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Cádiz no tiene edad para perder la esperanza, coplas de lucha y redención

Coplas de sentimiento de pertenencia alrededor del mundo. Pasodobles de orgullo generacional y popurrís a la lucha de clases

ENRIQUE ALCINA

CÁDIZ

Coplas de sentimiento de pertenencia alrededor del mundo. Pasodobles de orgullo generacional y popurrís a la lucha de clases. La comparsa, que es mucho más joven que sus mayores, rompe el hielo. Dicen que será un año de chirigotas, los duelos de autores legendarios invitan a pensar en ello, pero habrá que esperar a las tandas de cuplés. Vamos cogiendo el ritmo. El concurso es más largo que la esperanza de un pobre.

Las edades del Falla se amontonan. Con el cambio de siglo se puso de manifiesto la ausencia del relevo generacional, no tanto en cuanto a los intérpretes, que en Cádiz se cuentan a puñados, como cantos rodados, sus grandes vocalistas con nombres artísticos de acuerdo con su prestigio. Pero los autores son esenciales. No han surgido demasiados compositores en los últimos tiempos capaces de destronar o, al menos, de hacer frente a los consagrados, que llevan treinta años ocupando el favor de las finales y el fervor del público. El cansancio y el desgaste creativo de los punteros trae a veces concursos discretos. Cada vez se antoja más complicado alcanzar la originalidad, sorprender en las letras. Hay quien ve la fórmula agotada; también encienden las alarmas en pos de ahuyentar la temible pérdida de las señas de identidad, pero uno olvida el dolor y el miedo cuando escucha las primeras coplas de los carnavales y presta atención a los grupos que cantan con elegancia y valentía. Ya hemos presenciado en la primera semana de confinamiento varias demostraciones de gaditanismo, algo que no sabemos explicar muy bien qué es, y también hemos constatado que los nuestros siguen escribiendo hermosas letras capitales y armonizando brillantes conjuntos, bien afinados, arrebatadores, que ya han dejado el sabor que deja un caramelo mentolado.

«Tú conoces bien la historia que nos trajo a este escenario», advierte de primeras el grupo de Juan Carlos Aragón, que agrupa veteranía y juventud en La Tribu del Chapa. Al compás de una cadencia sin estridencias, la comparsa suministra una preciosa dosis de sinceridad y esperanza; lo hace con la convicción que proporcionan los pasos dados y los terrenos transitados, la música suena ahora nueva y luego se inspira de lo mejor de antepasados y contemporáneos, amigos y rivales. Atrapa al vuelo el recuerdo no tan añejo y combina el fraseo inconfundible del maestro desaparecido con los estribillos de quien precisamente se acuerdan en un cuplé: Martínez Ares. En el otro pintan Andalucía de color esperanza.

La mentada esperanza se pasea también por el manual de resistencia de la comparsa de David Márquez Mateo. Qué maravilla de popurrí, oiga. En defensa propia, animan a cantar al Poder sin temor, ni piedad, y apelan al último reducto que queda para pedir lo que ya está escrito: «una casa, un trabajo y un sueldo en condiciones», no sin antes venirse arriba, «vamos a borrar del mapa a tantísimos ladrones, villanos faltos de humanidad», y se encajan de mala gana en una «sociedad enferma», les preocupa el actual panorama de «desinformados, enfrentados», y gritan por «la lucha de la clase obrera». Ya no se escucha esta consigna con frecuencia en el Falla, devuelve el aroma combativo de los años setenta y ochenta, pero La Resistencia, que se agarra también a la esperanza, colma su popurrí de demandas sociales urgentes y cariños de horror para los niños palestinos.

A las comparsas con garantía de calidad, da lo mismo a qué generación pertenezcan, se les entiende todo, hasta lo que callan, y además vocalizan, no como los cantantes que se estilan hoy, con los muertos del autotune.

Cualquier tiempo pasado fue anterior, apretamos el control remoto de la memoria de las coplas de Cádiz. Siempre hubo tiempos peores. En Cádiz respetamos a los mayores porque nos dejaron la huella sonora, el doble sentido y las agallas y, de paso, porque nos dan de comer, sacan a los niños y apenas se quejan de que vivamos a costa de ellos.

Los viejos de Cádiz vienen de vuelta de todo, nadie podrá bailarles lo quitao, ni desconfiar de su equipaje, los antiguos de Cádiz disfrutaron sin remordimientos de la loca pasión de los albores de la democracia y de las gestas del submarino amarillo.

«No hay cambio generacional. Siguen arriba los mismos», comenta en el bar Brim un experimentado aficionado gaditano sin prejuicios, Manuel Trinidad, que ha advertido la existencia de algunas excepciones en los últimos años, «autores que despuntan pero luego se diluyen», aun mereciendo más, nada que ver con los concursos de treinta años atrás, cuando emergieron los nombres sobresalientes que se mantienen activos. Baraje la carta de figuras rutilantes y aspirantes al cariño colectivo. «No han terminado de romper, mira los premios y verás que no ha habido cambios».

«¿El concurso en declive? El concurso ha estado en declive toda la vida. Y la mafia ha rondado a la fiesta desde que tenemos recuerdos, mi padre me contaba que en su época ya se hablaba de compadreos y premios que estaban dados de antemano», rememora Trinidad. «Tengo una cinta grabada en la radio del año 76, cuando actuaron España y Olé, en la que Enrique Treviño decía, con sorna, que »ya se sabe que los premios están más que dados«. Treviño fue un locutor muy particular, distinto a los demás, que durante años se convirtió en el terror de las agrupaciones de dudosa calidad. »Este pasodoble ha gustado en el Falla de toda la vida«, solía decir cuando encontraba parecidos razonables con coplas de años precedentes.

