Pan y circo

Un cadáver exquisito

'Sus décadas de apogeo, las del Trofeo, corresponden a otra vida'

Pepe Reyes

Marcial y bullanguera, cómica y ordenada, la banda musical había coloreado de pasodobles y temas populares la larga espera hasta el comienzo del partido. Concluido el regocijo festivo de sus metales, saltaba al césped una veloz cuadrilla de jóvenes recogepelotas, que ataviados con riguroso mono azul, corrían hasta el centro del campo, desde donde saludaban a la abarrotada concurrencia con el respetuoso flamear blanco de sus gorrillas en la mano. Y entonces estallaba la primera, unánime, cerrada ovación de un respetable que parecía agradecer de este modo la inmediatez del comienzo de tan magno acontecimiento: nuevas estrellas mundiales por fin pisaban nuestro campo , se iniciaba el partido.

El tiempo había dado un giro casi imperceptible al calendario y quedaba inaugurado un nuevo Trofeo Carranza. Tantos años se repetía esa ilusión y esas vivencias que nadie se percató que en la misma esencia de su grandeza estaba escrito su decadencia, su deterioro y su fin.

Sus décadas de apogeo corresponden a otra vida, a una era que nos parece remotísima en que el dinero, las televisiones y la publicidad a escala mundial aún no lo habían invadido todo. A un tiempo en todo lo que rodeaba al fútbol poseía un carácter más humano, más accesible, más artesanal, en el que hasta el Ayuntamiento de una pequeña ciudad de un mediano país podía organizar uno de los mayores acontecimientos futbolísticos del planeta.

Inmersos en la veloz ruleta que es el mundo, poco podemos hacer frente a los designios vertiginosos y cambiantes de su caprichoso proceder. Toda gloria es perecedera y lo que fuera nuestro orgullo, nuestra honra y constituyera santo y seña de la mayor fiesta estival de la ciudad, hace mucho que expiró.

El Trofeo Carranza, trofeo de los trofeos, ya no es más que un cadáver exquisito. Y como reliquia de su grandioso pasado, como recuerdo vivo de su mayor apogeo, aún nos queda la minuciosa joya de su copa, que parece desangrarse en cansada plata y en nostalgia. Mientras el mechón rubio que la corona es un guiño delicado y áurico a su perdido esplendor.

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