OPINIÓN CARNAVAL

Levantar el cepo (y el telón)

El carnavalero nace donde le da la gana y coge la copla y la hace su escudo, su amor, su alimento, su piel, su verdad, su mentira, su trabajo, su juguete, su arma, su coraje y su espejo, y la investiga con la clarividencia que nos da ese querer saber más y más y más cuando no sabemos nada de nada de nada

nacho frade

Beatriz Aragón

Aquí la tenemos de nuevo abierta de par en par y llamándonos uno a uno para que mordamos la manzana podrida de la hipocresía.

Aquí la tenemos de nuevo, la polémica está servida en bandeja de plata: Cádiz cuna de los vientos y madre de la libertad se pone de rodillas como quien canta las cuentas de un rosario, como quien pide coherencia que no clemencia. La fiesta de todas sus fiestas, la lucha de todos los pueblos se reúnen en este teatro libertario y febril para pintarse las caras de blanco. ¿Preliminar sí, preliminar no? ¿Esto se puede decir pero esto otro no? ¿Tú no puedes decir eso porque no eres de aquí pero tú sí? La espiral de lo absurdo y la contradicción más absoluta abierta en nuestras manos como una rosa negrísima.

Ha llegado lo que tanto esperábamos, la caza de brujas en las esquinas de nuestras calles, en el corazón de nuestros hogares, en los brazos cansados de nuestra escalera, en la pena redonda de la barra de los bares, en las pantallitas francotiradoras y brillantes de nuestros teléfonos. Ya no hay escapatoria: empezamos a señalarnos los unos a los otros.

Nadie nace sabiendo. Ni con una copla bajo el brazo. Como mucho hemos crecido al socaire de ella o la propia madre que nos parió nos la ha dado de mamar, pero eso ni es suficiente ni ocurre siempre. Es por eso que todos hemos sido neófitos de carnaval. Antes o después, hemos descubierto su luz amarilla y nos ha incendiado por dentro hasta dolernos y estremecernos y enamorarnos y significarnos.

La copla primera se nos mete en las pieles y nos bebemos su sangre blanca hasta emborrachamos de esa carne líquida y fértil de febrero.

El carnavalero nace donde le da la gana y coge la copla y la hace su escudo, su amor, su alimento, su piel, su verdad, su mentira, su trabajo, su juguete, su arma, su coraje y su espejo, y la investiga con la clarividencia que nos da ese querer saber más y más y más cuando no sabemos nada de nada de nada. Un neófito sube la escalera de la copla y la escudriña y registra sus rincones con los zapatitos nuevos de domingo, estrenando el regalo de reyes con los ojos ávidos de dicha. Todos somos neófitos cada febrero.

Se escucha la palabra «libertad» muchas veces estos días preliminares, pero en realidad cada vez se canta con menos libertad. Cada vez más murallas, cada vez más barreras, cada vez más polémicas, cada más mentira, cada vez menos verdad. No tiene demasiado sentido ser la fiesta de la libertad si las cadenas nos van pisando los talones. Libertad para ambas direcciones estamos de acuerdo, pero libertad con el respeto y la conciencia limpia es más libertad.

Vamos primero a levantar el cepo para que luego suba el telón.

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