con 'c' de cádiz

«Creo que los gaditanos somos a veces más críticos con nuestra ciudad que la gente de fuera»

paco delgado de mendoza macías. corredor de seguros

Gaditano hasta la médula y apasionado de todas sus fiestas, Paco Delgado conoce de primera mano los entresijos de una ciudad que disfruta desde pequeño gracias a su don de gente y su trabajo

Paco Delgado de Mendoza Macías, un gaditano que disfruta de su ciudad. l. v.
Alfonso Carbonell

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Paco Delgado de Mendoza Macías (Cádiz, 22 de febrero de 1966) es de ese tipo de personas con las que da gusto encontrarse a cualquier hora, cualquier día, en cualquier momento o evento. Conversador nato y ágil de mente, este gaditano es un gran conocedor de los asuntos verticales que vertebran una ciudad que conoce como la palma de su mano. Siempre atento al discurrir de una charla entre amigos en la que rara es la ocasión donde no aporta algo candente, al hilo, interesante. Maneja los temas de Cádiz como Mágico manejaba el balón. Siempre a la última, Paco responde perfectamente al patrón del gaditano de pro y en peligro de extinción con los nuevos tiempos. Elegante, educado, con amplio y caballeroso sentido del humor, en definitiva, un señor con la clase necesaria para repartir y la cintura perfecta para encajar.

Gracias a su carácter extrovertido, su don de gente y su capacidad para entender tanto las relaciones laborales como las personales, este gaditano salido del Grupo Fariñas se abrió pronto camino en el mundo laboral como agente de seguros, una profesión en la que creció mientras iba madurando a pasos agigantados hasta establecerse con el paso del tiempo como empresario montando su propia correduría de seguros con la que ahora disfruta plena independencia. Pero no solo del trabajo vive el hombre, y menos Paco, que no pierde un segundo sin hacer del trabajo un divertimento tal y como asegura cuando relata sus vivencias. Siempre disfrutó y disfruta de un oficio que dignifica y del que habla maravillas a medida que se va profesionalizando cada vez más.

Pero hablar con este gaditano es detenerse en cantidad de anécdotas ocurridas en sitios emblemáticos de esta ciudad. Como por ejemplo El tablao, una sala de fiestas a la que él contribuyó en su esplendor mientras ponía copas a lo más granado del Cádiz de los 80, unos años donde la inconciencia con la que se vivía empujaba a la juventud a ponerse el mundo por montera sin pararse a pensar en la 'finura' del alambre. Por suerte, como él recalca, se zafó de los peligros al volante y del caballo de la droga. Y por suerte, que en realidad no es tanta como la formación con la que construyó sus principios, sus amigos y sus seres queridos pueden seguir disfrutando de una persona cabal, cercana y con la que echarse un rato es acabar sonriéndole a la vida.

-Infancia.

-Mi infancia es el Grupo Fariñas, en la Segunda Aguada, al lado del Cerro del Moro criándome con todos los chavales del barrio; jugando al fútbol todos los días cuando no había colegio.

-¿Dónde estudió?

-En Salesianos, cerca de Trille. Posteriormente en Argantonio y en el instituto Columela.

-Hablamos de tiempos duros en Cádiz y es especial en algunos barrios. ¿Era peligroso aquello para un chaval de su edad?

-Buenooooo... en aquella época, por desgracia, tengo amigos míos que ya no están aquí porque fallecieron con una edad muy temprana. Era la época grande de la heroína y aquellos tiempos nos cogió a todo el mundo que tuviera mi edad.

-¿Nunca coqueteó con el caballo blanco?

-Pues, mira, no. Nosotros, como chavales que éramos del barrio, nos dedicábamos a jugar al fútbol; alguno cayó como, imagino, mucha gente de mi edad. Entonces, nadie podía imaginar las consecuencias que traería para muchos.

-Era un Cádiz dividido por la vía del tren.

-Correcto. Estaba la pasarela del Cerro del Moro, con la que se llegaba al Grupo Fariñas.

-¿Qué eran sus padres?

-Mi padre era ATS de Portuario y mi madre ama de casa; éramos cinco niños y los cinco salimos 'palante' como se salía en aquella época. Eran unos tiempos muy complicados.

-Hablamos de los...

-Los 80. Tendría yo 14, 15 años y ya se veían cosas malas.

