El Alfiler

Veinte años

Se cumple el aniversario de cuando siendo menos todo era más

El aeropuerto de jerez fue invadido por cadistas a la llegada del equipo.

Alfonso Carbonell

Canta el tango de Gardel que 'es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra': ¡Ese Cádi, oe! ¿Que veinte años no es nada? Que no, qué va. Veinte años es una vida, un mundo, un universo. Pero sí, en el fondo, el sudamericano llevaba razón. Esto pasa en un abrir y cerrar de ojos y para muchos, los más nostálgicos, cualquier tiempo pasado fue mejor. Y lo era.

Lo era porque siempre uno ve las cosas con mayor ingenuidad cuando se tienen menos años. Lo era porque a medida que vas conociendo verdades muchas de ellas se van convirtiendo en mentiras. Lo era porque la vida te va haciendo más frívolo con las cosas menos importantes. Lo era porque lo era.

Y así era el Cádiz de hace veinte años. Un Cádiz más cercano, más de andar por casa, más de Cádi, Cádi. De aquel recuerdo no queda nada. Ni el estadio. Muchos dirán que mejor así, que aquellos eran años de muchas vicisitudes, de mucho barro, de muchas ventas, de muchos palos. Y tienen razón, pero ay de la unidad del cadismo que se respiraba en cada partido en casa o en cada desplazamiento. Eran menos, pero contaban más.

Veinte años del ascenso en Las Palmas. Uff, se eriza la piel de solo recordar aquella liguilla. Pero antes, con Ramón Blanco y Carlos Orúe, se sentaron la base de ese nuevo cadismo que peleaba por resucitar pero el último mazazo fue tan duro que costó un año levantarse. El de Pepe Escalante. Pero llegó Jose, el precursor de ese once de Chapín con el que dos años después de Las Palmas se tocara el cielo con las manos sin salir de casa.

Fue un año de disfrute continuo en medio del lodo. Que ya es decir. Goleadas en Carranza, buen fútbol, el 'chihuahua' en fondo norte... Recuerdos y recuerdos imborrables por mucho barro que hubiera. Y llegó la calle Laurel y un partido que ni guionizado por el gran Macarty. Y sí, desde ese día en el vestuario se sabía (que no se decía) que ese año era el bueno. Y lo fue.

Después llegó el Juan Guedes, en Las Palmas. Un desplazamiento complicado que hizo a la mayoría quedarse en casa. Teófila fue sensible y puso en el estadio una pantalla gigante para que el cadismo disfrutase por última vez un ascenso en casa, aunque sin su equipo presente. Daba igual, el Cádiz había vuelto a resurgir. De eso hace ya veinte años.

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