Cádiz CF
Dos años inolvidables
«Un hombre que se emociona y llora en la despedida, es hombre sincero y honesto. Como lo fue su trayectoria»
Así fue la despedida de Sergio González del Cádiz CF
Sergio, el libro que no pudo tener un final feliz
«...Salid sin duelo, lágrimas corriendo...». Con manifiesto semblante de resignación, nostalgia en la mirada y lágrimas en los ojos, se despedía Sergio González de la que fuera su casa durante más de dos años. Una casa de amarillo y azul, a la que supo enderezar un rumbo que tenía perdido y a la que catapultó a la gloria con dos celebradas permanencias.
Con humildad, trabajo y empeño, el entrenador catalán conquistó enseguida el beneplácito del aficionado, al que demostró que era posible conseguir el milagro de la reacción y hacerlo mediante el buen juego y una renacida mentalidad ofensiva. Aire fresco que, como agua de mayo, dio nueva vida a un equipo moribundo, al que supo inculcar que los buenos resultados no eran incompatibles con el despliegue de un fútbol fluido y animoso.
Un hombre que siempre transmitió esmerada educación y suma facilidad verbal para expresar sus pensamientos, por lo que sus ruedas de prensa iban mucho más allá del consabido tópico al que se ciñen la mayoría de los entrenadores.
El que fuera como jugador un exquisito centrocampista, ha sabido dejar en Cádiz la huella de todo su conocimiento y sabiduría futbolística desde el banquillo. Fiel a una idea concreta de concebir el juego, convirtió a los amarillos en un equipo reconocible, bien plantado en el campo, agresivo, valiente y, casi siempre, muy difícil de batir.
Con él vivimos dos temporadas de alegrías, emociones y sobresaltos, rubricadas con la guinda fascinante de la salvación. Dos años que serán inolvidables en la historia de un club, que contará, en sus páginas más brillantes, con el recuerdo de un hombre que ya ostenta el récord de partidos dirigidos en Primera.
Pero el fútbol, como la vida, es traicionero y cambiante. En cuanto las sombras de la duda amenazan y los resultados no acompañan, las dianas apuntan, inmisericordes, al entrenador. Sin llegar a la cima melodramática de Salistio en su despecho por Galatea («...Salid sin duelo, lágrimas corriendo...»), un hombre que se emociona y llora en la despedida, es hombre sincero y honesto. Como lo fue su trayectoria.