-¿Estuvo cerca de caer? ¿Tuvo sus dudas?

-No. Claro que tuve la oportunidad porque, es tontería, aquello estaba en la calle. Pero nunca caímos.

-¿A quién hay que darle las gracias?

-Pues, no sé. Sinceramente, tuvimos la suerte de no caer; tampoco dependía de muchas cosas. Ten en cuenta que aquella época era un tanto leonina, muy complicada y cada uno de nosotros podía caer en la tentación. El grupo de amigos que solíamos salir juntos y jugar al fútbol en la calle vivíamos entre la barriada de La Paz, Centro Cívico, los barrios de Astilleros, el Cerro del Moro y la Segunda Aguada; recuerdo de aquella época tan mala que cuando ibas a la farmacia a comprar porque te había mandado tu madre a por algo ver a chavales de mi misma edad o un poco más mayores pidiendo la insulina, que era la jeringuilla, y una botellita de agua. Los veías luego con la cucharilla, a la que le metían fuego... Fue una época, la verdad, muy triste. Todos esos principios de los 80. Yo recuerdo todo aquello siendo yo muy joven, con una edad muy temprana.

-¿Se hablaba en casa de todo eso?

-No.

-¿Y eso?

-Pues porque no es como hoy en día, entonces los padres no estaban tan metidos en la vida de sus hijos.

-Cierto. Pero, ¿y entre los hermanos no lo comentaban?

-Pues no, tampoco nos metíamos. Nosotros lo veíamos todos, pero estábamos en otra historia. Y mira que el problema estaba muy presente en el día a día porque incluso lo veíamos en las escaleras del bloque. Ninguno de los cinco lo probamos. Yo digo en estas cosas que tuvimos suerte.

-¿Solo suerte, Paco? Digo yo que algo de formación habría detrás.

-Es posible que algo de educación hubiera detrás, pero conocía amigos míos que sus padres eran tan buenos como los míos y cayeron, Por eso te digo que no solo la educación o la familia tuvieron que ver sino otros muchos factores también. todo tiene que ver una cosa con la otra. Fue una época muy mala para todos, una época de crisis y de desconocimiento; los que no caímos tuvimos esa suerte. Y no me refiero a que cayese o no alguien por vivir donde yo vivía sino que en Cádiz, en general, todos vivimos ese tiempo; la crisis de Astilleros, esos grises con las escopetas durante las manifestaciones...

-Eran los albores de la democracia. ¿Recuerda la muerte de Franco?

-Yo era muy pequeño, 9 años, pero la recuerdo perfectamente. Yo estaba en el colegio, en Argantonio, y nada más conocerse nos mandaron a casa a todo el mundo. A las cinco de la tarde o por ahí, 'todo el mundo pa casa'. Recuerdo llegar a mi casa y mi casa era un cementerio. Todo el mundo callado, la tele apagada, salvo mi padre, que estaba con la radio escuchando la noticia. De esos tiempos recuerdo a los grises en la reconversión industrial, también con la movida de los pesqueros que se echó mucha gente a la calle. Me acuerdo de ver a los grises en formación como se veía hace unos años en Argentina, desfilando con las pistolas y la gente gritando desde los balcones. Todo aquello era una situación muy extraña y yo de lo que me acuerdo es de haberlas vivido perfectamente de pequeño.

-¿Fueron tiempos de temor a estar en la calle? ¿Había orden de no salir de casa por parte de sus padres?

-Bueno, no tanto. Me acuerdo de irnos un día a jugar al fútbol a la calle y llegaron los grises mandándonos a casa. ¿Sabes qué pasa? Que nosotros éramos muy naturales y lo único que hacíamos era jugar al fútbol. Además, había un vecino de mi barrio que era Juan Bejarano; nosotros vivíamos en un primer piso y este hombre, que fue entrenador de toda la vida en el Cádiz, siempre estaba con nosotros mientras jugábamos al fútbol, que era a lo único que nos dedicábamos en la calle; también jugábamos al contra y a todas esas cosas de chiquillos; así estábamos todo el tiempo hasta que te llamaba tu madre para merendar a las seis, siete de la tarde porque si no tú no subías. Si no te llamaba te daba en la calle hasta las diez de la noche, que entonces sí ya que subías. Era otra época.

