cádiz cf
Ni bien ni mal
'El empate sirvió, al menos, para recomponer el idilio entre equipo y afición'
Ni bien ni mal, sino todo lo contrario. El empate logrado el pasado domingo frente al Celta no resuelve las urgencias clasificatorias, no catapulta a puestos de salvación ni devuelve al ya olvidado sabor de la miel de una victoria. Al menos, sirvió para recomponer el idilio entre equipo y afición, para vibrar con un mediodía intenso de fútbol y, sobre todo, para liberar esa carga emotiva acumulada tras tantas jornadas consecutivas sin posibilidad de cantar un gol, sin poder dar rienda suelta a una tensión que se acrecentaba a medida que los partidos se sucedían y el Cádiz, no es ya que no ganara, es que ni siquiera marcaba.
Por eso constituyó toda una eclosión de júbilo, de redención de tantas emociones reprimidas y al fin desbocadas, ese golazo con que Machis evitaba, en el último suspiro, el despeño definitivo a un abismo que tan cercano se advirtió durante la mayor parte del duelo. Esta vez, sí, el Cádiz mereció sumar los tres puntos. Desde el pitido inicial, encerró al rival en su campo y, a base de anticipación, esfuerzo y pundonor, casi la totalidad de la primera parte consistió en una sucesión de córners, disparos y llegadas al área contraria. Pero el fútbol, maravilloso, imprevisible y traicionero, nos tenía reservado el metal helado de un puñal que desgarraría dos veces las ilusiones amarillas. Sendos goles encajados, en las únicas aproximaciones del los visitantes, que cubrieron de cárdenos presagios la soleada tarde gaditana.
Tras múltiples ocasiones desperdiciadas, por fin llegaba el estallido de alegría de un empate que devuelve la ilusión a la grada y la autoconfianza en su potencialidad a la plantilla. Cierto es que el calendario que resta se endurece y hasta parece que el futuro se angosta. Pero tras 22 partidos sin ganar- ominoso récord en nuestra dilatada historia- y tras enfrentarnos a todos los rivales de la categoría sin superar a ninguno, ha llegado el momento de la reacción. Y este mediodía, luminoso y dominical, vivido en el viejo Carranza ha de suponer el principio del fin de tan larga penalidad.