Pan y circo
Embaucadores
'En lugar de restringir los gastos, la actitud adoptada ha consistido en ponerse una nueva venda en los ojos'
Una vuelta de tuerca más, un paso hacia delante sin intención de retorno, un viaje a ninguna parte del fútbol entendido como el perfecto negocio de unos pocos privilegiados. El fútbol reducido a la perversa sinéqdoque del dinero, la televisión, el monopolio y el progresivo beneficio.
El precipitado engendro de la auto proclamada superliga se presenta con la rimbombancia, astucia y solemnidad propias de curtidos embaucadores, de retóricos pregoneros capaces de vender como bálsamo salvífico para todos lo que solo es el desesperado remedio a sus particulares derroches económicos.
Tras muchos años volcados en inversiones temerarias, suicidas, después de generar una inflación desmedida en el mercado futbolístico con contratos y fichajes por cantidades desmesuradas, después de crear una imbricada red de representantes, comisionistas y vividores que todo lo encarecen y que todo lo venden, después de convertir este bello deporte en un marketing insoportable, atisbaron, desde la distante placidez de la burbuja en que vivían, que la economía mundial había entrado en crisis. Extremo al que no prestaron excesivo interés, pues la mayoría de los clubes poderosos siguieron multiplicando sus inversiones, como si nunca les fuera a salpicar.
Pero el estallido brutal de la pandemia y sus fatales consecuencias monetarias han constituido para ellos un duro golpe de realidad, un desmoronamiento aleccionador de la inestable coyuntura donde se asentaban. Y en lugar de restringir los gastos, adecuarse a las circunstancias, la actitud adoptada ha consistido en ponerse una nueva venda en los ojos y romper la baraja, saltar sin lona al vacío, al abismo millonario que les asegure su riqueza, sin importarle nada más. Con el Barcelona en declarado estado de ruina y el Real Madrid, público adalid del invento, en vías de acompañarlo, no han tenido mejor ocurrencia para salvar su situación que esta ignominia insolidaria. Con todo, lo peor de la proclama no reside en su grado abyecto de egoísmo sino en el insultante cinismo que la envuelve:”Venimos a salvar al fútbol”. Como si el fútbol pudiera esperar algo de los que sólo se han servido de él.
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