-Dejemos atrás esa etapa y esa adolescencia para pasar a otra en la que ya comienza a pensar en cómo labrarse el futuro. ¿Qué quería ser mientras estudiaba en el colegio?

-Si te digo la verdad, no tenía nada definido por entonces. No sabía qué quería ser así que me puse a estudiar, aprobé la selectividad y me matriculé en la Facultad de Filología. Éramos cinco hermanos y tampoco es que pudiera elegir mucho en ese sentido; además, tampoco se saqué nota como para poder irme fuera a estudiar. Además, la verdad es que tampoco es que tuviera especial ilusión por una u otra carrera. Después, al año siguiente, me matriculé en Derecho en la Facultad de Jerez. Eso sería allá por el 85; suspendí alguna que otra asignatura curso hasta que llega un momento en el que me doy cuenta de que iba a la Facultad para jugar al billar...

-Jajajajaja. ¿Y era bueno?

-Era bueno, era bueno; ese era el problema.

-Jajajajajajajajaja

-Así que un día estaba leyendo el Diario veo: Mapfre, necesitamos comerciales. Y con 23 años o así, en el 88, me fui a la oficina que tenía Mapfre en la avenida Andalucía -junto al Telepizza-, hice una entrevista y me cogieron. Vamos, que te cogieran era muy fácil porque no te daban nada, lo que te daban era lo que tú vendieras, 'po' te pagaban una comisión. Como yo era más o menos espabilado me puse a vender una cosa que se llamaba los planes sistemáticos de jubilación, que además estaban muy bien porque hoy en día aún tengo algún cliente que me ve y me dice 'coño, hay que ver aquello que me hiciste qué bueno era'. Y me puse, me puse, me puse y me puse; estuve tres años como agente de seguros hasta que me llamaron y me dijeron: 'Mire usted, lo vamos a meter en nómina'. Y claro, en aquella época entrar en nómina era una cosa. Yo tenía ya novia, que era profesora y aquello de que me metieran en nómina era un pelotazo. Y al año de eso me hicieron jefe de la oficina de San Fernando; aquello sería el 95 porque en el  96 me hicieron director de la de Cádiz, donde estuve hasta el 2010, quince años.

-¿Y qué hace después?

-De ahí me fui a Chiclana.

-¿Con Mapfre también?

-Sí, sí. Lo que pasa es que llegó un momento en que se nos terminó el amor. Se dio una situación en la que se me permitió irme muy bien de la empresa y emprendí por mi cuenta después de estarle siempre agradecido a Mapfre. A día de hoy soy empresario con mi correduría de seguros.

-¿Qué es lo más bonito y lo más feo de ser agente de seguros?

-Todo es bonito, feo nada. Agente de seguros es una profesión muy bonita.

-¿Pero con mala prensa, tal ve?.

-Bueno, tendrá mala prensa porque antiguamente los que vendían libros o vendían seguros se decía que no servían para otro cosa, pero es una profesión realmente importante para la sociedad. Hoy en día un agente de seguros es un profesional como la copa de un pino. Es más, cuando yo me convierto en agente de seguros me dieron un curso, pero 'agárrate'.

-Agárrate en qué sentido.

-Pues que si vendía eras muy bueno y si no muy malo; pero hoy en día no paran de formarte con legislación, los cursos no acaban, te apoyan; la profesión de agente de seguros es muy bonita. Yo me lo pasé en grande. Yo iba a las casas de la gente, me acuerdo la Segunda Aguada, y vendía planes de jubilación a lo mejor de 5000 pesetitas al mes y la gente me lo compraba porque yo iba y lo explicaba con mi papel y con mi boli y se quedaban tranquilos. No había ipuds, ni ordenadores; me acuerdo que tú vendías explicando las cosas. Así se hacía en aquella época, hoy en día hay más venta directa, línea directa; es todo más despersonalizado.

-¿Dónde se está más cómodo, trabajando para una empresa o montando una correduría?

-Yo creo que cada cosa tiene su tiempo; yo fui empleado de Mapfre y fui muy feliz, me lo pasé muy bien, pero es verdad que cuando me fui llevaba 25 años y llega un momento que, como pasa en todas las facetas de la vida laboral, la cosa se puede ir deteriorando y la ilusión que tú ya tienes no es la del principio; igual te piden unas cosas que, quizás ya con la edad, no estás preparado para asumirlas. Pero sobre todo, se tiene que tener muy claro que tú estás capacitado para hacer otras cosas porque cuando me voy de Mapfre tengo tres hijos; Ana, que se va a estudiar Medicina a Madrid; Paula, que estudia otra carrera y el pequeño, Paquito, que está todavía en secundaria en San Felipe Neri. Entonces, tomar la decisión de irte de una empresa porque te apetece era y es muy arriesgado.

