CARNAVAL DE CÁDIZ
El Carnaval no se toca
Los grandes altavoces de la polémica han amplificado el ruido hasta el último rincón
Antes de empezar, lo diré claro: me niego a llamarla chirigota. Que no. Que no encuentro palabras para definir lo que se vio sobre las tablas del Falla. Y miren que el diccionario es generoso, pero hay cosas que se escapan incluso al lenguaje.
Yo pensaba que el problema mayor sería el discurso: un mensaje trasnochado plagado de consignas huecas. Un elenco de lo más granado con negacionistas, antivacunas, terraplanistas… en resumen, enemigos de la inteligencia. Pero no, el problema no fue solo el mensaje. El problema es que allí se presentó una agrupación -o mamarrachada- sin la más mínima pretensión de ser lo que el Carnaval exige. Negacionistas de los ensayos, los llamaría yo. Un auténtico delirio dirigido por una persona que arrastró a un grupo de gente a un escenario para un propósito que nunca debió pisar las tablas del Falla. Sobre quiénes componían aquello y por qué aceptaron, nos daría para otro debate.
Por suerte, el respetable, en su innegable derecho a no soportar según qué cosas, respondió con abucheos y entonando coplas, haciendo resonar la censura contra el mal gusto.
Pero el problema no es solo ese. El problema es el eco, la caja de resonancia. Porque, al final, esta señora ha conseguido parte de su propósito. Los grandes altavoces de la polémica han amplificado el ruido hasta el último rincón. Y porque -aunque me duela decirlo, porque es mi oficio- los medios de comunicación nacionales, siempre atentos al escándalo como las gaviotas al festín, brindaron a este disparate un espacio estelar en prime time, transformando un insulto al arte y a la dignidad en un producto de consumo mediático.
No vaya a ser que en esas mismas horas se dedique tiempo a hablar de lo que realmente se defiende en esta fiesta. No vaya a ser que se hable de la defensa de lo nuestro: que en Cádiz el tango del Chapa reivindica el flamenco como símbolo identitario de Andalucía, proclamándolo en nombre de una herencia que no es adorno ni souvenir vendido desde la supuesta capitalidad del flamenco en Madrid. No vaya a ser que se mencione la denuncia contra la turistificación que devora nuestra identidad, la injusticia de la falta de vivienda que asfixia a los gaditanos y que está siendo hilo conductor de una gran parte de los repertorios. No vaya a ser que se hable de que en Carnaval se denuncia lo que ocurre en Palestina. No vaya a ser que se denuncie la cruda realidad de una tierra que sufre en silencio mientras se vende un cuento barato. Que se elogie la fina ironía y la gracia de chirigoteros que, por febrero, transforman sus penas en un estallido de música, letras y papelillos, recordándonos que la cultura en nuestra Andalucía no se exhibe solo en museos y vitrinas, sino que se canta, se llora y se grita en las esquinas, en los patios, en las plazas.
Lo mismo es que las expresiones andaluzas no merecen respeto por ser del sur, por nacer del pueblo, por llevar acento y pellizco. Lo mismo es que se las menosprecia y se las manosea en nombre del morbo y de la audiencia. O lo mismo es que los andaluces nunca hemos sido lo suficientemente importantes.
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