Carnaval
El Carnaval callejero y las nuevas modas
Al albur de la provocación empiezan a surgir grupos cuyo único método y fin es el insultar, con menos gracia que una visita al dentista
El Carnaval callejero ha cobrado cuerpo y tiene su propia vida. Más allá de la oficialidad, contra la que se germina; por caminos diferentes al Concurso, al que se contrapone por su naturaleza 'ilegal'. Ya hay consumidores 'sólo' de estas chirigotas, adictos absolutos que marcan en su hoja de ruta las agrupaciones que no pueden faltar en su 'playlist', ni las esquinas que relumbran en su callejero.
Merece un profundo estudio por la particularidad de su especie endémica y por la inversión que se ha producido y que hace aún más particular e irreverente esta fiesta. Mientras el pueblo ha tomado el templo de la 'aristocracia', ese teatro Falla destinado a la 'alta cultura' (ópera, ballet...), las élites intelectuales se han hecho fuertes en la calle y adquieren mayor protagonismo. No busquen aquí un choque de clases pues precisamente en Carnaval todo ello se desvirtúa, y se convive en perfecta armonía sin sectarismo ni intolerancia.
No va por ahí la cuestión de las nuevas modas, sino por otras tendencias. El Carnaval callejero, el ilegal tal y como está conformado en la actualidad, no posee una dilatada historia. Nace en una época tardía en la Transición, en los 80, con muchos padres 'no reconocidos' aunque con Paco Leal, el Gómez y Emilio Rosado, los hermanos Matos, Salvador Fernández Miró, Paco Mesa o Koki Sánchez como progenitores más reconocibles. Eran años en los que las agrupaciones ilegales se podían contar con los dedos de una mano (ahora pueden ser más de dos centenas).
Esa chirigota, que luego tomaba el sello de Los Guatifó, es el origen de una manera de entender el Carnaval (sin control, sin competencia, en total libertad) que eclosionaría ya en los primeros años de este Siglo XXI. Entonces arriban Las niñas de Cádiz, el Perchero, José Manuel Cossi y David Medina, Luis Frade, los Bocuñanos y el Chapa, Nacho Serrano y Miguel Brun, el grupo de Tino Tovar y Bienvenido (los pájaro espino, Los encantadores) y a los que se fueron sumando el Showmancero, Ginesta y sus Cadiwoman, la de Rota... mis disculpas sinceras pues resulta imposible enumerarlas a todas y seguir su estela precisamente por su elogiable anarquía.
La cuestión es que, cada una en su estilo, estas mencionadas se caracterizaban por manejar un humor diferente al del Concurso. Con sus 'bastinazos', con sus improperios, con su provocación, pero dando una vuelta más. La crítica fina y hasta elegante, la ironía, el doble sentido, la guasa y el sarcasmo, abundaban en sus repertorios.
Ocurre como en todas las facetas humanas, entre ellas la artística. Era una corriente, con códigos diferentes, pero reconocibles entre ellos, salvo contadas excepciones que en esa posición de 'outsider' hasta tenían su punto. Se une entonces la chirigota del Airon, de Paquito Gómez (hijo del 'padre', del padre de esto). ¿Quién no recuerda aquellos V de Vavetta? Con su juventud y su descaro daban un paso más y le añadían un componente de provocación aún mayor, diciendo cosas que hasta a los demás les costaba decir. Sin filtro.
Sin filtro. Pero con humor. De calidad suprema. Claro, lo difícil. Pues al albur de esta provocación empiezan a surgir grupos cuyo único método y fin es el provocar, con menos gracia que una visita al dentista. Acreedores del todo vale y que nada importe. Probablemente, porque el escándalo es el camino fácil para sorprender, para ganarse ese hueco que aún no tienen. El único límite del humor es el propio humor. No creo en la mojigatería de que el límite es el respeto, pues abundan las pieles finas. Pero cuando no hay humor...
Todos caben en esta selva, en la jungla del asfalto gaditano. El que ofende, el que desprecia, el que critica, el borde, el correcto, el grosero, el que no se moja, el que juega al límite y el que lo cruza. La calle es libre y en Carnaval aún más. Eso sí, yo estaré en ese 'grupito' de aficionados que paladean cada cuplé con gusto, que se beben cada sorbo con deleite, de copla y copa, pues al igual que no tiene más razón quien más grita, no es más gracioso quien más insulta.