-Lo es, lo es. ¿Se pasa miedo al dar el paso?

-Más que miedo, incertidumbre. Y sobre todo, antes de irte se tiene porque no piensas en ti, entre otras cosas porque tenía muy claro que yo no tenía problemas porque me veía capaz, pero sí que es verdad que al principio te preguntas por lo que pueda pasar con el dinero y la nueva situación. Yo me hice una cosa, que la aplico muchas veces en la vida, que se llama el DAFO.

-¿El DAFO?

-Debilidad, amenazas, fortalezas y oportunidades; eso es un esquema que se usa en las empresas y que se puede aplicar a todo en la vida y viene a analizar cualquier situación que se te dé viendo tus debilidades, tu fortaleza, tus oportunidades y tus amenazas.

-¿Y qué salió?

-Salió que era capaz de montar una empresa.

-¿Del 1 al 10?

-Te diría que un 8,5.

-¿Dónde flojeó si se puede saber?

-No, no es que flojease, simplemente me dije que tenía cuatro años para montarla y ganar lo mismo que ganaba anteriormente, que no lo ganaba mal. Así que con la indemnización que recibí me atreví a montarla. Ese 1,5 siempre hay que dejarlo por vicisitudes varias.

-Puesto al día y felizmente encaminado, volvamos a hablar de Cádiz. ¿Cómo fue su juventud en ese Cádiz que crecía en una jovencísima democracia?

-Nuestra adolescencia y juventud era que no había móviles y entonces se decía a tal hora aquí o allí y el que no llegaba le tocaba buscar o irse a casa. Jajaja. Nosotros quedábamos a eso de las ocho en la plaza las tortugas y el que no estaba 'po' no aparecía ya; no había manera de localizarlo. Sí es verdad que después todos solíamos tener varios sitios a los que íbamos; calle Manuel Rancés, la Alameda, el Altillo...

-¿El Altillo?

-Sí, sí. Ese estaba en la Alameda, de José Ramón y del 'Pescue'. También nos movíamos por Isabel la Católica. Por todo esos sitios solíamos parar.

-¿Con cuánta se salía a la calle entonces cuando aún se vivía con los padres?

-¡Madre mía! No me acuerdo, pero te digo una cosa, no nos faltaba un butano de cerveza. Lo que pasa es que yo, desde muy joven, con 18 o 19 años, ya estaba trabajando en El tablao con José Luis Rodríguez Trejo.

-¡Hombre, un mítico de la movida gaditana de esos años!

-Allí empecé poniendo copas y terminé de encargado. Hacíamos la fiesta de la Primavera, la fiesta del mojo picón, miles de fiestas; aquella fue una experiencia muy simpática porque era todo Cádiz yendo a El tablao.

-¿Cuánto tiempo se pasó allí?

-Pues por lo menos allí eché cuatro años poniendo copas. Eso era una historia cada noche. Recuerdo a mi amigo Luis, que era el cocinero de este bar de los delfines, El delfín azul; allí trabajaba de día y por la noche se venía a El tablao; hacía unas tortillas magníficas y para comer esas tortillas venían todos los prendas de Cádiz a partir de las cinco de la mañana. Allí que estaban Joselu del Tracatrá, Jaime... Me acuerdo que abríamos a las doce y cerrábamos a las seis, siete de la mañana. Todo el mundo allí en El Tablao, en aquella escalera, aquella mítica puerta con el famoso Tino de portero... Con el bar a tope, a eso de las tres de la mañana, Luis se ponía a hacer tortillas. Aquello era del hermano de José Luis, Enrique, el que tenía la tienda de guitarras; que yo creo que se lo tenía alquilado. Allí trabajé con muchos de mis amigos míos; allí pusimos copas todo el mundo. Fueron unos años muy bonitos. El tablao fue una novedad en la marcha de Cádiz. Nos dormíamos tras cerrar El tablao y a eso de las cuatro de la tarde entrábamos por la calle Santa María de la Cabeza y veíamos aquello ya lleno de chavales para entrar; volvíamos a llenar El tablao otra vez tras irnos a las siete de la mañana. Hay una anécdota muy curiosa de un compañero que trabajaba en El tablao y que guardaba tarros de Fruco con agua, que los tenía guardado por si había una guerra o algo; allí había más agua que en el pantano de los Hurones; tenía 500 botes por lo menos. Jajajaja.

