«Yo voy a dormir a casa tranquilo»
Tres doctores que tratan a la auxiliar contagiada de ébola relatan su «duro» día a día«Teresa es una compañera, una de las grandes valientes que se ofreció», asegura con admiración el médico Fernando de la Calle
Actualizado: GuardarEs uno de los doctores de la auxiliar de enfermería contagiada por ébola. Su trabajo, como el de otros compañeros de equipo, requiere que acceda a su habitación. Pero Fernando de la Calle dice que está «tranquilo». Cuando no le toca guardia en el hospital vuelve con calma su casa aunque el hospital habilitó una planta -la cuarta- por si alguno prefería descansar ahí. «Somos contactos de muy bajo riesgo y es suficiente con que nos midamos la temperatura tres veces al día», dice.
El equipo sanitario que se encarga de Teresa Romero está formado por alrededor de 50 profesionales. Los médicos de la Unidad de Medicina Tropical están al mando de la operación apoyados por un equipo de intensivistas -los especialistas en soporte vital, encargados de mantener a la paciente con vida si surgen complicaciones-. Trabajan en guardias de 24 horas. Junto a ellos, varios grupos de enfermeros y auxiliares de enfermería repartidos en tres turnos diarios participan en los cuidados de la auxiliar de enfermería. «Nosotros damos más la cara porque somos los responsables, pero no podemos olvidar la excelente labor de todos», afirma De la Calle. «Sobre todo de enfermeros y auxiliares, que son las personas más expuestas a los fluidos, y que cumplen una labor fundamental». En general, explica, «están siendo unos días cansados, duros».
Fernando de la Calle cuenta que el equipo de protección individual -el traje impermeable que los aísla del virus- se lo ponen con ayuda pero se lo tienen que quitar solos. Es, afirma, lo más seguro. «El personal que va a acceder a la habitación tiene supervisión a la entrada», explica. «Se revisa que todo esté bien, que en el traje no haya rasguños». Una vez dentro, no pierden contacto con el exterior. Una persona los mira a través de un ojo de buey. Cada lapso de 20 minutos se notifica, asegura el médico, para que sepan cuando es hora de salir. El tejido «no transpira» para mantenerlos completamente aislados, así que la temperatura en el interior aumenta con rapidez.
«Seguimos usando los mismos trajes porque son seguros», recuerda De la Calle. «No lo digo yo, lo ha dicho el ECDC, que es el máximo estamento en Europa para estos temas». La doctora Marta Arsuaga, por su parte, reconoce que «todos somos humanos, todos tenemos un poquito de miedo y todos estamos preocupados porque, al final, eso es contagioso». «La primera que no quiero infectarme soy yo, que también tengo familia», asevera. «Me estoy vistiendo todos los días y tengo la tranquilidad de que lo que me estoy poniendo funciona».
Tras una inspección de tres días, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades Europeo validó todos los recursos -materiales y humanos- destinados a esta crisis, con una excepción: el Carlos III, como centro, no ofrece las mejores condiciones. Uno de los motivos es el reducido tamaño de la esclusa en la que el personal sanitario debe deshacerse de su traje antes de reunirse con Teresa Romero. Apenas tiene una superficie de un metro cuadrado. Mar Lago, otra doctora que trabaja en el caso de la auxiliar, explica que ella se ha quitado el equipo de protección individual ahí en muchas ocasiones, y que debe hacerse «con mucho cuidado y, psicológicamente, con mucha calma».
«Continuo aprendizaje»
El hospital ya ha decidido ampliar el resto de instalaciones del centro, por si hiciesen falta en un futuro. «Ya están casi acabadas», confirma el doctor. Por seguridad, la de Teresa Romero se hará más adelante. Desde que el pasado 7 de agosto ingresó el primer misionero repatriado, muchas cosas han cambiado en el Carlos III. «Hay que tener en cuenta que Miguel Pajares fue el primer caso que tuvimos en toda Europa», aclara De la Calle. Entonces, cuenta, les faltaban referencias, e incluso compañeros con los que compartir experiencias.
«La profesión sanitaria es una profesión de continuo aprendizaje», recalca. Ahora, dice, todos los días hablan con colegas que se enfrentan a situaciones similares. «Pacientes de ébola tratados en Occidente debemos llevar unos 15, así que no tenemos demasiada información», explica De la Calle. «Aun así, como en cualquier enfermedad, las cosas son más fáciles cuando se cuentan con más medios».
Los recursos médicos disponibles, comparados con los de los países africanos afectados, hacen difícil trasladar todas las experiencias. «Aquí podemos hacer frente a un colapso renal con garantías, tenemos sueros», señala el doctor. «Allí, nos cuentan algunos compañeros, a veces no pueden darles más que un litro de agua». Un colega que trabaja para Médicos sin Fronteras, dice De la Calle, les explicó que en algunos lugares especialmente colapsados «ni siquiera cogen una vía venosa a los pacientes porque, sin supervisión constante, se les pueden desangrar».
A pesar de las dificultades, asegura el médico, la prioridad de todo el equipo es ayudar a Teresa Romero a salir de esta. «Es nuestra compañera», recalca. «Nuestra profesión es de riesgo, y el que se ofrece para estas situaciones se expone». La auxiliar de enfermería, recuerda con admiración, «fue una de las grandes valientes que se ofreció».
Y con todo, lanza un mensaje de tranquilidad. «Nos sentimos seguros y estamos tranquilos», afirma. «Y la opinión pública debería estarlo. No hay que olvidar que sin síntomas no hay contagio». Cuando la situación se resuelva, dice, no hará falta que nadie de su equipo pase 21 días en cuarentena.