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Bob Dylan, en el Falla: los tiempos están cambiando, pero no tanto

El Yuyu regresa al futuro y Bob Dylan, que no acudió a recoger el premio Nobel de Literatura, viene a cantar a Cádiz en preliminares, una noche de invierno, lo nunca visto

j.m. reyna

ENRIQUE ALCINA

Han sobrevivido al fin del mundo, a una pandemia, a un montón de guerras, a varias estafas inmobiliarias, y también han sobrevivido a la música mal hecha. Todavía no se sabe si los tiempos están cambiando o no. El Yuyu regresa al futuro y Bob Dylan, que no acudió a recoger el premio Nobel de Literatura, viene a cantar a Cádiz en preliminares, una noche de invierno, lo nunca visto. Reencarna al portavoz de una generación de comparsistas y cantautores del genuino estilo gaditano, Juan Carlos Aragón, lo mismo que James Bond evoca la efervescente época de la reconversión, la mal llamada reindustrialización de las coplas, aquellos tiempos salvajes que echaban a pelear en el teatro Falla a los gallitos en plena forma con los jóvenes, pujantes y valientes pollos piones, y entre unos y otros cambiaron el panorama del concurso y sus alrededores. Total, que para Bob Dylan los vientos están cambiando. Para James Bond, no tanto.

A Bob Dylan, que ha ganado el concurso mundial de letras haciéndose el sueco, además de un Oscar, varios Grammys, un premio Pulitzer y un Príncipe de Asturias, que ha cantado ante el Santo Padre, sólo le falta un primero en el Falla. Picado tal vez por el cartel anunciador de la chirigota del Cascana, un retrato de un mozalbete orgulloso y eléctrico llamado Dylan empuñando su guitarra muy cerca de la iglesia de La Palma, ha garantizado a sus devotos que continuará en la carretera en cuantito terminen los carnavales. Bob Dylan anda muy liado preparando su nueva gira con Juan Carlos Aragón.

Como si no se hubiese marchado, el Yuyu vuelve por sus fueros, con licencia para hacer lo que le venga en gana, apuntando a la frente de la nostalgia de La Caleta internacional y uniformado de James Bond con mostacho. El Yuyu apenas juega con la sorpresa. Tantos lustros después, a muchos kilómetros a la redonda encuentran a pocas personas que hayan aprendido a decir Prince Borfman, los socios del mismo club de Lamin Yamal. Deletrean las nuevas letras, enlazan algunos golpes en el centro del ring, el Yuyu vuelve para concursar, nada de bandas tributo, de ahí que guarde las consabidas balas en la recámara. La chirigota, que a veces parece una chirigota de antes, ¿de cuándo?, esgrime las armas de siempre, la marca registrada, los greatest hits que pincha la rockola del Falla.

Reliquia viviente del siglo XX, artista equilibrista fuera de su tiempo, infiel a sí mismo, genio cascarrabias y comerciante de sus poemas nacidos para ser cantados cien veces, Bob Dylan ya paró antes por aquí, recuerden el concierto del verano de 2008 en Jerez, sí, de la frontera, en la esquinita del estadio de Chapín donde los cadistas lloraron de alegría el penúltimo ascenso del Submarino, amarillo es, el primer gol de Oli y el segundo de Abraham. Paz. Bob ha concursado en numerosos teatros de Andalucía. La última vez, en Sevilla, otra localidad muy querida por el gaditano. Los hados de Bob merecían, como mínimo, un Cortijo Los Rosales.

Juan Carlos Aragón creía religiosamente en la reventa como sistema infalible de selección del público del teatro Falla, de principio a fin del concurso, y confiaba en la hegemonía de la chusma selecta, los auténticos entendidos de la fiesta, una élite que viene de los años noventa, si no de mucho antes, de los días en que los estudiantes irrumpieron en el Carnaval democrático, hasta entonces denostado por la intelectualidad y por las clases altas. Lo hicieron con audacia y respeto, y su caudal de creatividad se convirtió en un grito de libertad, como todas las canciones del mundo. La explosión de libertad influyó en los cuplés y los popurrises de las chirigotas, de ahí surgieron los rutilantes nombres que encauzaron el favor del público durante décadas. Luego llegó el desencanto, aunque en Cádiz el desencanto se combate con el canto, de cara y de perfil.