Entrada de El tablao, uno de los míticos de la noche gaditana.
Imagen - Entrada de El tablao, uno de los míticos de la noche gaditana.

-¿Qué ha perdido Cádiz?

-Es complicado decirlo. Irremediablemente, todo cambia. Ya es otra historia; nosotros inventábamos más que los jóvenes de ahora. Por ejemplo, yo no comía o cenaba fuera de mi casa ningún día y hoy en día te los ves cenando a los chavales bien en el McDonald's o en cualquier otro sitio. ¿Qué ha perdido Cádiz? Indudablemente, Cádiz tiene muchas lagunas; de industria, de trabajo, de todo, pero no sería capaz de decirte qué ha perdido Cádiz. Supongo que habrá ido evolucionando o no como toda España. Tú dices, ha perdido bares, ha perdido discotecas; hombre, un poco de ambiente nocturno seguramente sí que lo haya perdido porque la época nuestra fue espectacular. Es que nuestros tiempo era El tablao, era el Buri buri, que estaba en el Paseo Marítimo. Era una época en la que los pubs que había en verano estaban al aire libre, pero al aire libre en plena calle Virgen de las Angustias, que había allí un solar que se había quedado sin construir y de pronto se montaba un bar.

-Por supuesto que se echa de menos esas libertades.

-Claro. Date cuenta que tendríamos veintitantos años. ¿Sabes qué pasa? Que la época que me tocó vivir a mí de Cádiz fue muy bonita de este ambiente que te estoy hablando. Pero no solo en Cádiz, fue muy bonita aquí en Cádiz y de ferias, y en el Puerto, y en Conil. Eran años de inconciencia en los que no había controles de alcoholemia con todo lo que ello conllevaba a nivel de movimientos de todo el mundo. Me acuerdo un día, viniendo de la feria de Jerez, de recoger a dos chavalas que habían volcado en la autopista. Las sacamos del coche, que estaba boca abajo, las llevamos al hospital y por allí que no aparecía ni la policía ni nada por el estilo. Afortunadamente para todos, esa concienciación que no se tenía entonces, ya con el tiempo sí se tuvo. Sobra decir que tiene que haber controles de droga, de alcoholemia porque aquellos años había mucha inconciencia. Soy un acérrimo defensor de todo tipo de controles en la carretera. Mira, lo mismo que antes contaba aquel mundo de la droga que todos vivimos en los 80, creo que muchos de los que ahora tenemos mi edad también tuvimos mucha suerte en la carretera. No porque nosotros hubiéramos bebido o no a la hora de conducir, que también, sino porque todos nos juntábamos con gente que sí. Y no nos dábamos cuenta o no nos queríamos dar.

-Sí que es verdad. ¿Qué le parece la Cádiz actual?

-Yo creo que Cádiz no está mal ahora mismo y como prueba ahí tenemos el turismo.

-Precisamente por eso, ¿no le cuesta reconocer a Cádiz?

-Yo creo que muchas veces los gaditanos somos más críticos con nuestra ciudad que lo que la gente ve desde fuera. Vamos a ver, por supuesto que sigue habiendo problemas como el de la vivienda por todos los sitios; pero hay otro muy grande y es que la gente quiere trabajar y que a pesar de que hay gente muy bien formada y preparada no se da la situación. Pienso que hay que ser un poco más extrovertido, tener una mentalidad más abierta; me explico: creo que hay que ser un poco más ciudadano del mundo; creo que, si no se puede trabajar por lo que sea, hay que irse fuera a buscar las oportunidades que no se encuentran aquí. Y no pasa nada.

-Entonces cada vez será menos Cádiz si se van los gaditanos, ¿no?

