto de la droga parece contraproducente, pero hablamos de una chirigota, cuidado, una de tantas chirigotas que, sobre todo en la calle, no acallan los sucesos ni ocultan las heridas. Lo que de verdad importa se dirime en otras instancias, los tribunales, de nuevo. «No hay por qué sacar del tiesto los pies cuando se tiene un fracaso», cantaba Rosendo Mercado, que ha regresado de tapadillo, dicen por ahí, en la chirigota jevi de Remolino.

Aún recorren los contornos de la Bahía los enganchados al papel de plata, envueltos en la mentira colosal, que un día pusieron en práctica el lema «sexo, drogas y rock and roll», y con el tiempo, que es un aeroplano, perdieron el sexo y el rock and roll.

No se puede descartar, ya que estamos, que Las Chonis también hayan contraído su pena a raíz de los pasodobles cañeros, una mijita agresivos, con que entraron a tumba abierta en el tramo final de cuartos. En el primero, a juzgar por la grabación que obra en poder de los abogados especializados en malas compañías, repudian a los «fachapobres» que, a su entender, aparentan lo que no tienen, explotados laboralmente en el bar, capillitas que votan a quienes los denigran, «sus neuronas no da pa' más». «El cáncer de la clase obrera», exclaman, no sin antes penetrar a fondo, sin compasión, en los problemas de España y «los medios de información llenos de subnormales» que fomentan la crispación y los bulos, y ahí señalan a Eduardo Inda y Ana Rosa Quintana, la cosita se pone complicada, oiga, las Chonis arremeten contra «los licenciados en dar por culo», esclavizados, y puntualizan que en los medios locales «quedan pocos con dignidad», a mí que me registren. «Faltan profesionales y sobran sinvergüenzas», rematan sin lenguas en el pelo, como dirían los disléxicos. Esto no está pagao. Pa' cajonazos, Los Cubatas. Han quedado fuera otros grupos notables como los del Sheriff y el Canijo que no se metieron en charcos. Así que nada.

Nada como un buen popurrí de Cádiz, bien condimentado, contaminado con la belleza y la expresividad de aquí y de allá, para cambiar de tema. Denostados en ocasiones por la afición, amén de lucir la cualidad de fijar la foto del tipo en cuestión y de permitir que el autor se explaye, los popurrís buenos, como los pasodobles o los cuplés, contienen varias capas, como las pinturas de los museos, ahora que el mundo se parece cada vez más al jardín de las delicias del Bosco, calcado, vamos. Mientras tanto, los artistas de Cádiz se enfrascan en la tarea anual de hablarle a la gente, a la pareja, a la familia, a la ciudad y a lo que queda de planeta, sin preguntas, sólo contestaciones. Y mucha ironía, el alimento imperecedero de esta existencia. El lenguaje de las chirigotas está cambiando. Dicen que hoy el Falla se reflejan más que nunca en la calle y que las chirigotas ilegales ya no miran de reojo el concurso.

Los cachitos de cromo de los popurrís, que al contrario del programa de la tele no trocean los recuerdos de nadie, admiten a trámite la susodicha contaminación de músicas insospechadas. ¿Qué es el blues si no un palo de flamenco de color negro, un grito de libertad que acuñaron los esclavos afroamericanos en los campos de algodón que entró en medio mundo por vía marítima? El rock no necesitó permisos de aduanas para instalarse en las mentes más vandálicas de la juventud, a quienes persuadió merced a la flota americana que pasó largas estancias en Barcelona o las bases militares aledañas a Madrid, Sevilla y Rota, ya en los años sesenta. Los gitanos se electrizaron, los cantautores se dejaron la melena. Al otro lado, Silvio Rodríguez, la salsa, la cumbia, la samba, los boleros o el jazz de Nueva OrleansLa cu contagiaron a las coplas, de igual modo que el flamenco iluminó la poesía de García Lorca, a quien le faltó tiempo para investigar y difundir lo más recóndito del espíritu andaluz y universal. El rey de Harlem que Lorca disfrazó de melancolía bajo el tipo de poeta en Nueva York pilló billete de ida y vuelta y se impregnó del alma de la música negra y el quejío. Es curioso, la primera estrofa del blues y del flamenco comparten lírica e intenciones. Otros tantos géneros se hablan con semejante naturalidad. Una canción, sea de Valparaíso o de Cádiz, necesita un comienzo arrebatador. «Early in the morning». «El sueño va sobre el tiempo flotando como un velero».

Lo nuestro duró lo que dura un popurrí en condiciones. Bienvenidos al hotel Cadifornia. La célebre copla de los Eagles, Hotel California, no es más que un mestizaje de country rock, reggae y rumba. Glenn Frey, una de las águilas de la costa oeste americana, aprendió a conceder la relevancia que tiene la primera impresión de una canción a través de Jackson Browne, gran trovador, que vivía en el piso de arriba. Glenn, alertado por los ecos del piano y la voz de su vecino, que ensayaba «Take it easy» por las mañanas, subió a hacer amistad con el creador y se contaminó para los restos. Los Eagles despacharon millones de discos; Jackson Browne, no tantos.

A diferencia de los «medley» que enchampelan los artistas del negocio internacional en sus conciertos, un megamix de sus grandes éxitos, el popurrí gaditano encierra unas claves que sólo atesoran los virtuosos, que han introducido novedades relevantes en las últimas décadas, desde las chirigotas más sonadas, cuyos popurrís aún se cantan en las reuniones, hasta las comparsas que, a pesar de olvidar en parte los sonidos forasteros para volcar el talento compositor de sus autores, ponen de manifiesto las influencias variadas de sus músicos. Los coros han propuesto ideas maravillosas gracias al poder de las orquestas y a la multiplicación de los instrumentos. Otros han intentado encajar capítulos instrumentales en presentaciones y popurrís, piezas de artesanía.

El mundo dentro de una canción de Cádiz, con sus bondades y sus peligros intrínsecos. La china de Arizona. La tristeza de campo hondo. La curiosidad y el asombro. El peso del amor y la desgracia. Los diminutivos traicioneros. Los cameos de Romualdo y compañía. Se avecina tormenta, se atormenta la vecina. Buen momento para dejar de llorar. Bailes para recordar y olvidar. Dos puentes sobre aguas turbulentas. Europa ha muerto. Nadie es croqueta en su tierra. Lo saben hasta los leones de Correos.

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