Cuando había dinero y la tele lo grababa todo, los artistas gaditanos aceptaban el desafío y la gente se lo pasaba muy bien de veras, entre crisis y crisis, al vaivén del laberinto de la constante mutación. Ibas a una peña recreativa a merendar, a cuento de un homenaje o algo, y salías ya cenado. Sobredosis de placas conmemorativas, ramos de flores, gran coba, estatuillas de Nando para los ganadores, gambas rebozadas, croquetas de jamón, queso del bueno, lejos aún de la comida minimalista de hoy. Embutidos versus emulsiones.

La gente se conocía de antes en el Falla, los oyentes imaginaban las chirigotas en la radio, Mari Pepa Marzo bordaba las descripciones de los tipos, al ritmo del tangai, y los estorninos aún no había sobrevolado por Candelaria y la plaza Mina.

De vuelta al 25, James Bond se aprieta una dorada con su paté de cabracho en el corazón de La Viña. Recurre al humor negro, se le quedan anticuados los cuplés, todos menos los del Cádiz, y el Yuyu se toma un colacao del tiempo catorce años después del silencio. Firman un brillante popurrit estos actores de películas de tiros, ensamblan las ocurrencias con la música precisa, abren con Joaquín Sabina, se desatan con Boney M, se ajustan al peluquín como saben hacerlo, y así luchan contra las prisas de los usuarios que hoy en día no se tragan una película o un disco entero.

La gira de Bob Dylan con Juan Carlos Aragón nos presenta al Dylan del año 75, con la cara pintá de blanco y las mismas hechuras que en la portada del disco Desire, precisamente el álbum del nota de Minesota que más ejemplares ha vendido en España. Así que entran a matar con el relato de Huracán, boxeador de color negro, púgil de los pasodobles circulares: «Esta es la historia de Juan Carlos Aragón …»

Bob Dylan ha tocado durante su carrera casi los mismos palos que Juan Carlos Aragón: canción protesta, country americano, rock and roll y su ración de exquisiteces de Silvio Rodríguez. Lo que ocurre es que uno, el señor Dylan, se convirtió al cristianismo y el otro, el capitán veneno, se convirtió al juancarlismo.

James Bond cambiaría los cuplés que aún no ha cantado por contar veinte años menos con puntualidad británica. Bob Dylan cambiaría el Nobel de Literatura por un primero en el Falla. Dicen que salió con Los Acuarela de Bustelo, pero no es verdad. Vivir dentro de una comparsa, una chirigota, un coro o un cuarteto de Cádiz no queda al alcance de cualquiera. A Bob Dylan le gustaron mucho los «Quince on the stone» y no olvida la escena de Halle Berry saliendo del agua.

En su delirio carnavalesco, el buen aficionado siente de pronto que todo va bien, incluso lo que no va mal del todo, y se regodea en la explanada mental de la nada reconociendo las coplas más luminosas e ingeniosas de Cádiz. Pero tropieza en la misma piedra, a renglón seguido, en la tele canta alguna agrupación sin proteínas y cambia de canal: «Para mí, no es penalty», dice el comentarista, y el buen aficionado se las pira un momento al bar para ver las repeticiones en cámara lenta de la jugada.

Julio Pardo tampoco permanece ausente en el concurso, pues su hijo y Antonio Rivas han revisitado su legado con una cosa nueva muy bonita, y un buen número de veteranos y noveles pugnan por derribar los malos augurios.

Los grupos que aspiran a protagonizar el dichoso relevo generacional y a darle la vuelta a los prejuicios alientan al público, que algunas noches no parece de fuera. Alguien suelta en otro canal la milonga de «poner en el mapa» a su patria chica, el Carnaval de Cádiz nunca cierra su campus virtual, ahí van escopetaos los fuegos artificiales, mire p'arriba hasta que todo estalle. Algunos pasodobles tienen menos vida interior que la calle Columela.

Cantaba Atahualpa Yupanqui: «Tú piensas que eres distinto porque te dicen poeta, y tienes un mundo aparte más allá de las estrellas».

