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Coplas con derecho de admisión

El concurso de Carnaval más parecido al de Cádiz, que estos días se celebra en Montevideo, tiene preselección

La 'chirigota' 'Abre los ojos' J.M. REYNA

ENRIQUE ALCINA

CÁDIZ

El concurso de Carnaval más parecido al de Cádiz, que estos días se celebra en Montevideo, tiene preselección. Allá no canta cualquiera. Faltaría más. Sólo los elegidos obtienen el pasaporte para actuar en el Teatro del Momo, así se llama el escenario del vibrante espectáculo de murgas, sociedades de negros, humoristas, parodistas y revistas, las cinco modalidades del concurso. Entre tanto, la afición gaditana se muestra preocupada por el devenir del certamen de coplas del teatro Falla, extraño y frío, que de momento ofrece una sensación agridulce y abre interrogantes, nada nuevo, precisamente alrededor de la preselección de personal. Parece mentira que el concurso del Falla sea tan frágil que cualquier cosa que ocurra, por muy grave que sea, le afecte como un balonazo en toda la frente a un niño chico.

Por las rendijas de la libertad se coló la otra noche un grupo de tinte político que no venía a concursar, aquí la gente no es tonta, sino a largar un rollazo sin ton ni son. Lograron su propósito: les hicieron más caso a ellos que a muchos de los que presentaron algo bien cantado y ajustado a la esencia de la música y la actitud de Cádiz.

Las vidas paralelas del Carnaval no disponen de tiempo para cavilar sobre el sentido de la vida del concurso y preparan la fiesta de la calle. Pregonan la sintomática llegada de la figura metafórica de las sillas de la cabalgata, se asombran de que los papeles oficiales de mañana cifren en cincuenta los romanceros inscritos, cincuenta, otro carnaval de autor. Los anónimos poetas callejeros escriben ahora mismo con rotulador carioca sus letras con visos urgentes, todo lo que gusta es ilegal, qué bonito es el Carnaval, la noche de todos los vientos aguarda nerviosa la explosión controlada del desatino del orden establecido, el fin de la inocencia. Los días vaticinan imágenes compartidas de los carruseles de coros, las hechuras de los disfraces de media sonrisa, las audiencias millonarias de los reality shows de bailarines por tanguillos, los inconfundibles olores a cuerpo, las esquinas llenas de rimas y las bullas eufóricas como pelotas de ping pong.

Hablan de fórmulas gastadas, de creatividad superada por los acontecimientos y de la necesidad de defenderse del mundo hostil, que nada más que da noticias malas. Quieren tomar medidas en el concurso, ahora que hay tiempo, y cuando las tomen sabremos cuánto miden las cosas y las consecuencias, y pero se nos echará el tiempo encima. Todos los años igual. Hay más días.

En Uruguay, donde alardean de contar con el Carnaval «más largo del mundo, más de cuarenta días», al calor del verano americano, la rueda final del concurso reunirá en el teatro principal, con capacidad para 4.000 personas, a un total de 24 agrupaciones, en un programa de sesiones, también kilométrico, a razón de cuatro actuaciones de 45 minutos por noche. La televisión, cómo no, brinda la señal de las dos últimas actuaciones en directo y las dos primeras en diferido. La que se liaría en Cádiz de retransmitirse el concurso de esta manera, recuerde las polémicas del siglo pasado, aquellos Caballos Andaluces, la comparsa de El Puerto, uno de los agravios que coleccionaron Los Majaras a lo largo de su trayectoria.

Paralelamente al concurso, en Montevideo, los artistas populares ofrecen sus repertorios en los numerosos tablaos, públicos y privados, que difunden el arte albiceleste por toda la ciudad. A veces las murgas pegan el pelotazo en los tablaos, antes y durante el concurso, eso que llevan adelantado. Los grupos funcionan como compañías estables, trabajan todo el año bajo una identidad fija, el nombre de la sociedad, y cambian de tipo y de números en cada temporada. El estilo uruguayo que emuló Juan Carlos Aragón al compás de Araka la Kana, en homenaje al célebre grupo uruguayo, fusiona el acento del Sur, el gusto por el ritmo del candombe y la teatralidad que se lustra de la exuberancia del vestuario.

Las «pruebas de admisión», la preselección, concitan la atención del pequeño país en otro teatro al aire libre. La entrada es gratuita, bajo la petición de la entrega de alimentos imperecederos. En esta edición participaron grupos con nombres tan elocuentes como «Nos obligan a salir», «Sociedad anónima» o «Zíngaros». «Araca la cana», que quedó en último lugar en 2024, ha tenido que pasar el trago de la preselección. Imaginen la cara de humillación de algunos comparsistas gaditanos si los reglamentos se confabulasen en contra de sus estampas y sus antologías plagadas de grandes éxitos.

El jurado ha de puntuar a los 42 conjuntos de la fase definitiva rigiéndose por cinco criterios o rubros: las voces, arreglos corales y musicalidad; la calidad teatral y la interpretación; la puesta en escena; la coreografía los bailes, y el vestuario y el maquillaje.