La conversación desvaría entonces al abrigo de las rupturas traumáticas, las polémicas, las brechas generacionales del siglo pasado. Manuel ha cultivado una bonita amistad con una celebridad de la comparsa, pionero de los contraltos buenos, Emilio López Prat, que salió con Los Sarracenos de Paco Alba, de cuyo grupo se desligó cuando al creador de la comparsa le entró la pena negra en Madrid, aunque llegó a tiempo de la reconciliación hasta que Estampas Goyescas dijo «hasta aquí hemos llegado». Paco Alba, abrumado por los abucheos del público, hacía mutis por el foro y cedía el cetro a un joven Antonio Martín, que escribió las siguientes páginas memorables de la historia hasta su retirada, hace siete años, en otra pugna de generaciones que se resolvió con la irrupción de Martínez Ares.

De aquellos días de cisma carnavalesco, el relevo generacional de la comparsa, por así decirlo, abunda la conclusión de que nunca se descarta que la mentira sea verdad, y viceversa. Desde entonces, salvo en ocasiones cantadas, sólo el viento ha cambiado de un día para otro.

Trinidad, que se ha acercado a la poesía y ya prepara su segundo libro, echa la vista atrás, fantasea con colarse a través del túnel del tiempo en el palco del Falla la noche que un miembro de la comparsa de Paco Alba destrozó el tipo en presencia de su familia, con el corazón roto, «ya no salgo más», o hacerse invisible en el centro del escenario estrenando la extraordinaria música de los Forjaores. Pasan varios grandes del Carnaval gaditano por la puerta del bar, hay pocos cafés como el del bar Brim, y Manuel recompone la postura y revive en voz alta a los Gorilas de Fletilla, saborea las ollas de menudo que se consumían en los palcos y, de vuelta a la realidad, sostiene que en Cádiz «es más fácil hacer llorar que reír».

Cádiz tiene una edad muy buena para burlar su destino. La veteranía es un grano. Llaman «generación silenciosa» a quienes superan los ochenta años, pero en Cádiz no habita una generación silenciosa por la simple razón de que aquí no se calla nadie. Y menos los mayores, que dan sopas con ondas a los que entonaron como descosidos los grandes éxitos de los ochenta y noventa, los «baby boomers», nacidos entre el 46 y el 64, pues éstos no alternaron con Paco Alba ni asistieron a los cambios de guardia carnavalescos, el relevo generacional que hoy invocan con prisas todos menos los puretas.

Los múltiples concursos que conviven dentro del concurso conceden este año 6.000 euros a la mejor letra dedicada a los mayores, un dinero curioso que bien podría tornarse en una pensión vitalicia y una tarjeta dorada para los elegidos. En Cádiz lo que cuenta, no obstante, es ganar el premio del público y vender muchos «compas», salir de gira mundial por las carreteras secundarias y pegarse el rollo allá donde el cielo se une con el mar. Ojo, cuando hablamos de personas mayores no olvidamos que la mayoría silenciosa tiene la edad de Joan Manuel Serrat o Joaquín Sabina. Cómo pasa el tiempo.

Es lo que hay. Hoy mandan, por así decirlo, los adscritos a la «generación X», nacidos entre el 65 y el 80, emparedados por los que ya andan locos por pillar una buena jubilación (?) o una Primitiva aunque sea sin bote, y los preparados y pujantes «milenials» (1981-1996), que aún no se han largado a trabajar afuera y apuran la energía de su exilio interior de aquella manera. Por ahí van pregonando que los autores «milenials» aún no han dicho su palabra en el concurso. Lo mismo me estoy liando, llegamos con la lengua fuera a las esperanzas de la humanidad local encuadrada en las generaciones Z, Alfa y Beta, y les reímos las gracias a los chavales de la cantera, no pueden ser más de Cádiz. El futuro anda por algún lado canturreando cosas bonitas y embarcando el balón de reglamento. La culpa es de los padres.

Juan Carlos Aragón, en sus años salvajes, era muy aficionado a los relevos generacionales. Las mujeres han derribado la puerta del machismo imperante, «sin permiso, buenas tardes», en el Falla y en la calle. Siempre hay una luz que ilumina el camino. Los antifaces de oro lucen el palmarés y suspiran por la revalorización de sus pasodobles. Desde la llegada del euro nadie tilda a los comparsistas de peseteros. Los achaques del concurso han pedido cita previa. Los jóvenes buscan la renovación volviendo a las raíces, tu primo no aparece en los cromos del Carnaval y de repente entra aire fresco. Camarón canta cada día mejor, enamorado de la vida aunque a veces duela. En Cádiz gusta mucho la marcha tropical y las nuevas generaciones, con perdón, echan los papeles para entrar en la industria cultural del Carnaval.

Este delirio generacional, tan infinito como el Carnaval de Cádiz, se vive todo el año. Tiempo suficiente para escuchar coplas que ya se han cantado antes, cuplés sin lactosa y grandes mamarrachos y memes malos, vamos a dejarnos de milongas, hay gente de toda clase y condición, quitamos los nombres a las borrascas y nos cubrimos las vergüenzas con un tupido velo.

Viejos jóvenes, jóvenes viejos. «Sexageranios» en flor, principiantes escarmentados, maduritos interesantes con la raya en medio estilo Purri, gente que lleva en lo alto la pesada carga del maravilloso archivo de cintas de Izquierdo Producciones, maneras de sentirse vivo, la efervescencia y la condescendencia, valga la repugnancia.

Lo mejor de todo es que en Cádiz, un mundo aparte con tela de vida interior pero siempre pendiente del qué dirán, nadie tiene la última palabra.

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