CARNAVAL DE CÁDIZ

'La contraseña' de Alcina: El algoritmo del 3x4

La secta del Bizcocho despliega su considerable amor por la teatralidad de esta divina comedia

Enrique Alcina

Debate sobre el estado de gracia del tirititrán. Nos jugamos el prestigio. Algunas chirigotas han confeccionado mejores carteles anunciadores de sus actuaciones que cuplés con sustancia. Pronto saldrán chirigotas de chinos, tercera generación. La fórmula mágica de la modalidad que enamora a la gente inexperta y preocupa a los sabios del lugar aún no se ha filtrado a la opinión pública, ni que fuéramos los custodios del equiricuá de la zarzaparrilla, la chispa de la vida. Resumiendo: cada es vez es más complicado hacer una chirigota con todos sus avíos. Demasiada presión. Lo sentimos, no todo el mundo puede hacer una chirigota, reza la infografía de las camisetas que lucen los maqueones en los peores sueños de los autores con ínfulas de pegar un pelotazo. El algoritmo del 3x4 amenaza con desnaturalizar aún más las coplas o rebajarlas a un mero producto de entretenimiento, y no a la filosofía tan seria y formal que a los gaditanos se nos escapa de las manos. Las máquinas nos escuchan.

Probar a ser otra persona, jugar con la imaginación del espectador, echar a cara y cruz las ocurrencias de mesa camilla y dar con la tecla a la hora de la verdad no está al alcance de cualquiera, basta con comprobar el regusto amargo que dejan buena parte de las sesiones de preliminares en las mazmorras del Falla. Jornada de puertas abiertas en Puerto 2. Con tal de no ver las noticias, hay gente que viene a hacer el canelo y que se toma el Teatro como si fuera un parque temático. Horror.

«Subir peldaño a peldaño la escalera al cielo, o al paraíso, que es más de Cádiz, es lo que la mayoría de la gente piensa sobre la creación de una chirigota», enfatiza Ramón Peñalver, autor de agrupaciones legendarias que este año retorna a la escena. Ramón se pone dramático, piensa que la gestación de una chirigota «se asemeja muchísimo más a la travesía de Dante en su Divina Comedia: para llegar a ese Paraíso hay que atravesar el Infierno y el Purgatorio. Muchos se quedan en uno u otro. Hoy en día, los nueve círculos infernales que describió el poeta florentino se quedan cortos para lo que se le viene encima al coplero».

«El dinero, ¡cómo no!, es el primer obstáculo que impone Satán, o el Dios Momo, que es más de Cádiz», sugiere Peñalver. «Ya no sirve coger cuatro trapos para improvisar un tipo chirigotero. Hoy hace falta tener dinero para la inscripción, forillo, tipos confeccionados por artesanos, puesta en escena y, los que pueden, reservar una cantidad de ese dinero para llevar a un regimiento de fans al Gran Teatro. Ni que decir tiene que muchos se quedan en el primer círculo del Averno, que por suerte tiene salida a la calle». Peñalver, que ha firmado repertorios de campanillas junto a Paco Cárdenas y la maravillosa música del Noly, mayormente, suma más de cuarenta agrupaciones oficiales.

De ahí que en Cádiz coexistan las chirigotas de concurso con las chirigotas de calle, que engloban a las chirigotas de calle, de barrio, de escuela e incluso de grupo de guasap. Gente corriente que desentraña los misterios más lindos del habla de Cádiz y los saca a relucir para sentirse más dichosa. Aquí y en San José de la Rinconada.

La secta del Bizcocho despliega su considerable amor por la teatralidad de esta divina comedia. La otra noche levantaron un montón de risas a base de pasodobles surgidos del ingenio con mayúsculas y maldades adjudicadas a los sempiternos y socorridos nombres de gente conocida escritos con negrita: Paquirrín, Carrero Blanco, Echenique, Lucas, Ortega Cano y unos cuantos más. Lo primero se agradece, pues los chirigoteros, con su colgaera, se ríen de sí mismos mientras critican a la sociedad y a la clase política. Lo otro pertenece a la categoría del humor moreno pero también al chiste fácil, muy visto y falto de compasión. Cada uno lleva su razón, no obstante.