Observen los títulos acreditativos de algunos concursantes del Carnaval de Promesas, la cantera: «Ohana» y «Los quijotes», o los de algunos adultos, «La línea Magerit», «Sorda de un oído», «A la bartola», «Los Rolling» …

Consta de tres fases o ruedas el concurso: la clasificación, el ajuste y la rueda final. No hay final. Los premios se otorgan tras el último pase, que se prolonga durante un montón de noches, con sus correspondientes madrugadas, y quienes ascienden al podio pasan a la siguiente ronda de ganadores, lo que vendría a ser en Cádiz un mejor de lo mejor con todos los premios. En tiempos remotos a alguien se le ocurrió la idea de montar en Cádiz cuatro finales, una por modalidad, delirios de grandeza. Jalaron del otro lado de la cuerda e instauraron las clasificatorias de idea y vuelta, de tal guisa que los cronistas que maltrataban a los malos de solemnidad se volvían a ver las caras con el miedo, el reproche con faltas de ortografía, algún gesto feo y nos veremos en el barrio.

La final más larga que se recuerda tuvo lugar una noche de autos en el cine Moderno de El Puerto de Santa María, en los tiempos gloriosos del Carnaval portuense. Premios locales y provinciales, una televisón «pirata» en directo y la emoción a flor de piel.

Sentado al borde del muelle de la Bahía, mirando el tiempo pasar y silbando una melodía que llegó de los barcos. A estas alturas se recomienda reconfortarse con otras músicas y echar un vistazo más allá antes de volver a la carga. No hay final.

Si escribiera los cuplés el corrector del guasap, nos íbamos a enterar de lo que es bueno, nos íbamos a buscar un problema. La gente ya no busca problemas, con lo divertido que es perder. Al escuchar bastantes coplas nuevas desde el Falla, uno siente que ya se escribieron antes y musita un «por lo que más quieras». Crisis eternas de cuplés, pasodobles relámpago, tangos irreconocibles, no eche muchas cuentas al sonido sinuoso y puntiagudo de los mentideros que cobra protagonismo en temporada alta de coplas.

Estas noches ha gustado mucho un ramillete de comparsas de gran categoría, han despuntado algunas chirigotas, no cesa la lucha de estilos de los coros y el cuarteto rima lo que puede, salvo excepciones. Tal vez a cuenta del formato, está quedando una fase un poco deslucida.

Da la impresión de que ciertas agrupaciones han soltado las letras sobre Valencia que escribieron febrilmente coincidiendo con el comienzo de los ensayos, y los cuplés de Andy y Lucas. Se sospecha que permanecen guardados con llave los mejores cuplés, por decirlo de alguna manera, y el personal espera, digo yo, que unos rubriquen sus magníficos repertorios y otros se desquiten y pongan la carne en el asador, con lo que gusta en Montevideo un asado. Nada que ver con la «canne en zarza».

Las medianías han colmado de grises las sesiones de preliminares, algunas de ellas soporíferas, La flor de la noche es para quien la merece. El detector de falta de originalidad no da abasto entre las agrupaciones que no van más lejos de la repetición de esquemas, trucos antiguos e inclinaciones musicales, una cosa fastidiosa.

De vuelta a la república oriental de Uruguay, las murgas representan la crítica y la sátira. Un grupo de entre 14 y 17 componentes toca temas basados en hechos ocurridos durante el año, como exige el reglamento, a bombo y platillo y sólo durante quince minutos a la guitarra. Como hay concursos en todo el país, el de Montevideo es un concurso local.

Las sociedades de negros y lubolos, la modalidad más tradicional, agrupa a más de 50 integrantes y se sustenta en el candombe, ritmo africano que se asentó en el siglo XIX. Los cantantes blancos se pintan la cara de negro, como hacían antaño para desfilar junto a los afrodescendientes de un rincón que disfruta de una enorme riqueza musical, del que salen tantísimos artistas como futbolistas. Un milagro.

La modalidad más abierta a la improvisación, la de los humoristas, una quincena de artistas que recurren a la ficción al servicio del estrambote. Los parodistas, en cambio, entre quince y veinte cómicos, cantan a hechos o personas reales, con el peligro que eso tiene, gente de condición burlesca y altos índices de jocosidad capaces y capataces de arrimarse al melodrama. Gran festival de canciones, danzas y coreografías, con lo que gusta en Cádiz una coreografía. Y la novelería.

Ni rastro de Cádiz en el Museo del Carnaval de Montevideo. Estuvimos hace un par de años por allí y no vimos una sola referencia al origen gaditano de la murga, pero la chica que recibía a los visitantes y despachaba numerosos discos y abalorios de su colorista y expresiva fiesta recordaba con cariño las visitas de varias delegaciones del Sur de Europa. Por contra, una vieja librería que descansa en los bulevares de la Plaza de la Independencia, mire por dónde, sí que deparaba una sorpresa. Su dueño conoce Cádiz, ¡y Jerez!, y su hijo toca la guitarra flamenca como Paco de Lucía, es una broma, claro, y abajo, en el sótano, sobrevive a la humedad de los continentes una reliquia dentro de una carpeta: las partituras originales de La Gaditana, la murga que dejó huella a la vera del puerto de Montevideo.

En diciembre pasado, Montevideo lloró la muerte de un ilustre de su Carnaval, Tano Di Lorenzo, histórico letrista de legendarias agrupaciones como «La nueva milonga» y «Los espantapájaros», creador del himno del club de baloncesto Montevideo.

Manolín Santander se comporta en las tablas del Falla «como mi padre me quiso enseñar», y sus gaviotas dejan limpio el patrimonio histórico artístico. La chirigota pone nombres y apellidos a las aves que han asolado Valencia. «Qué vergüenza de país». Buitres carroñeros, gallinas que se esconden, pavos reales.

Un indescifrable lema que transmite el patio de butacas, «¡Eutanasia por favor!», invita a darle vueltas a la cabeza y rompe el aire de otra noche de color agua.

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