“La soledad impuesta es sinónimo de abandono, es la enfermedad del alma”
Su palabra destila verdad. Cada respuesta recoge en esencia una reflexión profunda acerca de algo tan invisible como presente: la soledad. Isabel Carbajosa (73 años) afronta desde la senectud la que denomina como "enfermedad del alma", y su gran ventaja es que resulta capaz de mirarla a los ojos. Se sacude virtudes como si fueran migajas de pan sobre sus faldas; reniega del coraje o la fortaleza que le atribuyen. Se despoja de ello porque en la depresión, el abandono, la tristeza y la culpa sólo encuentra una tabla de salvación a la que aferrarse: la humildad.
Isabel se integró hace unos cuatro años en el programa Siempre Acompañados de la Fundación 'La Caixa', que aborda la soledad no sólo desde el acompañamiento sino también desde el apoyo y especialmente el empoderamiento. Esta jerezana del Distrito Sur recuerda el acercamiento de "dos chiquitas encantadoras de la Cruz Roja, Mónica y Chari, que se acercaron en el momento más duro de mi vida. Me desahuciaron de mi casa y me quedé sola y con el temor a quedarme en la calle. Ellas me dieron vida, me dieron todo, como si se hubiera abierto el cielo".
Canariona de cuna pero gaditana de vida, reconoce que "desde ese momento me sentí muchísimo mejor. Estaba atrapada en una depresión profunda. Siempre he sido una persona activa, dinámica, y empecé a decaer. Me separé de mi marido hace un cuarto de siglo, y lo superé. Mi hija falleció con cinco años, y medio lo superé. Y entonces perdí mi casa, todo se acumuló, y pese a intentar levantar cabeza, la mente ganó la batalla. Hasta ese momento ni siquiera noté la soledad".
La define como "la enfermedad del alma, y si el alma muere, el cuerpo muere". Distingue perfectamente entre la soledad elegida y la impuesta. "Yo siempre fui autosuficiente y decidí vivir sola. Pero cuando no se elige es dolor. Es tristeza, desgarro, es exclusión social, y paliar esas cosas cuesta mucho trabajo". Principalmente porque a su edad "la soledad va de la mano del abandono, porque a los mayores nos abandonan".
Teje su discurso cadenciosamente. Hilvana pensamientos sobre el tapiz de su experiencia. "Mi verdad es mi vivencia". Aquejada ahora de una gravosa osteoporosis, agarrada a la pensión mínima (400 euros), Isabel ha disfrutado de una vida plena. Fue secretaria en Citroën hasta que se casó. Posteriormente se incorporó al mercado laboral como auxiliar de clínica, formándose como técnico sanitario. Hasta tiene un año de ebanistería. Durante muchos años ha sido voluntaria y ha cuidado enfermos. Prueba de la fragilidad de la vida, y la importancia del retorno en las acciones, del sendero de ida y vuelta.
Valora su experiencia con el programa Siempre Acompañados, fundamental en tiempos tan duros como el que ha tocado vivir en rígido aislamiento. "Gracias a ellas no me sentí tan sola. La pandemia ha agravado mucho el problema de la soledad. Muchas personas han caído en el camino, muchos mayores que se han ido. Yo pienso que soy una persona sociable, que tengo familiares aunque sea lejos, buenos vecinos, este apoyo... cómo habrán sufrido otros en mi misma situación", lamenta. Recuerda cuando desde La Caixa "me entregaron una tablet que me dio la vida, me abrió el mundo. Siempre me ha gustado leer y escribir, tenía mi almacén repleto de libros".
Insiste en que la clave de la soledad reside en la elección, de ahí que prime el empoderamiento. "Que vaya esto por delante, y si alguien decide estar solo, pues estupendo porque en ese espacio se encuentran muchas cosas buenas". Esos lugares vacíos ella los llena de poesía, la misma que recitaba a sus amigas cada noche: "Mujer solitaria, no huyas de tus ideas, experiencia acumulada... No estés triste ni cansada, que tus ideas te acompañan".
Isabel no divaga, pero equilibra su mensaje en un confuso balanceo, un (des)equilibrio puramente humano. Asegura que reúne toda la energía posible, lucha como una leona, pero a veces cae en el abatimiento. Su sendero vital no es un trazado recto, si bien va dejando detrás el miedo. El enemigo más duro. "Le cogí pánico a la soledad, y el temor te paraliza y no te deja avanzar. Me enrollaba como un ovillo por las noches. Ahora he superado ese miedo".
¿Para qué puede ser útil su testimonio? "Yo le diría a aquellos que se sienten solos que se dejen ayudar, que tengan humildad. Hay muchas personas soberbias, y yo me di cuenta de que tuve que pasar vergüenzas. Una, que siempre ha sido autosuficiente, se puede sentir humillada, y me han tenido que ayudar. Pero hay que escarbar. Hay que sacar del fondo la fuerza y la humildad. Como suelo decir, el que se asusta mucho es que ha padecido poco".