La chirigota del Cascana, que a menudo parece no llegar a estas instancias terminada del todo, retorna al presente, merced a su imperfecta naturalidad, a «la calle verdadera y canalla donde se canta libre, no como en el Falla». Las verdades que, a juicio de Bob Dylan, se callan sus compañeros comparsistas, compran voluntades. «El Falla se ha convertido en un Carnaval de cobardes».

¿Qué dirá Bob Dylan de todo este invento? Sus abogados pretenden enviar un fax al único negocio del barrio con fotocopiadora comunicando el mosqueo gordo que ha pillado Bob porque no interpretaron «Like a rolling stone», ni «Blowin' in the wind». Porque en Cádiz sopla muy fuerte el blowin' in the wind y les aconsejaron que cantaran mejor «Huracán». ¡Derechos de autor! El Dylan derrotista pensará que han desaprovechado la pintiparada ocasión a puerta vacía que les brindaba el tipo, con la buena figura de la que fardó él siempre, lamentará que hay que afilar mejor la armónica y que se vinieron abajo en el popurrit. Menuda maldad. «Esperaba más de mí mismo». «No han sacado ni a Joan Baez». Bob Dylan está mayor. En fin. «Traga, tiérrame».

Los pistoleros del Yuyu aciertan en la diana de ese lentísimo ayuntamiento, a la diestra de su particular visión de nuestro pequeño mundo, y admiten que les cuesta trabajo entonar que Pedro Sánchez sea un pedazo de caballero, a la siniestra del instante que enfrenta al legendario autor consigo mismo y con el tiempo, no pregunte por saber que el tiempo se lo dirá. ¿Volverá el Yuyu? Depende de su mujer. ¿Caerá en desgracia mientras contesta un guasap al bajar de la acera? Lo único seguro, por lo visto, es que se no le ha pasado por la cabeza traicionar a sus musas ni cambiar de género humorístico, contra viento, mareas y tuits con mala idea. Antes de debutar en este concurso por enésima vez, el Yuyu recordaba que se había distanciado de un concurso «extraño y frío», sin el calor de los años noventa, y que cada año se complica la tarea de hallar la piedra filosofal de la gracia de los cuplés por mor de tanta redifusión de las coplas, hecho que «perjudica a las chirigotas».

Si difícil resulta escribir y cantar un cuplé, más difícil es cantar unos fandangos como los cantaba Rocío Jurado en el teatro Pemán, sentada en una silla de enea. Un tiro al aire, la guerra de aranceles amenaza la Tasita de Plata, ojo con los disléxicos, de categoría, y con los brackets, que luchan con uñas e implantes.

El tiempo por venir nos sitúa ahora en el rincón oscuro del cajón de los asombros y los desengaños. «Qué no darías tú por ser un palomo y surcar el cielo» con destino al Colorao, Conil al lado, las cuentas pendientes de algunas de las chirigotas célebres del Yuyu y Aragón, «De plaza en plaza» y «Kadi City», que no pasaron a la final.

Bob Dylan estrena su nueva película, la historia de sus años de fulgor y ascensión en el mundo del rock, el último día de febrero, así que no tiene claro si podrá estar presente en la final. Ya se marcó algo similar, un «Trágico González», en diversas ocasiones, se abstuvo olímpicamente de ir a recolectar sus galardones, al estilo también muy propio y exclusivo del antipoeta chileno Nicanor Parra, hermano de Violeta Parra, que fletó a su nieto con una máquina de escribir entre sus brazos cuando obtuvo el primer premio en el concurso monárquico de Asturias. Gracias a la vida, gracias al jurado.

Nicanor Parra, por cierto, fue el primer habitante del universo que vaticinó el premio Nobel de Literatura para Bob Dylan, el único autor de la música de los pasodobles que se ha distinguido con tal honor cultural. Un premio muy contestado por los puristas de las coplas, antifaces de oro bastantes de ellos, defensores de la esencia del relato corto, pejigueras. Haber cambiado antes el reglamento. A sus 84 años, Bob Dylan ha recorrido muchos caminos que nadie había conocido jamás, siempre en contramano, como Juan Carlos. Los tiempos han querido juntar a estos cantautores del mar con la idea de vencer algún día el miedo a ser libre.

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