Peñalver continúa. «Llega la disyuntiva de elegir el tipo y repertorio que les gusta o hacer una chirigota comercial que satisfaga al gran público. La primera opción te suele llevar directa a las llamas y la segunda tampoco es sinónimo de triunfo».

«Una vez establecida la senda, el autor se enfrenta a un auténtico calvario. Sus coplas no solo deben convencer al grupo, sino demostrar viabilidad escénica, ser competitivas. Los medios ya se han encargado de banalizar los pasodobles de presentación, los que se solían quedar en la memoria colectiva, de ridiculizar la temática carnavalera apodándola »metacarnaval«, de acusar de chovinismo a los grupos que llevan a Cádiz como estandarte», remarca. El que la coja pa' él.

A juicio del experimentado chirigotero, que también es un gran aficionado al rock, «la chirigota es el blanco perfecto para francotiradores mediáticos, chuflas de las redes sociales que se amparan en el anonimato y todo tipo de »haters«, o derrotistas, que es más de Cádiz. Eso deriva en dudas continuas sobre el repertorio, peticiones de cambiar esta o aquella letra, de modificar las cuartetas o escribir cuplés más generalistas. Un verdadero quebradero de cabeza, que convierte al letrista en un clown, un payaso serio que, en más de una ocasión, derrama lágrimas de impotencia».

Las dudas a la que alude Peñalver fueron, precisamente, las que asaltaron al Bizcocho antes de emprender su nueva aventura caminito de la tierra prometida: popurrís de diverso calado, el cambio de estilo como quien cambia de humor, el azar y el capricho de la afición. Así se ha manifestado en las horas previas al concurso. Ya en las tablas, esas inquietudes apenas se traducen en hechos. La secta canta que nosotros, los avatares de las redes sociales, y ellos, los que rellenan los telediarios, sí que parecen una secta.

El orgullo chirigotero refleja lo mejor de sí, el cosqui en defensa propia, el triple sentido, cuando los notas confiesan que «las personas son iguales que las comparsas; pa' una vez que encuentras a una buena, las demás son pa'echarlas». Haciendo amigos.

Minutos antes del loco sermón de los floridos volaos de Charles Manson, un cuarteto de Pernambuco provoca al malvado que todos llevamos dentro y el publiquito travieso la toma con ellos con su repertorio de sarcasmo en do mayor. A los gachós, más malos que el calvo de Sueños de Libertad, no se les ocurre otra cosa que rimar que «hay que dar la talla para cantar en el Falla», y alguien exclama: «¡Aplícate el cuento!» No se puede ir a Chicago a cantar una mierda de blues. Un respeto. Jornada de puertas abiertas para que este tipo de artistas apaguen el fuego de sus ansias de concursar en el Falla y, si acaso, canten en un bujío y paguen la convidá.

Ramón Peñalver recuerda que el éxito de Las Viudas vino precedido de una tragedia: «Paco escribía junto a Rafael Gálvez, hermano de Manolín. Ambos eran mis concuñados, y Rafa, tras los Bisabuelos, se puso muy malito. Paco no quería salir con el tipo de mujer porque mi padre le comentó que ninguna chirigota había triunfado de tal guisa». El pasodoble y la música del cuplé, que casaban a la perfección con el tipo, le convencieron. «De todos modos, al grupo no le gustaba nada, me echaron para atrás la presentación del po po po pom, que al final aprobaron, y el ensayo general fue un pelotazo».

El autor de cualquier agrupación que se precie se topa a veces con la inesperada respuesta del público, las chirigotas clásicas con sus pasodobles de crítica social y las chirigotas modernas con su permanente tono humorístico. Siempre con la copla en el corazón del repertorio, claro, y el sufrimiento a flor de piel. Los autores suelen darle mil vueltas a los temas, se ilusionan con algunos descubrimientos que luego no enganchan al grupo. Los compositores de tronío jamás traicionan a los amantes de la música de los cuplés. Se está perdiendo la originalidad de las música de los cuplés y es una pena, abunda la práctica perniciosa del «copiar y pegar» que pocos distinguen hoy, pues bastantes aficionados apenas sienten más allá de las últimas dos décadas, por ejemplo, y no tienen dónde comparar, de tal modo que los plagios se marchan de rositas. El plagio, en ocasiones, es una virtud del autor inteligente, si lo convierte en un estilo propio. Malo será cuando los magnates de los algoritmos del 3x4 recurran a la inteligencia artificial para pergreñar los pasodobles de amor a Cádiz. Socorro.

