El escritor israelí Etgar Keret, en Madrid. :: JOSÉ RAMÓN LADRA
Sociedad

El humor para sobrevivir

«En Israel la ideología es una cuestión tribal», dice el autor Etgar Keret, un pacifista repudiado por los conservadores

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Etgar Keret (Tel Aviv, 1967) es uno de los escritores más leídos en Israel, y eso que los conservadores abominan de él por su pacifismo y su humor irreverente y absurdo. Hace dos meses él y su mujer, la actriz y directora de cine Shira Geffen, fueron víctimas de una campaña plagada de amenazas e insultos porque pidieron guardar un minuto de silencio por los cuatro niños palestinos asesinados por los bombardeos israelíes en una playa de la Franja de Gaza. Pese a las invectivas, el escritor y guionista sigue apostando por la convivencia y la ironía como mejor antídoto contra la cerrazón. «Una de las mayores tragedias de Israel es que la ideología se ha convertido en una cuestión tribal. Si perteneces a la tribu de izquierdas tienes que odiar a la tribu de derechas».

Traducido a unos 30 idiomas y venerado en Estados Unidos y Francia, donde le nombraron Caballero de las Artes y las Letras, Keret observa en su propia familia las tensiones de la sociedad israelí. Su hermana es una judía ultraortodoxa con once hijos y doce nietos; en el otro extremo, su hermano vive en Tailandia y es partidario de la abolición del Estado de Israel y de la legalización de la marihuana, mientras que sus padres sobrevivieron al Holocausto. Pese a las discrepancias, Etgar Keret adora a su paridora hermana, que no lee sus cuentos por prohibición expresa de su rabino, y admira a su hermano antisionista, que es un ferviente defensor de los derechos humanos. «Me entristece que mi hermana no haya podido leer nada de lo que he escrito. Pero a ella le entristece todavía más que yo no cumpla el 'sabbath' ni haga el ayuno en alguna de las festividades judías».

Keret, que se encuentra en España para promocionar 'Los siete años de abundancia' (Siruela), un libro de crónicas tragicómicas escritas entre el nacimiento de su hijo y la muerte de su padre, reivindica el espíritu burlón y mordaz como mejor forma de sobreponerse a la adversidad. «El humor no es un lujo, es esencial cuando uno está pasando un momento difícil. Si yo viviese en Suecia y Suiza no tendría que ser gracioso», dice.

A veces su socarronería no es del agrado de todos. Un 'sketch' suyo para televisión levantó ronchas. En la pieza se mostraba a una delegación israelí que trataba de convencer a un juez de salidas para que concediera diez metros de ventaja al corredor israelí frente a su rival alemán. Los miembros de la comitiva de Tel Aviv explotaban la vena victimista y argüían que el atleta israelí era muy lento y además estaba traumatizado por encontrarse en Berlín, donde su madre había muerto en el Holocausto. «Me atacaron con el argumento de que era un antisemita y un judío que se odiaba a sí mismo. Pero yo no me río del Holocausto, me río de los que manipulan la memoria del Holocausto para sus propios fines».

Víctimas del Holocausto

Su madre, que estuvo confinada en el gueto de Varsovia, donde sus padres y hermano fueron masacrados, le solicitó que escribiera algo contra esos políticos oportunistas. «Me dijo: 'No he perdido a mi familia solo que para que un político de pacotilla que carece de respuestas a las críticas que llegan de Europa utilice el Holocausto para salvar su cuello».

El escritor no puede burlarse del genocidio. Durante la II Guerra Mundial su padre estuvo escondido en un hoyo cavado en la tierra durante casi seiscientos días. El agujero era tan pequeño que no podía estar de pie ni tumbado, solo sentado. Cuando los soldados rusos le liberaron, le tuvieron que sacar en vilo, porque tenían los músculos atrofiados. Por eso Keret, cuando ejerce el humor, por muy negro que sea, no busca la provocación. «El sentido del humor es como el airbag del coche: aparece cuando hay algo que amenaza tu supervivencia».

Keret no está enterado de la controversia que se montó en torno a Antonio Muñoz Molina cuando el año pasado fue galardonado con el premio Jerusalén y viajó a Israel a recogerlo, lo que concitó las críticas de un grupo de intelectuales, entre ellos el cineasta Ken Loach y el poeta Luis García Montero. Da la razón a Muñoz Molina, quien dijo que había que distinguir entre el pueblo de Israel y su Gobierno. «El boicot cultural es un oxímoron, no hay nada de cultural en un boicot. Con él nos boicotean a todos. A Murakami también le reconocieron con el Premio Jerusalén y surgió en Japón una polémica similar. Pero Murakami fue a Israel y pronunció un discurso muy potente sobre la falta de empatía en Israel con los palestinos y cómo esa desafección es un elemento que destruye la sociedad. La ceremonia de entrega fue retransmitida por las televisiones israelíes y sus palabras se reprodujeron en las primeras de páginas todos los periódicos», recuerda.