-Pero no es que se vayan definitivamente, hay que verlo como que puede ser una etapa de la vida. Hay gente que se va y vuelve y aporta mucho más. ¿Por qué? Porque tú te puedes ir a Alemania con Siemens a trabajar uno o dos años y cuando vienes para acá te rifan. No te hablo tanto de Cádiz capital, te hablo de Cádiz y su entorno; Navantia, Airbus... Y ahora parece que hay mucha petición de mano de obra, ojo, especializada. Pienso que este problema no es solo de Cádiz, también lo es en Sevilla, en Málaga, en donde sea. El gran problema es que hoy en día o te especializas y haces algo que puedas aportar a una empresa o si no tienes poco hueco en el mercado laboral. En Astilleros ahora hay una necesidad de mano de obra especializada horrorosa. Me fui a vivir a Chiclana hace once años y formo parte de la junta directiva de la Asociación de Empresas de Chiclana desde hace dos; allí aporto lo que puedo y se hablan de muchos sectores laborales de la provincia y sabemos que hace falta de mano de obra. De hecho, ahora el Ayuntamiento de Chiclana ha sacado una serie de cursos gratuitos de conductor de autobuses porque faltan. También faltan soldadores, en definitiva, falta mucha gente especializada en lo que hacen las empresas. Por poner un ejemplo, para cargar sacos hay mucha gente, ahora bien, para encontrar a alguien que te haga soldadura ya no hay tanta gente. Aquí hay que romper una lanza por la Formación Profesional; todo el mundo estudiando carreras cuando la FP es una excelente salida para cualquier trabajador que se quiera quedar en Cádiz. Los grados universitarios están muy bien, pero quizás no son la solución para la mano de obra que necesitan mayormente las empresas del entorno de la bahía.

-Arreglado el mundo laboral, arreglemos la Semana Santa. ¿Siente particular querencia por alguna?

-Yo he sido siempre de toda la vida de El Caído aunque dejé de ser hermano cuando me fui a Chiclana. En El Caído he salido de monaguillo, de jefe de monaguillo, de farol, de canastilla, de hermano varilla. Después, mi padre estuvo en la junta del Medinaceli, que me acuerdo de ir todos los viernes a ver al Cristo aunque no llegué a salir de penitente porque era muy pequeño.

-¿Y por qué se implicó en El Caído?

-De siempre fue mi cofradía, en parte también por mi tío Manolo, que era el que decoraba y le ponía las flores a la Virgen. También salí cargando la Virgen de los Desamparados, que mucha gente no sabe que tenía tres palos, dos palos a los lados y uno en medio en el que nos íbamos cruzando. El capataz era el Poleo, con el que lo subíamos a pulso en Candelaria; montábamos unos tinglaos curiosos.

-También en Carnaval le recuerdo hacer sus pinitos en ilegales.

-También fui jurado dos años; uno con José María Jurado, que era decano de la Universidad, y otro con Antonio Oltra, que se dio la circunstancia que se puso enfermo y yo fui el presidente durante cinco o seis días.

-¿Qué hay de verdad y de mentira con los puntos del jurado?

-Los puntos del jurado creo que es algo que debería desaparecer. La verdad es que el jurado toma siempre la decisión más adecuada porque es el único que escucha todas las agrupaciones del concurso y puntúa de manera objetiva. Seguramente, el jurado se equivocará pero porque ha creído que se ha tenido que equivocar, pero nunca por querer hacer daño a las agrupaciones, por lo menos en los dos años en el que yo estuve. Y de mentira, pues porque alguno se cree que va al teatro con una cosa que no es la que lleva.

-La última. ¿Qué es ser gaditano?

-Hombre por favor. Ser gaditano es todo. Y te voy a decir una cosa, fui recogepelotas del Cádiz de jovencito y lo que más me llamó la atención fue en 1979, con el primer partido de la selección española que jugaba contra Dinamarca en el Carranza en el que íbamos con los monos de Astilleros.

-Jajajaja

-Te lo juro; los recogepelotas del Cádiz íbamos con un mono de Astilleros. Yo llevaba una S de Sevillana en la espalda. Al principio no íbamos a ir de recogepelotas porque no nos había avisado nadie y cuando llegamos al estadio nos dijo el portero que fuéramos a nuestra casa a por los monos que teníamos. Los recogepelotas nos vestíamos delante del vestuario visitante y me acuerdo perfectamente de la pierna de Arconada, que era en aquella época como el ficus del Mora.

-Jajajaja Pues con esa anécdota me quedo. Un placer.

-Otro.

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