«La prueba de fuego ya no es el ensayo general», sostiene Peñalver. «De hecho, cada vez hay menos ensayos generales. En la actualidad, la gente está más pendiente de grabar con los móviles que de escuchar pasodobles y cuplés. Hay serio peligro de que se difunda un repertorio, que otras agrupaciones plagien cualquier copla».

El entrenador del Cádiz se ha estrenado en el Falla y se lo ha pasado en grande, para eso es Garitano, no como Vizcaíno.

Cameron Díaz dice que tiene familia en Cádiz. Yo creía que su abuelo era de La Isla.

«El círculo se cierra en el Gran Teatro Falla. El concurso siempre es una incógnita, la verdadera gran prueba de fuego. La mayoría del público es foráneo, y gran parte del respetable va al Falla por curiosidad, sin saber de qué va esto del Carnaval», pone el dedo en la llaga Peñalver.

«Si la chirigota presenta un repertorio muy gaditano, corre el riesgo de no ser entendida, de pasar desapercibida. Pero, ¿cómo renunciar a tus principios?, ¿cómo falsear tus sentimientos?», se pregunta en voz alta. Y se pone otra vez dramático: «Lucifer suele imponerse en este círculo a los Doce San Migueles. No hay espada que reconduzca la moda hacia la esencia.Y si logras pasar este círculo, entras en el Purgatorio. Cinco hombres y mujeres sin piedad se encargarán de redimir tus pecados. Pero a solo unos pocos les abrirán las Puertas del Paraíso. Casi siempre a los mismos, salvo sorprendentes excepciones. No pienso que haya mala voluntad en los miembros del jurado, pero, en muchos casos, sí que hay inexperiencia, bastante desconocimiento del vasto legado de coplas que nos dejaron los pioneros, obsesión por el aplausómetro y evidente falta de empatía por los que no llevan a grandes grupos de seguidores al Teatro». Ahí quedó.

La chirigota del Bizcocho, que eligió el popurrí a última hora desechando otras opciones, abrió bastantes signos de exclamación durante su primer pase, por sus maneras de interpretar y, acaso, por las músicas empleadas para buscar la risa contagiosa: un poco de Manuel Carrasco, un guiño a Luz Casal, algunas canciones amarradas a la memoria del personal y, nada más y nada menos, «Let it be», de los Beatles de Liverpool. Mucho riesgo.

Pese a su notable palmarés de coplas que han pasado a engrosar la imaginería local, Peñalver no escucha las cintas de sus antiguas agrupaciones, ni siquiera las guarda El otro día su hijo le regaló algunas de las grabaciones de grupos que había escrito y se llevó algunas sorpresas. No se acordaba. Ramón va ligado a Los Caballeros de la Edad Media, Los Enterraores del siglo XX, La Tengo en el Bote, y una añorada nómina de coros y comparsas.

Salvando las distancias, la chirigota necesita la concisión y la precisión que no resulta indispensable en los romanceros o los cuartetos, que pueden desarrollar la idea. Oda al estribillo. Ramón canturrea algo de Las Momias, los Guanaminos, y el tiempo frena en seco.

«Unos pocos besarán el Cielo, los demás desandarán el camino, cabizbajos y ansiosos por encontrar la salida a las calles. Muchos chirigoteros seguirán deprimidos los primeros días de Carnaval, y solo cuando San Antonio, y no San Miguel, queme al Demonio, se sentirán libres, se reconciliarán con sus repertorios y se congratularán de vivir en una ciudad donde el Paraíso tiene sucursales en las esquinas... durante una semana. Pero el Lunes de Resaca se volverán a preguntar si merece la pena recorrer de nuevo ese Infierno. Por Belcebú, que ni yo lo sé», remata Peñalver.

La tarde que los extraterrestres vengan a rescatarnos llevarán consigo unas muestras del ritmo genuino y del duende de una chirigota. Y la silueta de Valentín el fenicio, el primer sieso de la historia.

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