CARNAVAL DE CÁDIZ
La contraseña: El fin que justifica las coplas
Hemos tenido tiempo de sobra para descubrir la manera de ilustrar la vida que traen los nuestros este año. Los cuartos son las nuevas preliminares
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Los gaditanos vuelven del exilio. Llegan las mejores noches. Sin respiro para dejar reposar las coplas. Las interminables preliminares han arrastrado un mar de dudas, como todas las historias que se administran por vía oral a quienes quieran escucharlas y transmitirlas. Se han pasado de largo, demasiado largo, y hemos tenido tiempo de sobra para descubrir la manera de ilustrar la vida que traen los nuestros este año. Los cuartos son las nuevas preliminares.
Tribulaciones acerca del concurso más largo del mundo. Han exprimido al máximo el limón, con veintidós sesiones breves pero eternas, y así no hay cuerpo ni afición que lo resista. Hasta aquí hemos llegado. Agotados de esperar el fin que justifica las coplas, aunque encantados con los repertorios que han presentado algunos artistas de postín de Cádiz, vuelven los gaditanos al Falla turulatos perdidos, en busca de las inspiración de las músicas y las escrituras automáticas.
De los autores que gozarán de una, dos y hasta tres oportunidades más de ofrecerse al público sólo esperamos sinceridad, el resto lo pondrá el vértigo, entre la ambición y la necesidad. No conviene retirarse mucho del foco que nos está escrutando, la música del mañana rasgará las vestiduras. La gente ha coleccionado todos estos días las letras agridulces que coinciden en señalar la pérdida de identidad de la ciudad, gajes del turismo asfixiante y poco agradecido. Las comparsas, mayormente, por su condición de narradores y editorialistas del momento, han dibujado el árido paisaje urbano rendido al azar de los precios, los escombros de la aldea global que está devorando nuestros recuerdos. Y nuestros mayores, sin permiso para despedirse con dignidad. Oscuro panorama.
Las revistas más interesantes publican números especiales del Carnaval de Cádiz, con fotos a todo color y extensos reportajes. Esta noche desembarca Canal Sur, y el National Geographic, Caza y Pesca, la Casa de Empeños y Supervivientes. Ojalá que esta trepidación traiga algo bueno y que los plumillas chuflas no seamos muy tendenciosos y no causemos indignación entre los comparsistas a quienes les incordia más el elogio desmedido al rival que el ataque despiadado a sus coplas. Sólo gana uno. Hay que aprender a respirar para cantar bonito. Uno sueña con que los concursantes extravíen una noche los papeles y hagan suyo el duelo a muerte entre el juego y la realidad alumbrando un cálido cambio de rumbo, a sabiendas de que la distancia que media entre el ideal que se propuso y los resultados obtenidos, el afán y el trajín, penden de un hilo y dependen exclusivamente de la naturaleza social de las coplas.
¿Qué nos pasa? De tanto querernos, nos tenemos lástima. Ahora que nos quieren por todos lados, nos echamos de menos. No sabemos lo que tenemos; claro que sabemos lo que tenemos, lo que estamos perdiendo.
¿Tiene pellizco?, se pregunta el buen aficionado. Si no tiene pellizco, al menos que no hable en nombre de nadie en vano, ni tampoco hable mucho de sí mismo.
Los derroteros del concurso invitan a repasar otras épocas, cuando la gente se desangraba por la herida local y provincial, antes de que el percal se transformara en un trofeo internacional. Asusta un poco. Algunos participantes y organizadores del invento levantan la voz, aunque no tanto, en torno al sistema de competición, advierten sobre la falta de interés que suscita la primera fase y lloran la devaluación del mismo.
Al calor de la conversación, Manuel Trinidad, que lleva un montón de carnavales en lo alto, subraya que «cada vez que los grandes de la fiesta proponen un cambio en el concurso», los habitantes de las medianías protestan. «Las preliminares hacen que los aficionados se olviden de las primeras sesiones, tiene que ser muy buena la agrupación para que quede en la memoria. Esto perjudica también al jurado, que no tiene una buena perspectiva para puntuar».
«Locos por el dinero», sintetiza Manuel. «No hace mucho tiempo, algún que otro autor de primera fila pedía la preselección. No sé si él mismo la hubiese pedido cuando empezaba a escribir. Lo cierto es que hoy en día muchos grupos vienen al concurso a disfrutar del momento sin la calidad suficiente, eufóricos por salir en la tele. ¿Vendrían a una preselección?»
Los años de sequía creativa en el teatro Falla, un siglo atrás, hubo quien promocionó la importación de comparsas y chirigotas de otros rincones de Andalucía, por ejemplo de Córdoba o Isla Cristina, y de veras que enriquecieron el concurso. La memoria rescata también la etapa de eclosión, el concurso volvía al Falla tras su paso por el teatro Andalucía, donde se dilucidaron las preliminares. Tres Notas Musicales ironizaba en torno a la controversia al tildar la cultura, con mayúsculas, de «rollazo». «Un rollazo».
El concurso ha conocido semifinales de ida y vuelta a las que llegaban las comparsas chungas con la lengua fuera, repertorios de cuatro pasodobles y cuatro cuplés de una sola tacada, gritos de «¡otra, otra!» correspondidos por las agrupaciones y grandes porfías. Trinidad recuerda el nacimiento de los contraltos y la división de opiniones por las voces heavy metal de Los Majaras, por ejemplo, o la comparsa de Quiñones, que nada tenía que envidiar a los Scorpions. «Ya decía Pedro de los Majaras: Nadie grita como nosotros». Y no todo el mundo masca letras como los que se han ganado los privilegios y el favor de la afición.
