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Métodos de distracción

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A estas alturas ya sabe usted, como media España o más, cuáles son los protocolos de actuación ante la inminente epidemia de ébola que nos amenaza. Es lo de siempre, a la más mínima ocasión sacamos de paseo al experto que todos llevamos dentro y ¡hala!, todos a opinar que la opinión es gratis y, además, entretiene una barbaridad. Esta semana hemos sido especialistas en epidemiología, en biotecnología, en enfermedades raras, en estadísticas, en presupuestos, en asepsia y desinfección, en monos aislantes, y hasta en perros potencialmente trasmisores de males tercermundistas. Todos hemos juzgado a la pobre Teresa Romero por haberse tocado la cara sin tomar las debidas precauciones -cuando se sabe, de toda la vida, cómo hay que ponerse y quitarse un mono de esos aisladores sin tocarse la cara-, por no contarle a su médico que andaba jugando con fuego, por irse a depilar con fiebre sospechosa, por hacerse una horrible foto despatarrada en el sofá con el perro Excalibur.

Todos hemos cuestionado las actuaciones sanitarias, porque todos sabemos cuál es la manera más eficaz y eficiente -que no es lo mismo- de enfrentarse al ébola. Todos sabemos cuál es la longitud exacta que deben tener las mangas de los trajes aislantes para que no se produzca el contagio. Todos conocemos algún caso de ébola encubierto y todos sabemos que las cifras son mucho más altas de lo que nos dicen. Todos hemos llorado y pataleado por la muerte-sacrificio de Excalibur, poniéndonos en la piel del pobre perro y haciendo un llamamiento unánime a la cordura -¿cordura?- para que le llegara el indulto como a Pacheco.

Todos, en fin, nos hemos indignado porque los noticieros estadounidenses siguen sin saber por donde andamos y nos colocan siempre en el lugar equivocado del planeta. Todos hemos compartido las tesis del doctor Klaus Dietz -que debe ser como el doctor Grijandemor, lo mismo- de la Universidad de Tubinga, que lleva veinte años echando cuentas, como el Gran Capitán, para llegar a la conclusión de que el ébola se contagia menos que el sarampión o la tos ferina y muchísimo menos que la gripe española que hizo estragos hace un siglo. Verdaderamente, es para quedarse tranquilo. Todos hemos criticado a la ministra que habla como Julián Muñoz -dejen en paz a las familias- y a su ministerio por demostrar continuamente, y de la manera más explícita posible, que la política en España la controlan Pepe Gotera y Otilio.

Y todos, hemos vuelto a caer de nuevo en la trampa. Somos la más clara demostración de que el hombre tropieza, no una, sino mil veces en la misma piedra, en la misma rueda de molino con la que comulgamos religiosamente. Verá. El mecanismo es tan sencillo como perverso. Lo llaman cortina de humo, lo llaman técnicas de distracción, lo llaman publicidad institucional, lo pueden llamar como quieran, pero lo cierto es que mientras que nos ocupamos del ébola y sus mascarillas, nos despreocupamos de lo que realmente es importante.

La crisis nuestra de cada día tiene muchos culpables. No éramos solo los funcionarios con nuestros desayunos y nuestros días propios, no era solo el gasto público con sus despilfarros y sus desmanes, no eran solo los inmigrantes quitándonos el trabajo y haciéndose revisiones en la barra libre sanitaria. No. Ni usted, ni yo, nos habíamos gastado el dinero. Se lo habían gastado, entre otros, los de las 'tarjetas opacas' -el mundo de los eufemismos nunca dejará de sorprenderme- de Caja Madrid que se pulieron quince millones y medio de euros en ropa, viajes, hoteles y restaurantes. Se lo habían gastado, entre otros, los de los cursos de formación de la Junta, los de los EREs, los de los sobres. En fin. Que a la crisis nuestra de cada día se le pueden poner nombres y apellidos.

Otra cosa es que se los pongan. Porque no olvide que estamos en campaña electoral y que las encuestas hasta el momento no benefician a nadie, ni siquiera a los que supuestamente les corresponde el tercio de mejora de esta herencia envenenada que otra vez nos toca repartir.

Por eso conviene, y mucho, tenernos distraídos en los próximos meses. Pan y circo lo llamaban los ilustrados copiando a Roma, en una época en la que la diversión pública era responsabilidad del Estado. No como ahora, que de lo único de lo que se preocupan es de sembrar el pánico y la angustia como medida de control. Así, asustados y paralizados molestamos menos y nos distraemos más.

Con lo distraídos que estábamos ya con la suscripción popular promovida por la Asociación Cultural Buena Suerte que intenta recaudar el millón de euros que le hacen falta a la Pantoja para no ir a la cárcel porque «Isabel lleva más de cuarenta años haciéndonos felices. Sus discos, sus conciertos, sus películas, nuestros encuentros con ella, las fotos que guardamos como tesoros. Todo forma parte de nuestras vidas. Ahora ella nos necesita más que nunca, ahora podemos devolverle tantos años de felicidad». No me digan que no es maravilloso. O con lo distraída que se presenta la campaña electoral municipal ahora que el PSOE va a «mirar a la cara» a los ciudadanos -¿a dónde se supone que miraban antes?-

Esas sí que son buenas distracciones y no todo el asunto éste del ébola, que por mucho que quieran no ha conseguido distraernos de lo más esencial: lo feísima que es la pérgola de Santa Bárbara.