Sepan los usuarios de la libertad de expresión que en los tiempos de Agüillo había que pasar el trance del lápiz rojo, la censura. «Agüillo Hijo no pudo cantar unos cuplés picantes, pero a Agüillo Padre le permitieron un cuplé mucho más verde. Tenía más nombre, más historial», apunta Trinidad, que rememora otro episodio, la letra de Los Fígaros de Paco Alba que desorientó al funcionario censor, los vales del Avecrem y los pedazos de pastillas que encajan pal matrimonio. Preguntó qué significaba. Quedó conforme.
La primera vez que oímos hablar del Carnaval de Cádiz, ya era otra cosa, una función llena de sobrentendidos que a ratos podría pasar por un tostón si se estira el chicle. «Chicos, chicas y chicles», exclama el Sheriff con todo el arte del mundo. Los dibujitos animados, al compás de los viejos ritmos chirigoteros, encandilan a las chavalería de todas las edades, tienen tablas, facturan musiquitas metíos en el móvil, y las grandes superficies sentimentales del buen aficionado colman los caprichos de los niños y levantan el castigo a los mapas de sus juegos inocentes.
Un niño, por cierto, irrumpe en la escena con un grito: «¡Olé, Germán!», que premia el pasodoble sincero de quien desobedece las órdenes del recorrido vital en sentido contrario. Germán y los suyos cantan: «De tus premios y de tus finales yo no soy digno». Un chispazo del gremio de los chavales, del antihéroe local que recibe menos de lo que merece, tal vez por no poner precio a sus canciones, un bicho raro, el niño malo de la clase que pone el dedo en la llaga de la pléyade de letras que este año ponen verde a los políticos todos por igual, esa tendencia de «todos los políticos son iguales» que rompe para no buscar el aplauso fácil, incluso el del cuñado derrotista. Yo no entiendo mucho, pero me parece escuchar un guiño travieso a la preponderante afición juancarlista y al concurso de intereses creados.
En la calle no hay reglamento que valga. Los músicos callejeros que sirven de consuelo al devenir del tiempo se saben de carrerilla los repertorios de lo cotidiano y en la claridad de los sábados ponen de manifiesto que se puede vivir de la música. Malamente, pero se puede. En la mitad geométrica de la Torre de Babel de la plaza de la Catedral, sin aparente temor al fallo inapelable del jurado, un veterano cantautor que vive en Cádiz desde hace muchos años sopla con su armónica una espléndida versión de «Como una ola», la copla que Manuel Alejandro escribió para la Jurado, pero la mayoría de turistas oriundos de la parte oriental de Dusseldorf, y otros de la periferia de Hannover, amarrados con su salvavidas a las fotos descoloridas de un sugestivo menú del día, no la disfrutan como debieran. El trovador insiste. Este vagabundo de las partituras del sol, que vivió tiempos mejores hasta que enviudó en Ámsterdam, donde lograba grandes propinas a la vera de un casino de juego, es capaz de bordar, al opuesto extremo de los gustos musicales, una obra maestra de Neil Young, por citar alguna perla de su joyero, y así despeja la tarde a córner. Esta gente también le toma el pulso a Cádiz. Y los que vendrán tras los premios y los pregones, no digamos. «Tú y yo, muchacha, estamos hechos de nubes», que diría Pablo Guerrero.
Otro amigo desconocido, anónimo gaditano, se extiende en consideraciones sobre la mediocridad que torna aún más aburrido el inicio del concurso. La otra noche se fugó al cine a ver «La extraña pareja», con eso te lo digo to.
Dice el gachó que «el grueso de las agrupaciones del concurso, correctas pero que no aportan absolutamente nada nuevo o de interés, le matan el gusto a cualquiera con su machacona reiteración de esquemas, fórmulas y temas, mimetismo de andar por casa».
«Si algún día se llega a instaurar la criba previa, yo sólo permitiría pasar a las muy buenas ... y a las muy malas. Todas las de en medio, pal cajón». Disculpen el atrevimiento. Hay ropa tendida.
La música del pasodoble de los disléxicos, representa, a juicio del cinéfilo aficionado, «un nuevo caramelito de Gueli Villegas, sin bombazos, ni cortes, ni pianitos, ni finales repetidos o tripitidos, ni ninguno de esos otros tics o recursos más que manidos con los que los autores de este tipo de piezas llevan años intentando darles fuerza o pellizco; sólo una bonita melodía con sabor que se canta de corrido, sin más».
Como los puntos de la primera fase no arrastran, otro de los factores que contribuyen a que las preliminares sean tostón y a que las mejores plumas, por lo tanto, se reserven sus mejores composiciones para las fases siguientes. El futuro ya está aquí.
Calle abajo, un guitarrista treintañero se viene arriba en su punteo infinito al estilo Santana, oye como va, y otro compañero, por sólo unas monedas, ilumina una versión rumbera del Hotel California, y un recién llegado, pleno de energía y hambre de justicia, elige «Stand by me» para bautizarse en la calle Ancha, y al fondo del cuadro, tomando café y pastas, una señora de pelo colorado confiesa a su contertulio en el ecuador de esta feria de las vanidades, con los brazos apoyados en las rodillas: «Mi hija es sagitario, igual que yo». Cazar al vuelo las frases fuera de contexto es un deporte de riesgo. Ya en las escaleras de Correos, anticipando La Voz Chiquita, un chiclanero que responde por Curro Alcina, que ni conocía ni le toca nada al arriba firmante. Muy conocido en las redes, a raíz del concurso televisivo de marras, admirado por su destreza y precisión vocal, monta el alboroto preguntando al aire «cómo es él» y «a qué dedica el tiempo libre». Que venga Perales para verlo. Sin despeinarse, oiga.
Cuando caminemos lentamente sobre un lecho de papelillos y serpentinas una noche estrellada de marzo, será imposible sustituir la capacidad de asombro por la resignación.